A Yann Leto (Burdeos, 1979) le motiva el enfrentamiento; le pone. Durante toda su carrera como artista así lo ha demostrado, ya sea empuñando un bajo con su banda (No Truck Truckers) o en su taller frente a un lienzo; un lienzo, o lo que sea. Buena muestra de ello fue la obra Pharmacy laws, una cruz verde gamada de neón que acaparó todos los focos en la edición de ARCO de 2013. El francés asistía a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid -la más importante del país- de la mano de la galería murciana T20, que desde entonces no ha perdido de vista su producción.

Ese mismo año, Leto trajo a la capital del Segura su serie Iconofobia -centrada en el papel de los medios de comunicación en la sociedad y el retrato que éstos hacen de la actualidad-, y en 2016 hizo lo propio con Tótem, en la que directamente cuestionaba «la 'normalidad' imperante», según describía entonces el codirector de la galería Nacho Ruiz. Y, como no hay dos sin tres, el pasado viernes el galo presentó en T20 su último trabajo, The Round, nueve obras -aunque, avisa, la serie está todavía incompleta- en las que ese interés por el enfrentamiento es más palpable que nunca.

Gran aficionado al boxeo -lamenta que en Europa, en general, y en España, en particular, apenas haya afición por este deporte-, descubrió trabajando en la que sería, casi sin saberlo, la primera pintura de esta colección cómo la preparación de un púgil que salta al ring podría compararse «con esa pelea personal del artista, tanto con el mundo del arte, que es muy complicado -el tema del mercado...- como con su propia inspiración», señala Leto, tras una dura jornada de montaje.

Pero, claro, ese momento, ese instante previo al combate, no es exclusivo del boxeo, sobre todo si entendemos 'combate' desde un sentido más amplio. Así, Leto se recrea al amparo de su particular estilo -una suerte de surrealismo pop- sobre un tablero de ajedrez, una mesa de póker, un futbolín o, por supuesto, el verde de un campo de fútbol, y siempre en busca de ese instante, de plasmar la concentración de dos jugadores que han vivido para ese preciso momento.

Sin embargo, y aunque Leto parece incapaz de disociarse de la voluntad crítica y provocadora de su pintura, en esta ocasión su única meta real era disfrutar del trayecto. «Yo siempre he buscado en mis cuadros esa vertiente social, popular; ese mensaje político e incluso polémico. Pero en esta serie me interesaba más pintar por pintar; centrarme en el trazo, el movimiento, el color..., y también, por qué no decirlo, en la relajación personal. Además, recientemente me he instalado en Madrid [hasta hace poco residía en Zaragoza] y, al haber cambiado de sitio, digamos que también quería cambiar de ciclo», señala.

Sea como sea, The Round no busca el arte por el arte; más que nada porque Leto no es así. Y es que, aunque suene paradójico, el francés busca el diálogo (con el espectador) a través del enfrentamiento. Para empezar, confiesa que para realizar esta serie se ha interesado mucho por esas parejas/rivalidades que han pasado a la historia del deporte. «Kárpov y Kaspárov, lo de Tonya Harding y Nancy Kerrigan o, recientemente, el combate entre Mayweather y McGregor. Porque me parece que son como un culebrón, y en The Round he querido contar una historia», explica. Y, para continuar, porque estas piezas interpelan directamente a la conciencia, no solo deportiva, sino también artística del público, con referencias evidentes a Magritte, Dalí, Balthus y, cómo no, Picasso. «Son una especie de homenaje, pero también un juego. En ocasiones exagero tanto estos elementos que se nota perfectamente qué son y a qué cuadro pertenecen, y esto me interesa, porque de esta manera ya estoy conversando con la gente, ofreciendo un discurso en el que el espectador me entiende, y eso a veces en el arte contemporáneo es muy difícil», explica el artista, para el que estas referencias pueden atraer al público y ser un punto de partida para seguir investigando el cuadro: «¿Por qué está presente el Guernica?», sugiere como ejemplo en alusión a uno de los cuadros de The Round.

La muestra, el montaje, que busca que la gente «participe en la pelea» y que «casi se puede escuchar», según el artista, finaliza con una especie de bodegón, titulado Knock out -en alusión al KO del mundo del boxeo- que, de alguna manera, descoloca al espectador, tanto por la temática como por el formato -más pequeño que el resto de obras-. Sin embargo, ni siquiera esta obra está libre de enfrentamiento. «En esta pieza retrato la mesa que tenía en mi casa en Madrid, con pastillas, alcohol... Es un bodegón un poquito trash que refleja los excesos que puede haber en mi vida y contra los que intento luchar para no caer en la autodestrucción. Representa la lucha de buscarse a sí mismo y de encontrar nuestros límites; una forma de dramatizar y de intentar ´echarme en cara´ mi propia lucha. Y como la serie va sobre eso, aquí está la mía», señala.

Y es que Yann Leto se enfrenta al lienzo en blanco como el que salta al ring; se calza los guantes y se pone a golpear. De hecho, asegura que si tiene dudas no desenfunda el pincel. «Si no veo claro el momento de atacar un cuadro no voy a pintar. Yo trabajo con imágenes. De repente me puede ocurrir algo, puedo ver algo que me llama la atención, y al día siguiente estoy en el taller a las ocho de la mañana. También por cuestiones personales: tengo poco tiempo y cuando voy al taller tengo que ir a matar», explica. Por eso, con la pintura fresca todavía, reconoce al término de la entrevista que todavía anda «dándole vueltas al discurso», un síntoma que demuestra que el francés, incluso cuando «pinta por pintar», se deja dominar por la visceralidad y por el enfrentamiento, como un púgil en la equina del cuadrilátero esperando a que suene la campana.