La artista contemporánea Rosana Sitcha (Cartagena, 1981) exhibe una colección de pinturas donde el retrato y los elementos de la naturaleza son la clave para llevarnos por sus estados esenciales.

Licenciada en Bellas Artes, su proceso creativo comienza con una idea y cada cuadro la guía, casi de manera inconsciente, hacia un gran proyecto. Es lo que ocurre con Elementales: de lo material a lo emocional, iniciado en 2010 y formado por casi sesenta obras, donde el agua, el aire, la tierra y el fuego se convierten en escenas de soledad y de meditación.

En sus retratos establece una consonancia de colores análogos, tanto en la luz como en la sombra, mediante la que obtiene gamas armoniosas que equilibran la composición. Si en Frágiles evoca la idea de fragilidad inspirada en «esos instantes en los que las burbujas aparecen en el agua y se disuelven de inmediato» -a través de la representación de rostros de mujer sumergidos total o parcialmente en el mar en calma-, en Volátiles presenta la figura femenina con el cabello en movimiento y fondos blancos que «evocan la transparencia del aire». Para Terrenales e Incandescentes crea diferentes texturas mediante la combinación de colores, mientras que en Anónimas sumergidas el elemento de la antigüedad clásica llega a restar protagonismo a la representación del rostro.

La exposición, comisariada por Juan García Sandoval, ha contado con la participación de las escritoras María Teresa Cervantes, Natalia Carbajosa, Mati Morata y los autores Juan de Dios García y Antonio Marín Albalate, cuyos textos definen cada una de las series, caracterizadas por el realismo de las creaciones -realizadas en acrílico sobre tabla- y la luz como fuente de inspiración.

Junto al retrato femenino, el paisaje urbano es otro de los temas centrales de la producción de la artista, que, a través de la utilización de la luz y el color, capta la mirada del espectador con altos contrastes, a la vez que busca valores tonales para conseguir equilibrio.

Nos adentramos en el «laberinto de sueños» de Rosana Sitcha, tal y como escribe el periodista Enrique Arroyas, para conocer este proyecto que, con gran ilusión, ha presentado en su ciudad natal.

¿Cómo surge la idea para este proyecto?

Necesitaba dotar al retrato de un punto de vista diferente, de personalidad, y así nace la idea de unir los cuatro elementos de la antigüedad clásica a la representación del rostro femenino. Comencé con las series de agua y aire, Frágiles y Volátiles, y he continuado con Terrenales e Incandescentes, dedicadas a la tierra y al fuego. En Anónimas sumergidas he dado un paso más; la concepción del retrato se mantiene pero de forma más sutil, otorgando protagonismo al elemento.

Hábleme del espacio expositivo.

El proyecto, iniciado en 2010, se diseñó para que cada serie conectara con la siguiente, manteniendo un discurso lógico. Las salas del Palacio Consistorial y del Museo del Teatro Romano permiten dedicar cada espacio a uno de los elementos, que presentan sus propias características, y, a la vez, relacionarlos entre sí.

¿A qué características se refiere?

En la parte de Terrenales, las manos debían estar presentes. El sentido del tacto es muy importante en estas piezas; constituye un elemento definitorio. En la colección dedicada al aire, quería que los cuadros mostrasen ese elemento de forma muy significativa, aunque inicialmente solo fuera un pretexto para seguir haciendo retratos. La idea aquí es mostrar el aire con el cabello en movimiento.

Y en Frágiles , ¿qué desea transmitir?

Una sensación de calma, de tranquilidad, de sutil emoción; por ello todas las modelos se representan con los ojos cerrados. Sin embargo el espectador es quien completa el sentido de la obra a través de su propia experiencia, de sus sentimientos. De hecho, hay personas a las que un rostro emergiendo del agua les genera cierta sensación de agobio y esa interacción es importante porque aporta un sentido diferente al mismo cuadro.

Es un proyecto bastante amplio, ¿cómo consigue innovar?

Intento buscar encuadres muy diferentes. Cuando llevas tanto tiempo trabajando en un mismo proyecto necesitas que las piezas se diferencien unas de otras, en los formatos o en la manera de representar un mismo elemento. En Frágiles XXIV, por ejemplo, el formato del retrato es diferente a los que venía utilizando. En el cuadro titulado Frágiles XXVI -imagen más representativa de la exposición-, el mar ya no presenta tonos azules o verdes, sino que se oscurece, porque lo que se ve es el fondo de la arena de la playa.

¿Qué significado tiene para usted el color?

A través del color voy generando diferentes texturas, como ocurre en Terrenales. En Frágiles, los azules y verdes son muy significativos porque me he inspirado en esos instantes en los que las burbujas aparecen en el agua y desparecen casi de inmediato. Para Volátiles, el fondo blanco evoca la transparencia del aire y en Incandescentes, predominan los colores cálidos sobre fondos oscuros porque lo interesante es mostrar la fuerza de ese elemento.

¿Qué formato prefiere para trabajar?

Me gustan los formatos grandes, pero también necesito utilizar los pequeños para experimentar. Ambos tienen la misma importancia porque lo esencial es expresar la idea de la mejor forma posible.

¿Cómo elige lo que va a representar?

Hago muchísimas fotos -entre 300 y 400, de las quizá no me sirvan más de diez-. A veces, dependiendo del elemento, es difícil captar lo que quieres, sobre todo en agua y fuego, que están en constante cambio. Tienes una idea en la cabeza pero a la hora de ejecutarla te das cuenta de que no es lo que estás buscando. A nivel compositivo no recreo la fotografía tal cual, sino que cambio el encuadre, combino varias fotos; le aporto un significado propio a la pintura.

¿Puede hablarme de su proceso creativo?

Para realizar la obra hago un dibujo muy detallado. A la hora de pintar utilizo acrílico sobre tabla y siempre empiezo por la mirada, porque considero que es aquello que tiene mayor importancia -en el paisaje urbano comienzo por el elemento que considero el centro de atención del cuadro-. Conforme avanzo, una parte está totalmente hecha y el resto del cuadro sigue en blanco. Va creciendo de dentro hacia afuera. También hay elementos que necesitan más materia, más empaste, como la tierra, y otros que son texturas más ligeras, como el agua.

¿Se ha producido una evolución en su técnica?

Sí, porque cada vez intento ir hacia planteamientos mucho más realistas. Es lo que pretendo ahora. No sé si en un futuro seguiré esta línea o me iré a la abstracción. Eso no se sabe porque las ideas van surgiendo del trabajo constante y es entonces cuando percibes tu evolución. De hecho, ahora he utilizado fotografías que hace ocho años había descartado porque en ese momento no era lo que buscaba.

¿Hacia dónde viran sus proyectos?

La colección de los elementos está muy trabajada y cerrada. Creo que ya no puedo aportar nada más desde este planteamiento. Ahora me he centrado en Anónimas sumergidas para jugar con el concepto del anonimato. Sigue siendo pintura realista, con tintas planas, unas más saturadas que otras, pero el elemento ha adquirido mucho más protagonismo que la persona retratada.

¿Cómo ha expresado esta transición?

El cuadro Anónimas sumergidas I, donde la modelo tiene parte de la cara dentro del agua marca este cambio. Hay dos formas de representación en esta serie: una, donde la cara de la modelo está fuera del agua, está emergiendo, y yo la contemplo desde dentro del mar; y otra, donde la modelo tiene el rostro totalmente sumergido y la que está fuera del agua soy yo. Hay una dificultad añadida porque no podía representar la carne; el retrato está más difuminado. Ha sido todo un reto.

¿Cómo entiende la pintura?

Es una pasión, pero para representar algo necesito sentirlo primero. También hay ocasiones en las que intentas transmitir una idea, un concepto, y no lo consigues. No es algo que puedas controlar. En esencia, a través de la pintura no solo expresas conceptos, sino emociones y sentimientos.