La pianista y vocalista brasileña Eliane Elias y su banda crearon durante su concierto una atmósfera magnética y divertida, explorando la tradición del alegre y percusivo samba -celebra su centenario- y la bossa, el ritmo de baile brasileño más y auténtico. Fue una fiesta de música brasileña a buen ritmo: también cantó bossa nova pisando el acelerador.

El sonido de Brasil llegó imbuido del carácter del jazz americano, pues Eliane Elias lleva toda su carrera entremezclándolos en mayor o menor medida, y en su concierto casi borró las líneas separadoras. Tocando temas rápidos durante casi todo el concierto combinó las cadencias rítmicas brasileñas con el espíritu robusto y las armonías intrincadas de la improvisación jazzística: ritmo contagioso con mucho espacio para la improvisación. Con maneras de diva cinematográfica, apareció en escena voluptuosa y sensual moviendo su larga melena rubia, y pidió que nadie le sacara fotos.

Eliane desprendió glamour desde antes de sentarse en la banqueta del piano. Conocida desde hace décadas como formidable pianista, en años recientes su faceta como cantante se ha convertido en una parte igualmente importante de su música. Se presentó acompañada de su marido Marc Johnson -una leyenda del jazz: fue el último contrabajista de Bill Evans y tocó con Stan Getz-, el baterista Rafael Barata y el guitarrista de Sao Paulo Rubens de La Corte.

La mayoría de los pianistas, cuando tocan samba, siguen al batería, pero Elias, si quiere, lleva el ritmo. Sus dos manos trabajan rítmicamente. Aunque mantuvo su voz seductora y su piano centelleante dentro de la expresión más convencional, su mérito radica en ser embajadora de la música de su país natal, difundiéndola con éxito por todo el mundo, y sigue siendo capaz de darle una sensación novedosa a la labor de procurar el encuentro de Brasil con el jazz.

Abrió la velada dirigiendo su trío en una versión de Brasil, de Ary Barrroso, recordándonos la base clásica de su formación pianística. Muchos pianistas de jazz despliegan melodías y arpegios con una velocidad comparable, pero no siempre con la profundidad y la belleza de tono de Elias. Si se añade la empática colaboración con el contrabajista Marc Johnson, y los ritmos palpitantes del batería, tenemos un trío con corazón brasileño y músculos americanos.

Bastante del repertorio procedía de Dance of Time, el último álbum de Elias, que ganó un Grammy la noche anterior y cuya alegría pareció marcar este concierto, empezando por la avalancha de sonidos de Sambou Sambou, del compositor y pianista brasileño Joao Donato, que captura su faceta traviesa y juguetona, y que Elias enfatiza con el timbre luminoso de su voz, el tono melódico de su piano y la sencilla vitalidad de sus ritmos (el personaje de la canción, 'al escuchar el tamboril ya no se interesó más por el cha cha chá'). Inclinada sobre su piano, lanzaba acordes en ´staccato´, como sucedió en Rosa Morena de Dorival Caymmi (ella hizo la versión Rosa rubia) arrancándose a bailar mientras cantaba. ¿Quién puede cantar una canción sexy mientras baila derrochando sensualidad, y luego sentarse al piano y tocar un solo que rivalizaría con McCoy Tyner? Elias podría ser el mejor ejemplo de la musicalidad del jazz brasileño. Pero no solo es su habilidad técnica, sino también su amplio espectro, y luego está su voz. Nada de gritos frenéticos, solo esa encantadora voz de alcance medio como la de Astrud Gilberto, familiar, sensualmente brasileña, y tan efectiva.

En su actuación recuperó algunos de los temas más famosos de aquella bossa nova que cumplió hace no mucho cincuenta años, pero que sigue muy viva y cada vez más popular. Precisamente Chega de saudade fue la canción que, según los historiadores, dio origen al movimiento y de la que Eliane ofreció una versión canónica. Lo mejor llegó hacia el final con Desafinado de Jobim, a trío y sin guitarra, rehecha como una fantasía construida sobre múltiples bases y varios cambios de tempo. La suntuosa apertura al piano reveló su conocimiento del vocabulario musical de dos maestros: Art Tatum y Bill Evans. Cuando los músicos se unieron a esa textura instrumental, ofrecieron rigurosa improvisación jazzística, con el solo de Johnson al contrabajo tratado casi como un cello tan sorprendente como poético. Destacó también el batería Rafael Barata con su redoble seguro, mucho ritmo, un volumen de sonido muy ajustado y sin afán de protagonismo, lo cual es muy de agradecer en los percusionistas.

Pedirle al público que colaborara en La garota de Ipanema durante el bis, quizás no fue lo más original de la noche, pero desarmaba oír suspirar a toda la sala al unísono, como señalando la universalidad de los sonidos brasileños de una época determinada, aunque está música nunca caduca, y en manos de Elias casi parece nueva. Hasta los más intransigentes reconocerán que la espontaneidad pianística ilumina su música a cada momento, con la sensualidad del samba siempre planeando, suave como seda líquida. Lejos de la mera nostalgia, lo mantiene vivo con sus arreglos audaces y contemporáneos.

Un recital íntimo

Un recital íntimoAntes, María Arnal y Marcel Bagés ofrecieron un recital íntimo que arañaba hondo, con un trabajo que recupera las músicas de tradición oral, la memoria como espacio y bien común, lleno de fuerza y de ternura.

El dúo llegaba con 45 cerebros y 1 corazón, un disco que incide en el rescate de grabaciones de campo, apelando a músicas sencillas y cotidianas. Herederos de la tradición mediterránea, entre el folk y los cantautores comprometidos, como si El Niño de Elche descubriera al folclorista Alan Lomax. Apostando por el castellano y el catalán, María y Marcel actualizan la cançó utilizando elementos del pop, tanto en la elección de los instrumentos -guitarra eléctrica, loops, etc.-, como en su apuesta por la heterodoxia.

Hablar de los tabúes es importante, y la cosa va de corazón: dos sillas, un micro, tres guitarras y un montón de pedales son las herramientas de esos artesanos de la canción, que echan mano de melodías y estructuras tradicionales, pero con letras del presente. María, como si galopara a lomos de su silla, y Marcel contorsionándose y sacando chispas a sus guitarras (hubo momentos en que empleó sólo sus efectos), interpretaron a Ovidi Montllor en la sobrecogedora A la vida; Canción total sonó envuelta en pop costumbrista; a jota galáctica sonó Tú que vienes a rondarme , Ball del vetllatori (relato del velatorio de un niño) se mueve entre habanera y blues, y en La gent, valiéndose de las frases del poeta Joan Brossa, recordaron la fuerza que tiene la gente cuando se une. Las comparaciones, siempre ociosas -que no odiosas-, con Silvia Pérez Cruz y Refree en aquel Granada, son inevitables. Vuelve la canción protesta.