El programa doble lo inició Jay Jay Johanson, el crooner que vino del frío. Desde la gélida Suecia sorprendió a mediados de los noventa con su ambigua y delicada voz y su particular sensibilidad a la hora de escribir letras, factores que lo convirtieron en sucesor de los mejores baladistas de la música pop. Esta suerte de Sinatra posmoderno retomaba las lecciones magistrales de Portishead y Massive Attack a cuenta propia, inyectando generosas dosis de lirismo y romanticismo a los ambientes de bandas sonoras que tanto le gustan. Han pasado más de 20 años y parece que no se haya movido demasiado del punto de partida. Quizá suena menos deprimente y oscuro, pero no por ello más feliz: una especie de tristeza venenosa, aunque ya no sientes tantas ganas de suicidarte, y eso es porque la habitual tristeza del sueco se mezcla con ocasionales dosis de vibraciones positivas.

Un concierto de Jay-Jay Johanson siempre es igual , con el mismo, invariable, estado de ánimo, y a los fans les encanta. Habita en la melancolía regodeándose en una tristeza que no es incompatible con ritmos bailables. Quizás él se cure así las heridas. Pero los fans de toda la vida pueden estar tranquilos, y los que le pedían algo más, pues tampoco es que se fueran disgustados. Las canciones siguen supurando melancolía marca de la casa, pero, a la vez, incorporan elementos nuevos. El caso es que, aún concentrado en el micro, parece disfrutar cantando sus clásicos (´It Hurts Me So´, ´Believe in Us´€) y también canciones más recientes. Empezó con ´I Love Him So´ del album ´Opium´, con reflejos del viejo trip-hop; sonó ´Dilemma´ con su ritmo marcado y acompasado, luego ´Escape´: más épica en sus gritos; también ´Far Away´, ´She´s mine but I´m not hers´, y la inspirada balada ´On The Other Side´, que lo sitúa ya como un compositor maduro, casi más cerca de un creador de standards, para seguir presentando algunas piezas de su disco ´Bury the hatchet´ e ir alternando con otros temas de su carrera.

Johanson excluye las sorpresas. Despliega el (des)ánimo que se espera de él. Canta las canciones que has ido a escuchar, y las nuevas apenas se desvían de la dirección. Acompañado de sus fieles Magnus Frykberg -sofisticado a la batería- y Erik Jansson al piano, teclado y demás cacharrería electrónica, demostró su capacidad para emocionar con una voz envolvente y elástica, de sereno romanticismo. Sedujo con su timidez, entre claroscuros. Es un intérprete emocional, un estilista melódico; filtra sus sentimientos en atmosféricas composiciones de trip hop soñoliento y aroma jazzístico. Y su público lo ama: no sería extraño que alguien llorase con ´Paranoid´, sobre el miedo de perder a la persona amada. Johanson terminó bajando de un salto desde el escenario y se puso a estrechar las manos a los espectadores de la primera fila, que no dejaban de ovacionarle.

Nada como ser un músico con talento y además gustarle a un cazatalentos, el gran Gilles Peterson. José James es una de las figuras de Blue Note, interceptado por los radares de los aficionados a las negritudes sonoras y las voces insinuantes, capaz de tomar prestados diferentes aspectos de la música negra para crear su propio estilo -gracias a la influencia de leyendas como John Coltrane, A Tribe Called Quest o Thelonius Monk por citar unos pocos-, sin necesidad de copiar.

En esta nueva visita al Cartagena Jazz, James ofreció nuevas pruebas de que es uno de los cantantes de jazz más innovadores y creativos de la escena actual; o lo era, porque ahora parece que persigue con denuedo el éxito comercial. Su último álbum, "´Love in a Time of Madness´, explora el soul, el r&b y el funk de fines de los 70 con un sonido contemporáneo que apunta al gusto de un público más amplio. Su éxito no se ha construido solo a base de golpes de modernidad, sino que se asienta sobre un profundísimo respeto a las raíces de la música negra -a las que el barítono de Minneapolis les imprime un tono más picaresco- y, por ende, del pop.

Sus músicos, de gran talento y con una energía arrolladora muy bien canalizada, tuvieron al público encantado con los ejercicios vocales del artista. Prescindiendo de guitarrista, James se acompañó de un teclista, un batería y un bajista -los grababa con su móvil cuando improvisaban- que tendieron una red creativa, en constante mutación, alterando los tempos y alargando las piezas casi como en una jam session, plagadas de ritmos urbanos mezclados con soul. Cuando él improvisa sustituye el acostumbrado scat por un estilo derivado de la técnica dj: toma fragmentos - palabras y frases - del tema y los recicla, lanzándolos al aire y repitiéndolos desmenuzados, como si estuviera scratcheando.

James está a años luz del enfoque relamido y trillado de muchos intérpretes americanos; explora y tensa los géneros del mismo modo que sus recursos vocales: al extremo, improvisando, haciendo un scat moderno, añadiendo a algunos standards un toque de flow. Dominaron los desarrollos instrumentales sutiles, más espirituales que voluptuosos, donde el teclista abría frecuentes espacios propios alimentados de notas impresionistas. Ahí, James entraba y salía difuminando su protagonismo y jugando con sus propias creaciones a tiempo real. Lo más destacado seguramente fue su emocionante medley de canciones de Bill Withers, centrado en ´Ain´t no sunshine´. Lo peor, cuando se colgó la guitarra al hombro y mostró su faceta de cantautor; también cantó una versión de Bowie (´The man who sold the world´). Da la impresión de que aún duda en qué lado moverse, y parece tan virtuoso vocalmente -con una serie de ideas interpretativas que asombran-, como perdido cuando aspira a convertirse en un cantante pop que seduzca a las jovencitas y que no termina de dejar atrás lo de ser una joven promesa.