Personaje particular donde los haya, Kuki Keller -anteriormente conocido como Kuki de El Varadero, el emblemático bar de La Movida en Lo Pagán- ha abierto un nuevo camino en su trayectoria vital. Y lo ha hecho a base de pinceladas de color, el amor de sus amigos y una vuelta de tuerca cargada de ingenio a un problema matemático.

Cuenta Ángel Haro -y corrobora su autor en palabras a esta Redacción- que la cosa surgió como un remedio contra el aburrimiento. «Kuki pasaba los días aburrido, esperando a que llegara la noche a su torreón parisino, y recibir una vez más a la fauna de noctámbulos sedientos de fantasía que acudían a la llamada del artista. Hasta que un día Kuki descubrió el sudoku, una suerte de puzzle matemático con el que podía calmar esas horas de espera», asegura su colega pintor en unas líneas escritas para la ocasión. Y la ocasión es la visita del artista a Murcia -recordemos que hace algunos años cambió el Mar Menor por la Ciudad del Amor- para mostrar a sus compatriotas, por primera vez, los resultados de ese camino plástico y tardío -tiene 65 años- que la capital francesa le animó a tomar.

«Yo era un enamorado de los crucigramas del El País, y cuando salieron los sudokus aluciné», recuerda Kuki, al otro lado del teléfono. Cuando el reto numérico se agotó para él fue cuando todos esos años rodeado de creadores en El Varadero, en los locales de la costa y en su propia casa se condensaron en una idea; idea que, ante las alabadoras críticas que recibía y el ánimo de sus allegados, acabó cristalizando en los ´sudokukis´, que esta tarde (20.00 horas) presenta en La Aurora.

«Empecé a pintarlos con colores, y Miguel Ángel Campano me animó a seguir haciéndolos. La embajadora de Cabo Verde, muy amiga mía, también los vio y me pidió que le hiciera uno, y así otro, y otro... Así que se me fue la cabeza y empecé a hacer sudokus para la Ópera de París, para el Pompidou, etc.», recuerda Kuki, para quien estos retos de ingenio y color son «un vicio». «Empecé con ellos también para no estar todo el día en la calle, que París es muy cara», señala con sorna.

Sin embargo, fue precisamente la calle la que acercó su obra al gran público. Kuki Keller exhibió sus creaciones en salas de la capital francesa como Le Jour de la Sirène, Le Rose Thé, Mojito Lab, Le Petit Keller, Pause Café, Paris Lisboa, Chez Celeste o Des Artistes -«En una de ellas les gustó tanto que estuve un año y pico», añade-, pero una aciaga tarde de noviembre de 2015 sacó sus obras a la plaza del Centro Pompidou. Ya tenía pensado hacer una actuación así, cuenta, pero el ataque yihadista a la sala Le Bataclan -a doscientos metros de su casa, en la calle Keller- acabó por animar a Kuki a poner sus piezas a la vista de todos los que paseaban por aquel céntrico espacio parisino poco después del atentado, «como un acto de libertad frente a la barbarie, como un canto de Marsellesa en mitad del silencio», apunta Haro.

Su valentía le dio notoriedad mediática en la ciudad, más de la que ya gozaba este carismático personaje, anfitrión de grandes fiestas, dj y, hasta hace poco, «artista sin obra». «Cuando llegué a París todo el mundo me decía que era artista, y yo les decía que no hacía nada, pero la gente insistía en que era un ´artista sin obra´. Pero bueno, al final todo se pega, y empecé a hacer fotos, montajes con música, y ahora esto», explica.

Sin embargo, y pese a la gran acogida de su obra y el cariño que siente por su tierra, ha tenido que aparecer en escena el serígrafo Pepe Jiménez -de nuevo, un amigo- para que sus ´sudokukis´ lleguen a la Región. «Él fue quien me hizo comprar las telas y el que habló con Ángel Haro y con todo el mundo. Me dijo que tenía que exponer aquí, así que un poco es gracias a él. Por eso se la dedico». ¿El resultado? Una muestra con una gran pieza de 7,20x1,80 metros, una serie de las que expuso en París y un juego de menor formato.

Eso sí, avisa: su nueva faceta de artista (´con obra´) no ha desplazado al Kuki Keller anfitrión de grandes fiestas o al Kuki Keller dj. Ambos conviven en armonía, «porque la gente lo que quiere es fiesta». De hecho, en noviembre volverá a subirse al barco de unos amigos italianos -con los que hace un tiempo, cuenta, llegó a la Isla de Pascua, a las de Robinson Crusoe, fue atacado por los piratas somalíes y tuvo «follones» en el Mar Rojo- para cruzar el Atlántico. Y espera volver a tierra para Navidad, porque ya ha quedado con «unos diez amigos» en su casa para pasar juntos la Navidad, y quién sabe si hacer más sudokus.