Laura Vera Martín (Murcia, 1987), es una excelente narradora, inteligente y compleja, y buena prueba de ello es que su colección de relatos Los buenos imperfectos ha obtenido el prestigioso premio de narrativa Federico García Lorca, que la Universidad de Granada destina a jóvenes escritores estudiantes universitarios. Los relatos, que acaban de aparecer en un volumen publicado en la colección La Madraza de la propia Universidad de Granada, muestran con claridad la fortaleza de una escritora capaz de crear, en el breve espacio del género cuento, argumentos que abordan personajes y sucesos surgidos de una realidad insegura. Con facilidad supera Laura Vera Martín los límites del género y las soluciones realistas para bordear una estructura argumental que supera lo habitual para integrarse en representaciones de gran originalidad.

La publicación de la colección completa permite al lector advertir, en primer lugar, una sólida cohesión entre argumentos y personajes, podríamos decir un estilo forjado en las constantes superaciones del realismo más cotidiano y vulgar hacia espacios propios del realismo mágico, del tráiler psicológico e, incluso, de la novela negra para mostrar siempre lo indecisa y asombrosa que puede llegar a ser la existencia y lo sorprendentes que resultan algunas soluciones y consecuencias argumentales.

La propia Laura Vera ha estructurado su colección con una cierta sabiduría narrativa, ya que entre los seis relatos autónomos va entreverando unos intermedios, titulados Diálogos amorosos, que intensifican sucesivamente los niveles de hiperrealidad que la autora quiere distribuir en las dosis adecuadas al resto de los cuentos. Tales intermedios se estructuran de forma inversa a la de una composición musical, de manera que empiezan por la coda, siguen por el interludio para llegar al aria y terminar con la obertura, lo que, en todo caso, acentúa la complejidad de tal disposición envolvente en forma de armadura o andamio narrativo.

Los relatos autónomos vienen titulados, en casi todos los casos, lacónicamente, a veces con el nombre del protagonista o de la protagonista. Un relato especial no sigue esta norma, el titulado Esto no es ciencia ficción, cuyo adverbio de negación aparece en el título tachado, sin duda porque la autora vacila al mostrar la realidad de la vida contemporánea, sujeta al trastorno general y abatimiento psicológico colectivo producido por la sociedad de la información y la tecnología, como si quisiese expresar, en los estrechos límites del relato breve, un definitivo gesto de incomprensión y perplejidad ante tamaña deshumanización universal.

Obsesivas y perturbadoras son igualmente las historias, vivencias y reacciones de otras criaturas de ficción creadas para mostrar la desolación y el desamparo que puede llegar a sufrir o experimentar dolorosamente un ser humano ante la incomprensión de su entorno. Así sucede en El madero, con su trágico y mítico simbolismo final, o en Doctor Friedrich, con la pertinacia de un mundo inverso reiterado y desesperante; mientras que en Farmacia la soledad y el aislamiento ante un determinado entorno social pude llegar a producir fatal abatimiento.

Son, todas ellas, por tanto, criaturas descarriadas que tratan de asumir su papel y su destino en un mundo insolidario y distante. Deshacer vendría a representar muy bien la perplejidad de la incomunicación y el relato final, el mejor de la colección, titulado aún más lacónicamente Eva, culmina esta visión de tantas representaciones vitales unidas por una cohesión argumental y estilística muy sólida que debe ser una vez más destacada.

No estaría completa esta noticia de Los buenos imperfectos si no se aludiese a la capacidad de la autora para construir unas historias con una gran solidez de estilo y una notable capacidad para traspasar lo real y trascender hacia espacios más complejos de perplejidad psicológica. Cualquiera de los relatos reviste autenticidades literarias que se revelan sobre todo porque muchas de las protagonistas de los cuentos, casi en todos ellos, son mujeres que, en definitiva, afirman su verdad frente a un mundo hostil e incomprensivo, algo que forja las tendencias de un estilo que se mantiene de principio a fin.

Quizá por eso, por aquello de lo complejo de las relaciones humanas, los Diálogos amorosos entreverados en la estructura general de la colección juegan un papel que confirma resoluciones frente a la estabilidad emocional de las protagonistas, que toman iniciativas, cuando les es posible, de indudable valentía personal y humana. Son, en todo caso, lecciones de vida y reflexiones sobre la convivencia de los seres humanos que, en todos los casos, desbordan la realidad cotidiana para trascender a espacios más exigentes y, sin duda, sobrecogedores para el absorto lector. Todo ello augura nítidamente un futuro muy esperanzador a Laura Vera Martín como narradora inteligente e imaginativa.