Atraviesas el Mar Menor en un ferry y desembarcas en el Puerto Tomás Maestre; ahí se traslada el escenario del Jazz San Javier para esta sesión especial (la más alejada de su sede). La experiencia del año pasado con Ray Gelato fue muy gratificante, y las expectativas sobre Sammy Miller & The Congregation eran altas. Es uno de esos conciertos de entrada libre para todos los públicos con los que disfrutar y descubrir la magia de la música, el jazz o cualquier estilo o género. Pero, sobre todo, disfrutar de ese bien abstracto tan escaso y amenazado por la crisis: la cultura.

El baterista y cantante Sammy Miller lidera este grupo de jóvenes que hacen lo que denominan 'joyful jazz'. Era la primera vez que actuaban en España, y aunque el asunto va de pasarlo bien, de reír, lo cierto es que Sammy Miller se toma en serio su responsabilidad como músico de jazz. Ellos se concentran en ganar conversos recurriendo al circo si es necesario. La vida es dura, y su esfuerzo por procurar 90 minutos de entretenimiento se agradece.

En la Congregación están el saxo tenor Ben Flocks, el trombonista Sam Crittenden, el trompetista Alphonso Horne, el pianista David Linard y el contrabajista John Snow, que no paran quietos ni un minuto. Tan pronto los ves en el escenario como aparecen detrás del público o subidos a una embarcación fondeada en los alrededores. Estos tipos le echan intensidad a cualquier situación. Casi todo el rato es como el gran final del circo, donde salen todos los artistas a la vez con las luces y la música a tope.

El sonido está en contacto directo con las tradiciones que formaron el jazz; se dirigen con una visión populista y todo tipo de artimañas a los no aficionados: si no lo han escuchado nunca, tiene que ser algo que les llame la atención y corran la voz, deben pensar. Tocan un jazz divertido, que hace sentirse bien. Un estilo que entretiene, enriquece y sobre todo te levanta el ánimo, y así Sammy Miller & the Congregation se proponen implicar al publico del jazz en una dimensión serena y euforizante.

El espectáculo empieza, y Sammy -director, batería y cantante- sale solo cantando That Lucky old sun, una versión de Louis Amstrong, sobre las fatigas y dificultades de la vida del cantante. Luego sale el pianista, y se les suma también el contrabajista, y se bajan del escenario a estrechar manos.

El espectáculo mezcla buen hacer musical con improvisación y performance. Las ocurrencias son a cuál más disparatada. En un número aparecen como si Sammy escuchara la radio moviendo el dial; luego salen los tres metales; la gente no tarda en reírse, en aplaudir y sonreír ante cada ingenio de la formación. Podría decirse que es Jazz con sorpresa.

Otra canción empieza con un patrón de tamborileo. Luego todos los miembros de la banda lanzan un grito gutural; más tamborileo, otro grito, y todo vuelve a empezar. El público se hace eco con entusiastas "¡yeahs!" mientras el trompetista Alphonso Horne toca a todo volumen llamativas frases melódicas. No habrían hecho falta sillas en este concierto. Lo que esta banda hace no es jazz cool de postguerra con gafas oscuras; esto es jazz festivo, que se remonta a los años veinte y treinta, jazz estridente y descarado, de mover los pies y bailar, con el despendole animado de un desfile callejero en Nueva Orleans. Alegría pura sin adulterar, inconsciente, atolondrada.

Sammy Miller And The Congregation tocan 'de verdad': entregándose por completo a la música y viviendo en ella. El jazz tiene muy pocas fronteras fijas, y este grupo de jóvenes las traspasa todas. Se han impregnado en las raíces y ofrecen versiones de standards de jazz, desde el Lil´ Liza Jane de las brass band de Nueva Orleans -donde despegan del todo, convirtiendo una pieza normalmente rápida en una locomotora sin frenos que va a descarrilar en cualquier momento- al espiritual 'Swing Low sweet chariot', Ain't Misbehavin', un medley del Duke, o What a wonderful world.

Con ese nombre, sobre todo por lo de Congregation, podría pensarse que se trata de una agrupación de gospel con toda su severidad y togas de tabernáculo. Nada más lejos. Más parecen un grupo de jóvenes que recorre el mundo ganando de lo que tocan. Con un punto de gracia yanki que a algunos no les va, lejos en todo caso de la ñoñería de 'Viva la gente', con una misión: tocar canciones con las que transmitir felicidad. Porque ese dicen que es objetivo: poner una sonrisa en la boca a través de sus actuaciones músico-teatrales.