En el sexto acto de su abono, con su público habitual, la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia volvió a actuar muy aumentada, con veinte instrumentistas de cuerda más, diecisiete pertenecientes, según el programa de mano, a Cammerata, agrupación privada que no es la primera vez que refuerza a la pública, lo que aumenta la masa para determinadas obras y mejora la calidad de la sección, y tres de otras procedencias. Ni es la primera que se traen de fuera instrumentistas de viento, ahora dieciséis, percusión, y demás, para ampliar o cubrir lo que falta: una flauta, un oboe-corno inglés, un clarinete, un contrafagot, dos trompas, dos trompetas, una tuba, cuatro o cinco, según, percusionistas, más dos arpas, y un teclista para piano y celesta. De los 82 instrumentistas actuantes, sólo 45, quizás oficialmente 49, pertenecían a la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. Aumentos que se supone que costarán dinero público, del erario, y que, por su frecuencia, pues casi siempre actúan más de esos 45 (o 49) efectivos, da la impresión de que no encuentran trabas. Ojalá los colegios, la universidad, los centros de salud y los hospitales, gozaran de la misma facilidad para ampliar sus plantillas, o las prestaciones sociales, verdaderamente necesarias, para aumentar sus asignaciones.

El concierto comenzó con Intermezzo y Danza, de La vida breve, de Falla, en interpretación poco caracterizada, con más ímpetu que agitación, movimiento poco reprimido, y con unos fortísimos demasiado estruendosos.

En el Concierto para piano en Sol mayor, de Ravel, partitura recortada en instrumentos de metal, creo que estuvo lo mejor de la sesión. Judit Jáuregui (San Sebastián, 1985) realizó un trabajo más completo que en su visita anterior. Bien en los movimientos primero y tercero, de tiempos rápidos, mejor en el tercero; y muy bien en el central, lento, con la discreción y la simplicidad adecuadas, graduado, y promediado en el acompasamiento de los ritmos de mano izquierda y mano derecha, en un instrumento, un piano, que no permitió colorear mejor. Con los oportunos recuerdos jazzísticos y la colaboración de la orquesta, con precisas y concertadas partes solistas. Fue premiada con grandísimos aplausos y regaló unos minutos de buen corte chopiniano.

En la Sinfonía nº 5 en Re menor, op. 47, de Shostakovich, ya con todos los efectivos, estos 37 (o 33) refuerzos hicieron que la orquesta sonara con más 'molla' y mejor, incluso los trombones, más diluidos, los de siempre, aunque no acabaran de corregir esa tendencia a lo bronco y estentóreo. Virginia Martínez eligió unos tiempos lentos, en muchos momentos quizás demasiado; faltó vida, la expresión del discurso quedó corta, y la tensión no sólo no progresó, sino que casi no apareció. La dinámica, amplia, propició pianos muy asumibles, pero fuertes muy volcados al exceso. La tensión no es cantidad de sonido, ni la intensidad volumen. Al menos, no sólo. Lástima, porque la ejecución resultó esta vez más que aceptable en ajuste, conjunción y precisión. Los ensayos de directora y orquesta debieron ser fructíferos y aprovechados en eso. Pero, con todo, la interpretación resultó más efectista que interesante o profunda.

Los seguidores de directora y orquesta, fieles e incondicionales, estallaron, como es de ritual, en entusiástica y atronadora ovación.