En uno de los años en los que el paro ha golpeado más fuerte al colectivo del cine, Bárbara Lennie ha estado en el centro de tres producciones de éxito. Ella lo asume con empatía hacia esos compañeros víctimas de una situación que "impide que se puedan armar proyectos de vida, que es lo peor". Gracias a sus últimos filmes, la actriz madrileña tiene lugar destacado en las principales entregas de premios.

Ha sido la amante sinuosa de Mercedes Sampietro en 'Las furias', a las órdenes de Miguel del Arco, su padrino escénico, dama del noir y moderna vampiresa en 'Contratiempo', junto a Mario Casas, y treintañera en crisis existencial "de las que descubren tarde que su vida no va a ser como pensaban" en María y los demás, que le ha valido su cuarta candidatura al Goya. Hace dos años logró dicha estatuilla por la inquietante 'Magical Girl'. En la carrera de esta intérprete nacida en la primavera del 84, de belleza misteriosa y algo burlona y hablar rotundo, destacan directores de la vieja guardia como Almodóvar y Uribe, a los que pronto se unirá Díaz Yanes, con quien acaba de filmar Oro en tierras americanas. Pero también hay lugar para Jonás Trueba, Daniel Monzón, Carlos Vermut o Isaki Lacuesta, de reconocimiento más reciente.

La penúltima -"siempre la penúltima, por favor"- la rueda en Argentina, donde se crió. En Una especie de familia interpreta a una mujer que viaja de Buenos Aires a las misiones para adoptar un bebé, y cuanto le ocurre redefine su existencia completamente.

M: ¿Es actriz de las que aceptan que sus personajes le vuelvan la vida del revés?

B.L: Tanto, no. O mejor, ya no tanto. A veces, sueño mucho con ellos. Pero verte de pronto trabajando en mitad de la selva, donde he aprendido a dormirme en una silla, sin acceso a la mayoría de las cosas que parecen tan necesarias en tu día a día y feliz de ver cómo crece algo tan creativo en lo que participas a tu alrededor, te remueve por dentro. No ocurre con todos los personajes ni en todos los rodajes, pero cuando lo hace…

M: En Contratiempo ha tenido la oportunidad de interpretar a una villana sin escrúpulos. ¿Se disfruta tanto como dicen?

B.L: Sin duda. Si todo el mundo en sus trabajos tuviera la posibilidad de sublimar así todos los agobios y las porquerías que se tienen encima y hacer de eso algo creativo, nuestra sociedad estaría mucho más sana. No digo que el actor lo sea porque entran en juego sensibilidades muy al límite, pero es verdad que tenemos la oportunidad de hacer de mentira lo que no nos atrevemos a realizar en la vida real porque no está bien o porque hace daño a los demás o a nosotros mismos. Llevar eso al extremo, jugarlo sin pudor, es un vicio.

M: ¿Considera el policiaco el género ideal para fabular hasta dónde somos capaces de llegar como individuos?

B.L: El lugar perfecto para eso es la vida real; no hay más que leer los periódicos. Pero el género negro es idóneo porque narra barbaridades que se desarrollan generalmente en un entorno de normalidad. Entre gente que pone el despertador para ir a trabajar y come a las dos, no en un país en guerra, por ejemplo. Ahí están Chinatown o Perdición o la mayoría de los filmes de Hitchcock; con un tono y una mirada ambiguos, llenos de dudas y dobles lecturas, de elemen­tos que inquietan al espectador. Es divertido jugar con esos códigos y aprender a hacer ­trampa.

M: ¿En qué se diferencia el policiaco moderno de esos clásicos que ha mencionado?

B.L: Si es bueno, tampoco en tanto. Salvo aquellos que han perdido la razón, sus personajes suelen ser ambiciosos, ansiosos de poder y de reconocimiento; amorales que creen que están por encima del bien y del mal. Y profundamente cobardes, capaces de cualquier cosa por mantener su estatus y su vida intactos. Esa tipología es muy común. Ahora y hace 70 años.

M: ¿Intentar mantener lo que se tiene no es una forma de conservadurismo? Aquello de "que me quede como estoy…".

B.L: Parece parte de un proceso paralizador, pero, al contrario, se han justificado muchas barbaridades por esa razón. Yo sí creo que hay cosas que es bueno mantener. Tus amores; las cosas que importan en lo afectivo y te hacen sentir bien. En cuanto a lo demás, yo me dedico a algo que tiene muy poco que ver con eso y sí con la inestabilidad; con un estar perdido y en búsqueda constante. En este momento, mi casa está en una maleta, y no sé muy bien hacia dónde voy a ir. Me parece que cada vez nos apegamos más a lo material y a pretender que nada perturbe la estructura segura que hemos creado a nuestro alrededor. Y cuando sales de ahí ves que tampoco pasa nada y que te estabas encarcelando poco a poco. Y eso no me parece interesante.

M: ¿Lo percibe a su alrededor?

B.L: No en el entorno de mi profesión, generalmente, pero sí en la sociedad. Y me inquietan ese conformismo y esa inacción. Estamos viviendo un momento muy oscuro de la historia, muy desconcertante, en diferentes lugares del mundo va todo a peor. Ese es el asunto, que todo puede ir a peor. En España llevamos años con esta dinámica y me pregunto adónde va a llevar. Somos o estamos como paralizados; esto es evidente, pero los pueblos tienen lo que deciden. No todos y no siempre, pero sí de algún modo.

M: ¿Se obvia a la cultura por su capacidad dinamizadora?

B.L: Si se la está maltratando así es por algo. Si no, qué necesidad de tanto desprecio hacia lo que pueda generar. Sin embargo, no creo que, por sí sola, pueda modificar toda una sociedad, pero sí puede inspirar el cambio y participar de él. La cultura es un revulsivo. Mientras más abierta tenga uno la cabeza, mejor podrá analizar su entorno para enderezar lo que no funciona y potenciar lo que nos hace crecer. Una cosa es tener acceso a la información y otra cosa ser capaz de gestionarla, de entenderla bien. La educación y la cultura son las herramientas para eso. Si no lees, si no escuchas, tu manera de estar en el mundo es distinta.

M: ¿Los creadores y los artistas cuidan de ese compromiso que adquieren con la sociedad por el hecho de serlo? ¿Le dedican suficiente esfuerzo?

B.L: En mi caso, tengo muy claro que dedicarme a esto conlleva un compromiso con respecto a mi sociedad, pero por ejemplo, el director y guionista Jonás Trueba lleva a cabo una iniciativa que se llama Cine en curso en institutos de barrios complicados. No es una opción extraescolar. Es impresionante, según cuenta, cómo el hecho de visionar y analizar películas les hace a los alumnos tener una perspectiva mucho más amplia sobre el mundo y sobre ellos mismos; les permite conocerse mejor. Esto no es una fantasía romántica. Es real.

M: Hace ya quince años que rodó su primer filme, Más pena que gloria. ¿Cómo está siendo el viaje?

B.L: Me siento orgullosa de él. Y contenta porque he sido muy cabezota y he estado muy pendiente de que mi evolución como actriz tenga que ver con un conocimiento íntimo, con ir descubriéndome a mí a través de los personajes que he interpretado y que van llegando. Estoy muy feliz y agradecida a la gente que ha ido confiando en mí porque es fundamental. Y he tenido suerte y la suerte de aprovecharla. Cuando rodé Obaba con Montxo Armendáriz prácticamente acababa de empezar. Fue una experiencia vital y determinante: supe que ahí era donde quería estar. Un subidón increíble. Pero cuando acabó el rodaje me fui a mi casa y durante un año no me llamó ni el Tato para trabajar. Aunque me nominaran al Goya, que no sirvió de nada.

M: ¿Y eso cómo se sobrelleva?

B.L: Pues también forma parte de esta profesión ese “ahí te quedas y apáñatelas”. La vida continúa. Entonces conocí el otro lado de mi oficio, que no responde casi nunca a la lógica. Me quedé descabezada. Soy muy trabajadora; es un rasgo que me marca. Me hace sentir bien. Así que me puse manos a la obra. Continué estudiando, hice mi proyecto final de carrera con otro actor, Santiago Marín, y acabamos desarrollando una obra de teatro; generando nuestro propio proyecto. Y gracias a él, conocí a Miguel del Arco y entré en su grupo de trabajo teatral. Tan diferente y tan renovador...

M: ¿Siempre quiso ser actriz?

B.L: No. De pequeña me gustaban mucho el arte y la pintura, pero ahora creo que eran excusas para no enfrentarme a la realidad porque nadie en mi familia tenía que ver con este mundo, no sabía cómo era esta vida y me daba un poco de vértigo. A veces es más poderosa la idea de llegar a ser actor que serlo. Esto tiene que ver con salir por la tele, ganar mucha pasta y tener una vida llena de privilegios. Pero esa no es la profesión a la que yo me dedico. Es otra; yo estoy enamorada de un oficio difícil e inestable. Tampoco sé si querré ser actriz para siempre, pero siempre andaré enredada en el proceso de contar historias, dirigiéndolas o desde la producción.

M: Ahora tiene tres películas en cartel, un Goya en la estantería, vuelve a ser candidata, se ha convertido en la actriz con la que todos quieren trabajar… ¿Cómo apacigua el ego?

B.L: Agarrándolo fuerte y con sentido del humor, aunque me cuesta imaginarme que eso me pueda perturbar. Creo que soy una persona sana y transparente. Y para mi trabajo hay que saber adaptarse, si no, ¿qué clase de actor eres? Hay que disfrutar cuando las cosas van bien, de tener la posibilidad de elegir y de alimentarte de ello, pero me lo curro para que sea lo más natural y orgánico del mundo. No salvo vidas. No soy más que una actriz…

M: A la que ofrecen papeles raros y poco convencionales…

B.L: Y no tengo ni idea de por qué. Creo que lo que pasa es una mezcla de todo, de lo que eres, de lo que generas, de lo que los demás ven en ti. Sí hay propuestas que no acepto porque no sé ser eficaz ni responder a ciertos códigos que en determinadas películas o series te exigen. Yo ahí soy torpe. Odio trabajar bajo presión. Me aburro si no me genera preguntas lo que estoy haciendo. Me han hablado mucho de lo difícil que era mi trabajo en Magical Girl; una mujer tan extraña y trastornada. Pues fue muy sencillo porque todos estábamos en sintonía y sabíamos lo que estábamos haciendo. Y, en cambio, ha habido películas aparentemente más livianas que han sido un infierno personal. Con el tiempo he desarrollado un sexto sentido increíble para los rodajes con mal rollo. Los huelo a distancia.