Juan Pablo Villalobos es uno de los tres finalistas del Premio Mandarache. La obra que le traerá hoy hasta Cartagena -desde las diez y media en el Paraninfo de la UPCT, a las cinco de la tarde en el Museo ARQUA, y a las siete y media en la Fundación Cajamurcia- es Te vendo un perro (2015), una novela que, por medio de las disputas vecinales de un grupo de ancianos de Ciudad de México, explora los caminos de la construcción de la memoria colectiva. El humor, ácido, y un discurso político que redunda en torno a la Teoría estética del filósofo alemán Theodor Adorno, son los ingredientes principales de un libro que ahora queda a merced de un jurado compuesto por miles de jóvenes, lo que para su autor es sinónimo de sinceridad y juicio libre.

Es un autor que siempre oculta en sus trabajos una reflexión mucho más profunda que la mera historia ficcional. ¿Cuál es la de Te vendo un perro?

Te vendo un perro es una novela que trata sobre cómo construimos la memoria social y política de nuestro país, así como también nuestra memoria artística o literaria. En este sentido, había una pregunta que me fascinaba y que era la que me motivaba para escribir este libro: ¿por qué inmortalizamos o recordamos a algunos escritores o artistas y a otros los marginamos? Esa cuestión es la que está en el fondo de esta novela, que surgió de la mano de un pintor magnífico, Manuel González Serrano, con tantos méritos artísticos como Diego Rivera o Frida Kahlo, pero que sin embargo la historia borró.

Ha dicho que fue la primera novela que quiso escribir cuando llegó a Barcelona, pero hasta 2015 no vio la luz. ¿Qué tiene este libro que tantas ganas tenía de narrar?¿Por qué se demoró tanto?.

Cuando llegué a Barcelona en 2003 todavía no había conseguido terminar ninguna novela y ésta iba a ser la primera. Visité todas las bibliotecas de arte que encontré, leí sobre arte y marginación, arte y esquizofrenia -que es de lo que falleció el pintor-, etc. Pero me estaba equivocando, porque lo que me iba a resultar era una novela histórica, y yo detesto ese género. Tardé muchos años en darme cuenta que ese no era el enfoque adecuado, que no quería escribir esa novela, sino utilizar la historia de ese pintor como símbolo para una ficción. Y, de hecho, no fue hasta la tercera o cuarta revisión de la novela -la escribí hasta siete veces- cuando me di cuenta de que Manuel González Serrano no podía ser el protagonista. Y así es como surge la idea de Teo (protagonista y narrador), que vive en un edificio destartalado en la Ciudad de México y que es viejo porque de alguna manera necesitaba que hubiera tenido contacto con este pintor, que murió en los setenta. Por eso se convirtió en una novela de ancianos.

Lleva desde 2003 en España, salvo un pequeño periodo en Brasil, y, sin embargo, Mexico sigue siendo tan importante en sus trabajos como sus protagonistas.

Sí. Las tres primeras novelas que publiqué son estrictamente mexicanas y sobre mexicanos (Fiesta en la madriguera, 2010; Si viviéramos en un lugar normal, 2012, y Te vendo un perro, 2015). La última (No voy a pedirle a nadie que me crea, 2016), en cambio, es una mezcla entre Barcelona, que es donde ahora vivo, y México. Me parecía que después de tantos años fuera no podía seguir escribiendo como un mexicano.

Y aunque prima el humor, deja entrever un México doloroso.

Me interesa la mezcla de lo trágico y lo cómico. En todas mis novelas es así. El narcotráfico, la pobreza, la desigualdad, etc. Y en Te vendo un perro pasa un poco lo mismo.

Otra cosa que no falta nunca en sus novelas es el discurso político. En Te vendo un perro son más que flagrantes las referencias constantes a la teoría estética de Adorno. ¿También ha influido en su vida, como le ocurre a Teo?

Me ha influido mucho y, de hecho, fue clave en la escritura de esta novela. En unas de esas crisis en las que abandonaba una versión para volverla a escribir decidí releer algunos pasajes que tenía subrayados de la Teoría estética de cuando me lo leí en la universidad. Fue entonces cuando me vino la idea del personaje de Teo y de cómo éste utilizaría la Teoría estética para resolver sus problemas domésticos: para matar cucarachas, para espantar a los vendedores, etc. Desatascó la escritura de la novela y quería que se convirtiera en un personaje más. Un pequeño homenaje.

Su último libro ha sido reconocido con el premio Herralde, que en los últimos años ha estado dominado por compatriotas suyos como Álvaro Enrique y Guadalupe Nettel. ¿Pasa la literatura mexicana por un momento de auge?

Sí, pero no solo por los premios. En término de traducciones parece un buen momento para la literatura mexicana. Es difícil decir que diez o quince de los escritores de tu generación estén traducidos al inglés, por ejemplo. Hay un cierto boom.

Ahora se enfrenta a un jurado un tanto particular, el que conforman miles de jóvenes en el Premio Mandarache. ¿Un jurado duro?

Creo que sí. Es un premio que a mí me encanta. Ya he participado en algún certamen parecido en Francia y en Brasil, así que ya tengo experiencia hablando con los chicos; y tienen un juicio crítico bastante libre. Obviamente no han leído tanto como una persona adulta, debido a su corta edad, pero eso los hace menos prejuiciosos. Los adultos tenemos la tendencia de hacer una prelectura, de forjarnos unas expectativas, con lo cual estamos más condicionados antes de abrir el libro. Además, los jóvenes son menos hipócritas a la hora de hablar contigo de tu obra. Me gusta mucho que digan abiertamente lo que piensan. Nunca me ha pasado que un jurado al uso me diga: «A mí tu libro me parece un coñazo», por ejemplo.

¿Cómo ves a los jóvenes lectores de hoy día?

Los índices de lectura están en crisis, y por eso es importante este premio. Hay que revalorar la literatura en la vida de los jóvenes. Que lo incorporen a su vida cotidiana y que no lo vean como algo que solo pertenece a la escuela. Y que se den cuenta de que puede ser tan entretenida como ir al cine y mucho más productiva que pasarse horas en Facebook.