Una muesca más en el revólver, un día más en la oficina. Manolo Belzunce, de profesión pintor, ha vuelto esta semana con su serie Happy Days, tan solo un año después de su Cabaret Souvage. Una vez más, el creador lorquino no se ha hecho de rogar y regresa a las galerías envuelto en el mundo onírico -y «casi abstracto»- de los faunos; un alegato a la felicidad y a la alegría que viene a ilustrar el goce de su autor cuando se encierra en el estudio.

¿Que pretende Happy Days?

Reivindicar una figura mitológica como el fauno. En estos tiempos tan tontos y de tanta repercusión de cosas necias, quiero que se transmita la leyenda de la vida y no olvidar nuestro pasado.

¿Qué simboliza el fauno?

Es como si dijéramos el golfo de la mitología, un personaje que aparece y desaparece cuando menos te lo esperas. Es la libertad, la alegría. Y esta idea ilustra un poco un poco cómo yo hice la serie: divirtiéndome y pasándolo pipa creándola.

Y de ahí el título: Happy Days.

Sí. La cosa es muy festiva. Esto empezó porque encontré un muñequito de mi hijo, un payaso que daba un tartazo. Me recordó a una fiesta, un cumpleaños, celebraciones que se han perdido... Con esta idea empecé a hacer la serie y, de hecho, el payasito sale en uno de los cuadros.

En un pequeño texto que escribe y que acompaña al catálogo se refiere a aquellos que «en tiempos pasados reían como faunos». ¿A quién va dirigido este trabajo?

A la humanidad en sí. Es un concepto mitológico que no tiene fundamento visual ni referencias de que haya existido, por lo que se trata de una reinvención de lo que pudo haber sido cierto.

En una serie un tanto abstracta como esta, ¿cuál ha sido su metodología de trabajo?¿Realiza sus obras sobre bocetos concretos, con una planificación previa, o se deja guiar por el arte?

Trabajo un poco a lo bestia. Tengo en una mesa puestos todos los materiales y voy componiendo sobre la marcha. Hay una cosa que sabemos los que nos dedicamos a esto, los que estamos creando a diario, y que los que se pasan el día mirando a donde se miran no saben: el mismo cuadro te dice a veces cómo tienes que solucionarlo. Te obliga a poner los objetos en sitios determinados. Pero no es como: '¡Coño! Voy a poner esto aquí', y ya está. La construcción de estas obras, que son casi abstractas, conllevan eso: que ellos mismos te van guiando.

Con Happy Days evoca a la alegría, la diversión... Entonces, pese a ser obras prácticamente abstractas, también tienen un significado concreto y buscado por el artista.

Ahora hay muchas abstracción y, a veces, ésta implica que la creación tiene esos movimientos, esas formas o esos colores, pero no hay búsqueda de otra cosa. Y eso es un peligro porque caes en una forma banal de hacer arte. Una cosa es el estilo y otra la lectura, que no tiene nada que ver.

O sea que reivindica la abstracción con sentido.

Eso es. Con una finalidad, una intención. En mi caso es una forma de decir las cosas, incluso de dar un puñetazo en la barriga a alguien cuando lo ve. Pero por ahí hay muchos cuadros que no tienen ningún fundamento. Hay muchos abstractos muy buenos, pero tiene que haber una intención, tiene que ser algo concreto y que cuando lo veas te proporcione, tristeza, felicidad, alegría, etc., la lectura que tú quieras darle. Recuerdo que cuando era joven y llegaron las primeras abstracciones a España, sobre los años sesenta, había revistas que se reían de este tema.

¿Entonces, Happy Days, qué quiere transmitir al espectador?

Felicidad. La misma felicidad de la que yo he gozado cuando lo he hecho. Cuando me pongo a hacer esto soy como un crío con sus juguetes.

La muestra se expone en la galería Chys, que hace casi 42 años que acogió su primera exposición. ¿Una sala especial?

Hombre, nosotros, los de mi generación, hemos vivido con ella. Allí fue donde empezamos cuando éramos jóvenes, casi aprendices. Es una galería muy antigua, de las primera de Murcia. Pero eso no obvia para que te diga que, ya años antes, exponíamos en cualquier sitio: en la calle, en parques, en las plazas, etc.

Cuarenta y pico desde aquella exposición, alguno más desde que comenzó a dedicarse a la pintura... ¿En qué ha cambiado la obra de Manolo Belzunce en estos años?

Unos 60 años o por ahí, desde que salí de Bellas Artes. Soy un tipo al que le gusta mucho leer. Saco de ahí como cuando hice La divina comedia, también muchas referencias a la mitología, como en La carpeta de la primavera. También el cine, los viajes -a Mozambique, a Mali... Todas estas experiencias van enriqueciendo y modelando tu arte. Además, soy un poco compulsivo a la hora de crear. Ahora he recuperado Le marchand dans l'atelier y voy a reinterpretar la obra con otros formatos y colores, copiándome a mí mismo. Es una forma de volver atrás.

Creador compulsivo. Revisando su trayectoria prácticamente sale a exposición por año. ¿Pintor como profesión?

Yo he defendido siempre que el pintor o se dedica a esto o no se dedica. Hay una diferencia entre el que es pintor y el que es médico y pinta. Nosotros hemos pasado mucha hambre porque vender un cuadro es muy difícil. Pero tú tienes tu sueldo todos los meses y nosotros, muchos problemas para ganarnos la vida. Hay un distanciamiento entre los profesionales y los que viven de otras cosas, sean mejores o peores.