Hubo jazz, y del bueno. Gran concierto dieron Avishai Cohen y su trío. Hasta ellos mismos debieron percibirlo, y terminaron con una celebración festiva. Aunque lo canónico habría sido acabar con blues, esta vez no fue así. Quizás es que los veteranos bluesmen de Music Maker Foundation Revue tenían que acostarse pronto. Sesión para recordar en el Cartagena Jazz Festival.

El compositor y contrabajista Avishai Cohen volvía con su trío acústico de contrabajo, piano y batería (o mejor, percusión). Con la complicidad del pianista Omri Mor -de intuición desmesurada- y la sensibilidad del batería Itamar Daori, generó creaciones increíbles, espectaculares, tristes, dulces... poniendo el acento sobre el ritmo. Son un trío de ensueño.

Daori es capaz de la mayor finura y delicadeza, pero también del golpe más poderoso y el ritmo más trepidante. Mor da muestras de su toque delicado y de un gran sentido de la melodía y de la armonía, pero también de un gran virtuosismo uniendo fuerza y velocidad máxima.

El talento desbordante de Cohen, quince álbumes y varias vueltas alrededor del mundo le han valido la categoría de gigante del jazz contemporáneo. Personifica la música y la libertad de crear. Desde las primeras notas se apodera del público. Su implicación física es total; tiene el cuerpo siempre en movimiento, y es muy expresivo en sus gestos. Baila con el contrabajo. Parece abrazarlo, acariciarlo, incluso agredirlo. A veces lo utiliza como un instrumento melódico (aunque no llegó a utilizar el arco) o como percusión. Es uno de los contrabajistas más inspirados y heterodoxos del jazz actual, y su trío, sin más añadidos vocales o de vientos, significa para algunos la pureza del jazz. Todo fue elegancia y refinamiento; la música y los silencios transcurrieron sin perder el pulso de la banda.

Al principio el swing era susurrante , pero Song for My Brother, con su solemne intro de piano, encantadoramente romántica, y su musculoso solo de bajo, estableció el patrón folk-jazz acostumbrado. Con Shuffle el jazz más puro surcó la sala, que se electrizó con la contundencia sinuosa del batería, mientras Cohen, nervudo y musculoso, extraía acentos percusivos de su bajo. Y es que no sólo es lo que hace Avishai Cohen, sino también cómo lo hace. No es de extrañar la calurosa acogida y los fervorosos aplausos.

Las melodías de Cohen tienden a girar alrededor de una sola nota, con tristeza obsesiva, a menudo combinadas con recorridos vertiginosos. El pianista y el percusionista hicieron gala de una elegante sencillez; el tono natural era de una liviandad etérea, pero ambos eran capaces de aplicar una fuerza repentina, y su exuberancia sorprendió más de un vez.

Fue un recital comprimido, pero de intensidad y brillantez mayúsculas. Eligió un repertorio precioso, repleto de temas vibrantes y de baladas que encandilan. El conjunto mostró disposición para la sutileza y el matiz, ofreció un concierto de altura, rotundo pero contenido, con los cimientos bien firmes sobre el jazz más lírico. Antes de irse, aún les quedó tiempo para un número de percusión afro-latina en el que Cohen utilizó su atril como timbales, e incluso cantó una emotiva versión de ´Alfonsina y el mar´ acompañado de su pianista. La versión en trío de ´Bésame mucho´ fue el colofón a un concierto memorable.

Para los viejos músicos acompañantes de grandes figuras del blues, que por diversas circunstancias habían dejado de tocar, pero todavía estaban en plenas facultades, se creó la fundación Music Maker. Era una forma de reconocerles su talento y, al mismo tiempo, conseguir una ayuda a su retiro. Actores como Morgan Freeman, o músicos como B.B. King o Taj Mahal apoyaron desde el principio la iniciativa, que tomó fuerza y arraigo y acabó generando una banda con alguna de aquellas figuras. Se hacen llamar Music Maker Foundation Revue.

Dirigida por el baterista Ardie Dean, que tocó en las bandas de Bo Diddley o Taj Mahal, la MMFR se presentó en el Cartagena Jazz con figuras de la talla, entre otras, de Robert Lee Coleman, muchos años acompañante de James Brown; Albert White, que estuvo con Ray Charles y Joe Tex; o Lil Joe Burton, trombonista de Junior Wells o el propio B.B. King, que hizo las veces de maestro de ceremonias. Su espectáculo, además de traernos el genuino rhythm & blues, nos trasladó la atmósfera de los antiguos clubes de música de Nueva Orleans o Chicago, con un punto emocional que recuerda al Buena Vista Social Club. El ex músico de James Brown Robert Lee Coleman, con su pinta de Santa Claus diabólico, tocaba una mezcla jazzy de blues y funk que, conforme avanzaba, tiraba más hacia el funk, atronando al estilo Albert Collins. Robert Finley mostró sus raíces soul con Let me be your everything. Alabama Slim, un gigante de más de dos metros de altura, ofreció blues arrastrado y lascivo inspirado en John Lee Hooker, y le dio a Someday Baby de R.L. Burnside un tratamiento boogie. Albert White cerró, pero ya llevaba un buen rato en el escenario como guitarra principal de la banda. Recreó el blues eléctrico escuela de Chicago de manera ortodoxa y efectiva. Vozarrón oscuro y guitarra punzante. Hizo una versión de There Was a Time, de James Brown. Y hubo tiempo para la exhibición de Ardie Dean a la batería, saliéndose de su sillín para golpear con sus baquetas todo lo que se encontró alrededor. Para el gran final, todos salieron a cantar Hey, Hey, The Blues Is All Right de Little Milton. Fue uno de esos conciertos de gente casi desconocida que lleva el blues en las entrañas y se entrega en el escenario. Tan entrañable como cautivador.