Alberto Chessa (Murcia, 1976) es un poeta de ascuas de fragua. Pareciera que elabora sus poemas en el fuego de Hefesto -sus versos tienen algo de sagrado-. Con solo dos libros publicados (el primero, La osamenta, fue accésit del prestigioso Premio Adonáis) ya es una voz autorizada, aunque él seguramente huya de este término, en el panorama literario. Traductor, crítico y, sobre todo, poeta, vive a caballo entre la capital del país y la ciudad donde escribió sus primeros versos. Luis Bagué lo tuvo claro: Alberto Chessa debía estar en la antología Composición de lugar, de poesía murciana, que presenta el próximo jueves bajo el sello de La Fea Burguesía.

Alberto, ¿por qué le dio por la poesía?

No es fácil responder a eso: no tengo un acta bautismal poética. Siento que me acompañó siempre, como una presencia callada, rumorosa incluso, desde muy niño. Aunque sí que conservo lo que podría ser el primer poema, un texto en verso que tenía trazas de poema. Realmente desde muy niño ya emborronaba papeles.

¿No hay ningún momento que pueda identificar, ninguna iluminación?

Como anécdota simpática, creo que empecé a escribir sin saber que eso eran poemas en el colegio, como a los 6, 7 años, para conquistar a una niña. Fue mi primer objetivo: conquistar a María Isabel, y me gustaba mucho, así que le escribía cartas que eran poemas. Mi primera publicación la viví entonces, pero fue una experiencia nauseabunda (ríe). La 'seño', por una trastada, me castigó obligando a María Isabel a que le diera los poemas, que colgó en el tablón de la escuela durante una semana, para escarnio y mofa del resto de mis compañeros.

¿Logró al menos la conquista?

No (ríe). Fue una experiencia bonita, pero infecunda.

El dolor o la felicidad, la tempestad o la calma? ¿Detrás de qué máscara se esconden las musas?

Comprendo la poesía como la constatación de un fracaso, de una pérdida. A mí me gusta decir, aunque sea cursi, que nadie escribe un poema a la vez que hace el amor. Para empezar porque sería un ejercicio circense (ríe). Cuando algo se vive con plenitud, sea amor o dolor, es imposible escribir porque estás abandonado a la experiencia. Cuando estás en la resaca de un momento que has vivido con intensidad. Allí es cuando llama al portón la poesía para darte la oportunidad de cifrar mejor lo que has vivido antes, para deletrearlo, darle más sentido, siquiera incluso para contradecirlo, para refutarlo o, a veces, también para entenderlo, simplemente.

Y allí está esa máscara.

Sí, lo que pasa es que las máscaras esconden otras máscaras debajo. Tengo un verso que dice algo así como «más que el miedo a quitarme la máscara, el pánico era a encontrarme la máscara por rostro». Así entiendo el ejercicio de la poesía. El dolor se presta más por lo que el acto de la poesía tiene de exorcismo.

Vive en Madrid, aunque pasa temporadas en Murcia. ¿Es profeta en su tierra?

El hecho de haber salido de aquí a una edad muy joven, con 20 años, y que ya hayan pasado otros veinte, te ubica en un terreno liminar, en una frontera difusa donde, en efecto, no terminas de encontrar una parroquia que te abrigue y al mismo tiempo te ofrezca un sentido de pertenencia férreo. Por supuesto, mantengo una relación absolutamente cordial y fecunda con la gente de aquí. Si hablamos de los mentideros literarios de Murcia, siento que formo parte de ellos, pero sí es cierto que no formo parte de una parroquia determinada. Siempre siento que estoy como recién llegado o, más bien, como recién vuelto. Conozco, me conocen y es muy grato, pero soy como esa pieza de más de un puzle que encuentras al final y no sabes dónde encajar.

¿Cuál es el objetivo del creador, del artista, del poeta?

Que lo quieran. Se escribe para que te quieran. Cualquier labor creativa se hace para que te quieran. Y es un vano intento, porque en el caso de lograrlo tú tampoco te vas a enterar, ya que una cosa es la vida literaria y otra la vida en sí. Pero escribir es un acto absolutamente solitario donde uno invoca a un lector ideal. Para eso se escribe, aparte de para exorcizar y para darle un sentido a lo que te está tocando vivir. Si uno llegara a la conclusión absolutamente desoladora de que no hay ningún lector en el mundo que sea capaz de comulgar con su propuesta, acabaría haciendo una hoguera.

¿Y el de la poesía?

Ahí ya tengo más dudas. En el caso de la poesía me parece que no ha de tenerlo en el sentido de que no es una mercancía tasable, no es un valor de cambio, no es instrumental, no es útil? Cambiaría el término 'objetivo' por 'objeto'. La poesía tiene, si acaso, el objeto de perdurar, de perseverar, de defenderse ante las embestidas de una vida que es poco poética.

¿Qué función cumple una antología como Composición de lugar, que agrupa autores de tan distintas generaciones y con discursos tan dispares.

Tratar de que una antología tenga una condición orgánica me parece disparatado. El sentido en sí de la antología está en la diversidad, en su carácter heterogéneo? Y, de hecho, cuando hay algún intento de forzar unas líneas comunes, me parece un esfuerzo vacuo. Respecto a esta antología, siempre es bueno tratar de unir a unas voces contrastadas para acercarse siquiera al bies de unas obras, a tantear un poco. Sí quiero, por supuesto, hacer una mención expresa a Luis Bagué. Me parece una idea acertadísima que lo hayan elegido antólogo. Además de un gran poeta, es uno de los críticos más serios y reputados del panorama actual. Eso es una garantía de que se trata de un trabajo riguroso. Por lo demás, que vaya a tener o no alcance, me temo que soy bastante más escéptico. Ojalá lo tuviera, pero creo que, en una ciudad como Murcia, se confunde con demasiada frecuencia, y de una forma inevitable, el trato personal con el acercamiento serio a la obra. Vaya por delante mi aplauso a La Fea Burguesía y a esa admirable aventura que han emprendido, pero no tengo tan claro que luego esos libros, cuando llegan a casa, se abran.

Pero está contento por participar.

Me siento honrado por formar parte de esta antología y de sentirme tan bien acompañado por las voces más señeras de la poesía vinculada a Murcia, que lo son por ellas mismas: da igual que haya nacido en Murcia o Kuala Lumpur. Y también de aquellas que forman la generación intermedia, en la que están poetas como Vicente Cervera, del que siempre me sentiré pupilo. Por último, es un placer sentirme alineado con la gente de mi generación. Estoy como en una especie de mundial con un 11 titular entre los que me siento con mucha cercanía personal.

¿Qué obra ha decidido aportar a esta antología?

Yo la elegí, pero después de esa elección hubo una criba que presumo que hizo el propio Luis Bagué. Por eso, también habría que preguntarle a él por qué seleccionó lo que seleccionó de lo que yo envié. Yo quise, por supuesto, que estuvieran representados mis dos libros, La osamenta y En la radiografía apareció LA PIEL, y también de Errancia en TESELAS, un nuevo libro que saldrá el año que viene para antes del verano, espero. Y luego, después de ese tercer libro he seguido escribiendo, por lo que aporté una serie de poemas que considero que están cerrados y revisados. Quería que hubiera una representación elocuente de lo que he venido haciendo hasta ahora.