Emocionó el pasado mes de mayo protagonizando Hamlet y ahora Israel Elejalde (Madrid, 1973) regresa al Romea de Murcia con La clausura del amor, producida por Kamikaze y Buxman. Le acompaña Bárbara Lennie, con quien ya ha trabajado en otras ocasiones, como en Misántropo o en la película Magical Girl. El actor confiesa que ambos se dejan «la piel en el escenario» para representar de una forma desgarrada el fin de una relación. Será por eso que Rambert, que ya ha presentado el montaje en otros países y con otros actores, asegura que ha tenido la sensación de haber escrito la obra «para ellos».

¿Es La clausura del amor tan dura como parece? ¿Con qué se va a encontrar el público?

El público cuando entra ya asiste a la ruptura de esa pareja. Está estructurada en dos monólogos, como si fuera una especie de juicio, pero no es una obra realista al uso. Primero él le expone las razones por las que piensa que ese amor ha terminado y está obsoleto, lanza todo un muro de palabras para atacarla a ella, para evitar que exista la más mínima posibilidad de volver a reconstruir esa pareja. Después ella le responde a todas las cosas y le echa en cara la forma extraña, agresiva, feroz y brutal que ha elegido él para finiquitar una relación de tantos años.

Brutal, te deja sin aliento, una obra desgarrada... lo dicen los críticos, pero también insisten en que es «imprescindible» ir a verla. ¿Por qué cree que es?

Es un trabajo diferente, porque la escritura de Pascal Rambert es muy poética, no es realista, y la estructura de la función no es habitual, ya que se mueve en el terreno de la performance. Además no da concesiones, nos dejamos la piel, acabamos los dos extenuados porque hay un juego metateatral. Pascal busca el cansancio físico para reflejar ese vacío brutal que provoca el dolor de una separación. Hay un juego con toda la palabra escénica, pero también con los propios cuerpos, con la devastación que provoca esa palabra que se lanza como si fueran cuchillos. Creo que hay algo insólito que hace que muchos piensen que la obra es imprescindible, aunque entiendo que también habrá gente que piense que es prescindible (risas); en el arte no existe la unanimidad.

¿Por eso quería el dramaturgo que fuera una pareja real? ¿Cómo sobrellevan representar esa ruptura?

Es muy duro porque el texto nos provoca estar al límite; hay algo casi atlético dentro de la propia función. La clausura del amor significa no poder hacer nada el día anterior ni el día de la función, excepto estar concentrado para dar lo mejor en el escenario. Pero nosotros somos actores, nuestro trabajo se basa en eso, disfrutar incluso con el dolor. Que lo hagamos Bárbara y yo provoca, y nos provoca a nosotros también, una turbación especial, pero es que es nuestra profesión, nos gusta jugar con ese tipo de cosas.

Pero debe de ser difícil no llevarse los personajes a casa...

Si no los dejáramos en el escenario sería un sufrimiento brutal. En cualquier obra se quedan en el escenario, aunque haya gente que dice que sí 'te los llevas'. Además, es una función liberadora, hay una búsqueda de la devastación física y, al final, cuando acabas, estás bastante relajado y con pocas ganas de hablar, solo de descansar (risas). Nosotros disfrutamos trabajando con el dolor, sufriendo en el escenario, pero siendo conscientes de que tu vida empieza cuando bajas de él.

¿El desamor es tan importante como el amor?

El desamor es una consecuencia... lo importante es el amor. El amor es fundamental para vivir, para ser feliz, pero todo en la vida tiene sus cosas buenas y a la vez su lado oscuro... qué le vamos a hacer.

¿Hay ganador en La clausura del amor?

En las rupturas no gana nadie, o puede que ganen los dos. Cuando termina un amor enquistado como el de esta obra lo bueno que tiene es que se pone un cierre absoluto y puedes recomponer tu vida. Pierden, pero ganan porque pueden construir una nueva felicidad.

Ha estado de gira con Hamlet y ahora protagoniza La clausura del amor, ¿no tiene ganas de 'pillar' un papel en una comedia?

A veces sí... (risas), he podido cazar pocos, pero tampoco me voy a quejar porque encuentro placer trabajando con todo. He dirigido comedias y estoy dirigiendo ahora otra, Idiota [en el Teatro Pavón de Madrid], que es una gran comedia y me ayuda a quitarme la espinita.

¿Qué le da la interpretación, el teatro?

Es mi vida. Es una forma de ganarme la vida y, sobre todo, de ver la vida. Como todas las profesiones artísticas, te configuran un marcaje absoluto, me rodea todo el día. Mi trabajo es observar la vida, pensar qué está ocurriendo a mi alrededor, qué me preocupa, quién soy yo y cómo soy. Es una profesión muy obsesiva, pero muy placentera y creativa. Para mí no es un trabajo, es mi ocio, pero tengo la suerte de poder ganarme la vida con él.

¿Y qué le preocupa a Israel Elejalde?

Hay tantas cosas... ¡demasiadas! Desde temas como los que trata La clausura..., que son más privados y pequeñitos y que tienen que ver con nuestra vida cotidiana, los miedos que tenemos todos a la muerte, al desamor, que siempre está ahí, y luego hay temas más políticos con esta situación un poco extraña en la que estamos en nuestro país, esta crisis que no acaba, los niveles de desigualdad brutal y los niveles de corrupción, que encima parece que los aplaudimos en vez de castigarlos, hay tantas cosas... No es una obligación, pero los artistas debemos mirar cosas que creemos que funcionan mal y hacer preguntas sobre ellas. No vamos a dar las soluciones, pero sí decir lo que vemos mal y que la gente pueda acudir al teatro, al cine o a una exposición para hacerse preguntas sobre sí mismos y sobre la sociedad en la que viven.