«¿Qué pasará, qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche», cantaba Raphael. Mi gran noche recrea esa magia previa, ese ímpetu de comerse el mundo, ese saberse imparable. Volvía el Niño de Linares acompañado por una Orquesta Sinfónica para hacer un repaso de sus grandes éxitos, que también combinó con temas de su último álbum. Raphael, con más de medio siglo sobre los escenarios, se encuentra embarcado en una gira denominada Raphael Sinphónico, que recorre España.

Mantener vivo gran parte del repertorio de Manuel Alejandro es reconocer que sigue reinando en el universo raphaeliano. Escuchar sus letras es leer a pies juntillas parte de la biografía del de Linares. Raphael es un artista hiperbólico que arriesga al cantar lo que le conmueve, y actúa de forma genuina y personal. No viene a cumplir, sino a arrasar. Una sinfónica ennoblece mucho todo, y en una plaza de toros tiene algo de fiesta popular.

Enamora Raphael a base de elegancia, sensibilidad, buen gusto, inmaculado fraseo y una voz aterciopelada, potente y homogénea en todos los registros. Enamora también con su actitud cercana y sencilla, su sonrisa gratamente dulce, sus ojos luminosos. A Raphael se le da de perlas hacer de Raphael, con sus aspavientos desde la primera estrofa, la sonrisa jactanciosa de quien se sabe idolatrado, ese torrente de voz que estalla y se regocija al final de cada frase. Nada como el repertorio clásico para disfrutar del maestro en carne viva, del loco sobre las tablas: Todo está sobreactuado, hasta su carcajada, de la que escapan guiños exquisitos a la alegría de vivir, chicuelinas a la melancolía en esa delgada línea roja que hay entre lo sublime y lo cursi.

Todo empezó en agosto de 2014, cuando actuó en Sonorama, un festival de esos indies que han proliferado. Ahí quedó claro que las nuevas generaciones han llegado a él mediante la sinceridad y la transferencia generacional.

Como la ropa, las manías y algunas patologías, el amor por el de Linares se transmite de padres a hijos. Hace ya muchos años que Raphael está por encima del bien y del mal; él mismo se jacta de ello en alguna de sus canciones. Así las cosas, puede permitirse cualquier capricho que le venga en gana.

¿Una orquesta sinfónica? ¿Por qué no? Raphael se regaló una orquesta sinfónica y la disfruta con su descaro habitual. Y es que solo hay una cosa más bombástica que un concierto de Raphael: un concierto sinfónico de Raphael. Superviviente en todas las batallas, las del frente vital y el artístico, continúa embarcado en la aventura ingente de agrandar su leyenda. Todo es superlativo en el universo de este hombre, que a sus 73 años sigue entregando un repertorio apabullante (39 temas, 170 minutos) y es alérgico a cualquier forma de dosificación.