Un rasgueo de guitarra flamenca o el lamento de una armónica. El torrente desgarrado en la voz de Camarón o la fiesta en la garganta de Aretha Franklin. Todo fluye, converge, dentro de Antonio Manuel Álvarez Vélez, ‘Pitingo’. Llegó a las listas de éxitos con Soulería, un disco de fusión en el que el soul se cantaba al toque de bulerías. Críticas y adeptos a partes iguales. Este cantaor, como él mismo se denomina, siguió construyendo su propia y personal carrera sin olvidar sus orígenes flamencos. Ahora, con Soul, Bulería y más, su último disco, llega al Cante de las minas, «el templo del flamenco».

¿Cantaor o cantante?

Soy cantaor hasta que me muera. Es una forma de vida, en casa todos somos flamencos: mi mujer, mis primos, mi gente... todos. Nuestras vida es flamenca al 100%. Estamos todo el día con esta cultura, desde por la mañana; en nuestras fiestas es la música que suena... Un cantaor flamenco no puede existir sin tener una vida flamenca. Mi madre es gitana, así que en casa siempre hemos tenido el flamenco por bandera. Así que sí, ¡claro que sí! Cantaor, por supuesto, aunque ejerza la faceta de cantante. En todos los espectáculos meto cuatro o cinco temas del cante jondo.

¿También en La Unión?

Voy a dar un poquito de todo. Por supuesto que voy a cantar algo de lo que es el flamenco tradicional, ya que es un festival de cante. Yo el flamenco no lo voy a olvidar nunca, vengo de ahí, son mis raíces. Y menos en el templo del flamenco, donde va gente muy aficionada al cante. Y, claro, el público también va a escuchar las innovaciones que yo hago, porque parte del público también va a ir a escuchar eso. Un poquito de lo que soy yo, de lo que es Pitingo, sin olvidar el flamenco clásico. Soy un enamorado de mis raíces. Me encanta, soy un gran aficionado.

Con su disco Soulería demostró que el arte no entiende de géneros.

Estamos en una época en la que el flamenco tiene que tener algo más. El flamenco tradicional cuenta con gente ortodoxa, que busca que siga siendo como es porque no necesita más cosas y en sí ya es una música preciosa, bonita, que no necesita que lo adornes con nada. Pero hay una masa grande del público que no entiende de cante, no le puedes dar una soleá porque no entiende el argot, los tiempos... hay que adornarlo para que el público lo digiera mejor. Esa es mi labor, llevar el flamenco a un lenguaje que la gente entienda. Muchísimo público no entiende nada de flamenco y, tras entrar por mi música, poco a poco va pidiéndome. Los cantaores somos embajadores de nuestro arte e intentamos llevar el flamenco al gran público y a los no aficionados. Si solo nos centramos en la afición, que es pequeñita, cada vez será menos. Además, no tenemos grandes espacios, ni en los medios, para promocionar el flamenco, así que tenemos que hacerlo de otra manera.

Y ahora, con Soul, Bulería y más, vuelve a las andadas...

Sí. ¿Sabes qué pasa? Desde que era pequeño llevo escuchando las dos músicas y trabajando con las dos culturas de la mano. Forman parte de mi vida las dos. No sabría decirte si sé más de cante que de la otra música. Soy tan aficionado al flamenco como a la música afroamericana, me encanta.

¿Qué ha cambiado desde Soulería?

A medida que cumples años, lo mismo que avanzas en lo personal, lo haces en lo profesional. En este disco está más conseguido el sonido. Hemos llevado el sonido de la época Motown Sound al flamenco. Hemos conseguido hacer una hermandad de las dos culturas que ha quedado muy conseguida. Al público le está gustando mucho, incluso a los versionados. Gracias a este disco voy a trabajar con algunos y espero que en La Unión guste.

¿Qué une al gitano y al negro?

Culturalmente mucho. El gitano ha sido una raza muy pobre, y aunque ahora estemos bien, eso se lleva dentro. En ese sentido, no es tan distinto un martinete a un soul. Es lo mismo: contar las penas, las cosas cotidianas. Los negros también fueron pobres y discriminados. Cuando hay necesidad, existe esa música de la tierra, que no necesita ni instrumentos. Gospel, blues... El lamento y el soul son el alma.

¿Qué es el flamenco, Pitingo?

El flamenco es, sin duda, la música total. Si hubiese un himno, debería ser el flamenco. Tiene influencias árabe, africana, hindú, judía... tantísima mezcla de culturas... Aporta armonía, ritmo... No se puede escribir, no se puede aprender con una partitura. El flamenco no: es una música de transmisión e intuición. No es algo improvisado, no es ‘arsa’, ‘olé’ y tocar las palmas. Se piensa eso por una falta de cultura hacia nuestra propia música, y eso la culpa no la tiene el pueblo, sino los medios de comunicación, los gobernantes, los colegios... Fuera de España, lo que más gusta es el flamenco ortodoxo. Aquí nos cuesta pagar una entrada. Tiene que haber un festival como el de La Unión, que ha conseguido hacer un templo al que viene gente del mundo entero. Yo estoy muy agradecido porque ha puesto el flamenco donde se tiene que poner.

¿No hay miedo a los puristas?

El público manda y no es tonto. Ya no hay miedo. Al principio tienes muchos prejuicios que nos tienen metidos en la cabeza desde pequeños, pero ya no. Si siguiéramos haciendo lo de siempre, no evolucionaríamos nunca. La música cambia. No se canta ya flamenco como hace 60 años. Y tampoco la música negra es igual. Hemos ganado en armonía, pero la esencia de pobreza no se va a sacar ya más. Se busca armonía, dificultad. Antes era sota, caballo y rey y, cuando llegamos, la crítica se nos echó encima y me quitaba el sueño. Ahora no, respeto su opinión, pero no yo sigo a la mía.