Palma de Oro del Festival de Cannes por "El sabor de las cerezas" y autor de joyas del cine como "A través de los olivos", "¿Dónde está la casa de mi amigo?", "Close-up" o "Y la vida continúa..", el iraní Abbas Kiarostami fue, por encima de todo, un defensor del arte, de la libertad de expresión y del pueblo iraní.

Para poder seguir trabajando, algo que las autoridades de Irán impedían e impiden a él y a la mayoría de los cineastas y artistas, Kiarostami tomó una decisión salomónica: residía en su país pero trabajaba en París, donde gozaba de la libertad que se le negaba en su tierra.

"Las limitaciones no son agradables, pero lo más importante es qué hacemos con este descontento: ¿Dejamos de trabajar o buscamos soluciones para seguir en el camino como artistas y poder conseguir éxitos?", se preguntó en una rueda de prensa en Murcia (España) en 2012.

Unas limitaciones que no consiguieron parar su trabajo como cineasta, que presentaba puntualmente en los festivales internacionales de cine más prestigiosos, como Cannes o Venecia o en la Seminci de Valladolid, una de las paradas habituales de su cine -consiguió la Espiga de Oro por "A través de los olivos" en 1994, y por "Copia certificada" en 2010-.

Pero antes de convertirse en una de las figuras más prestigiosas de la nueva ola del cine iraní y de ser la cabeza visible de una cinematografía sorprendentemente rica pese a las dificultades, Kiarostami comenzó a aprender el oficio en la publicidad tras estudiar Bellas Artes.

Ejerció de ilustrador y guionista, rodó anuncios publicitarios, realizó dibujos para libros infantiles y comenzó a preparar su entrada en el cine con cortometrajes, hasta que en 1973 realizó su primer largo, "Tadjrebeh".

Sería el primero de apenas una quincena de películas, además de una decena de documentales, suficientes para forjar un estilo propio, tan estético como profundo, con una gran atención a los detalles, a la luz, a la estética, tanto como a cada palabra pronunciada por sus personajes.

Un estilo de cine que, como él reconoció en varias ocasiones, estaba desapareciendo. "En las películas actuales se impone el mercado y se ha perdido la vinculación del cine con la realidad, se hace un cine que expresa emociones falsas en distintas dimensiones".

"El cine es básicamente una industria que de vez en cuando produce una obra de arte", sentenció hace un par de años en Barcelona. Pero él se resistía a dejar de hacer arte y siguió fiel a su estilo en todos sus trabajos.

Un estilo preciosista, lento, en el que el ritmo de la narración se adecuaba a una cadencia casi irreal en el acelerado mundo actual pero que reflejaba a la perfección la veracidad del mundo que el cineasta se resistía a ver desaparecer, con largos planos secuencias y estremecedoras panorámicas.

Y para narrar las historias que él mismo escribía experimentaba continuamente con técnicas que le aportaban la frescura y los encuadres que buscaba y que no eran necesariamente los más lógicos ni convencionales.

A través de su investigación técnica, Kiarostami encontraba la mejor forma de narrar unas historias que en su mayoría se centraban en la vida y en la muerte, algo que se ve especialmente en la denominada 'trilogía Koker', compuesta por como "¿Dónde está la casa de mi amigo?" (1987), "Y la vida continúa.." (1992) y "A través de los olivos" (1994).

Kiarostami fue siempre fiel a un estilo por el que se le reconoció internacionalmente -además de los premios de Cannes o Valladolid también ganó el Gran Premio Especial del Jurado de la Mostra de Venecia por "El viento nos llevará" (1999)-, un éxito que sin embargo no se reflejó en una mejor de su situación y la del resto de los cineastas en Irán.

Incluso prohibieron la exhibición de películas suyas como "Copia certificada" con la excusa de la vestimenta de la protagonista, la francesa Juliette Binoche, no era adecuada para la moral islámica que rige en la República Islámica.

Por eso, y desde su privilegiada posición en el panorama cinematográfico internacional, Kiarostami no desaprovechó ninguna oportunidad para denunciar la represión cultural en su país y defender a otros cineastas como el detenido Jafar Panahi.

Y aunque su amor por Irán siguió intacto, esa falta de libertad fue la razón por la que se instaló, laboralmente, en París, aunque en los últimos años había descubierto con interés cinematográfico el Extremo Oriente.

Su última película fue precisamente una producción realizada en Japón, "Like someone in love" (2012) y preparaba un proyecto a rodar en China y con actores chinos.

"Trabajar con otra lengua es una experiencia que demuestra que habitualmente nos ponemos más barreras de las que existen, pues somos muy parecidos: el material común es una geografía universal y todos somos seres humanos", explicó el realizador.