Como le ocurrió a Obelix, el eterno compañero de Asterix, el escritor murciano Carlos del Moral debió caerse en algún momento en una marmita, pero de ácido. Canalla es una de las palabras que él utiliza para definir su obra, que ya ha llegado al público a través de un poemario, obras de teatro e incluso documentales. Ahora se ha lanzado a la narrativa para parir 7 Calles - Vida de Perro (Canalla Ediciones, 2016) , una novela corta «que se centra más en la acción que en la trama» y en la que, sobre todo, reinan cuatro palabras: locura, absurdo, ácido y sordidez.

Cooper, un hombre-perro, protagoniza esta disparatada historia. Es un superviviente que huye a Madrid para conseguir que el reloj de su vida siga corriendo. Allí se enfrenta a extraterrestres, chicas tóxicas, trabajos absurdos y a la noche, que le tienta con los vicios más duros. Cerveza tras cerveza, borrachera tras borrachera, Cooper va viviendo aventuras que Carlos del Moral ingenia en base a su propia biografía: «Cuando estuve en Madrid encontré personas realmente sórdidas y realmente esperpénticas», cuenta, a la vez que reconoce que el protagonista de su primera novela es una especie de alter ego que «simplemente deja que las cosas le lleguen, sean buenas o malas. En ningún momento deja de vivir».

La noche es el escenario donde se desarrolla la trama, y es que para Del Moral «la maldición de la noche es la válvula de escape del día; el que termina de trabajar un viernes después de una semana de trabajo, el que está puteado, lo primero que hace es irse a un bar, ponerse ciego y pasar de todo». Y ahí pone a Cooper, en la barra de uno, dos, tres? infinitos bares llenos de historias.

Pero, ante todo, 7 Calles es una historia de amor profundo, «el personaje al final deja la noche, la vida loca, y se dedica al amor». Un final feliz para un personaje que las ha pasado putas.

Con un lenguaje directo, callejero, «incluso sórdido y escatológico a veces», del Moral construye una novela ágil y divertida no apta para lectores que no busquen sorprenderse. En la propia contraportada del libro, el autor ya lo advierte: «Puede causar trastornos de la realidad» y «no leer este libro sin predisposición al humor negro, blanco y verde (absténganse semáforos ordinarios)».

Un mundo de parásitos

Pese a la evidente oscuridad que reina en el libro, Carlos del Moral es un tipo vitalista, que exprime la vida y que tiene muy claro que el mundo actual tiene mucho que cambiar pero, en el fondo, no es un lugar tan malo. Afirma que hay que buscar «la independencia tanto política como poética» y que hay que romper con «los poderes que oprimen como el jefe o la tensión del trabajo diario». Para él, en la actualidad existe una cadena de presiones -poderes bancarios/jefes/encargados/trabajadores/hijos- que hay que desmoronar. ¿Su receta?: esconderse en la escritura, un ejercicio «lleno de soledad», pero en el que él se reconoce como persona completa.

Un hombre renacentista

Narrador, poeta, actor, director, guionista? Carlos del Moral es inquieto, y su culo de mal asiento le lleva a no dejar de crear. De todas sus facetas, se queda con la de escritor: «Es en la que menos dependo de los demás, en la que más me puedo valorar y crear lo que me nazca», explica.

Su obra bebe de «la literatura postpunk, del género Pulp e incluso de la novela gonzo, en la que el propio autor se mete en un mundo irreal para contar lo que ha vivido». Sobre todo, cuenta, la suya es «una escritura terapéutica».

Por eso, no para de moverse en el ambiente de la creación. En breve publicará No se puede vivir en ninguna parte, su segundo poemario, que estará editado en Huerga&Fierro. Además, prepara su quinta pieza teatral, con la que pretende girar por salas este verano, y está ultimando los detalles de su segunda novela, que verá la luz en 2017 y que, promete, no dejará a nadie indiferente.

¿Ven? Este Obelix de la cultura no necesita más pociones mágicas, lleva dentro la fuerza bruta del creador.