De la actitud amable de Love Of Lesbian, tan blandos como facilones, a la de los Libertines dista un abismo. Viene a ser algo así como la rebeldía en la era del abismo. Lo mismo hacía falta un pequeño revulsivo como el de los Libertines. Contribuyeron, sin proponérselo, a desviar el foco de lo que este año ha sido la novena edición del SOS 4.8, que ha navegado errática y ha terminado naufragando en su singladura, quizás también debido a que ha dejado de ser un festival generosamente subvencionado; pero, si solo ha podido funcionar cuando se le inyectaba dinero público, ¿dónde está el mérito? Durante años, el festival se había convertido en algo relacionado más con la ´fiesta´ (entrada barata para desmadrarse), y la cosa ha ido tirando con saldos y componendas, pero, al reducirse las aportaciones de los patrocinadores, no parece que haya sabido encontrar el camino para sobrevivir entre la competencia. La tan extendida ´verbena indie´ está muy repartida en la zona. Empeñarse en no reconocerlo y mantener las cifras infladas de asistencia es una maniobra estéril que no conduce más que al desastre.

Himnos para la juventud condenada

The Libertines, el cuarteto liderado por Pete Doherty y Carl Barât, comparte con los escritores malditos el atractivo de los genios de mentes torturadas e incomprendidas, tan turbadas como brillantes. La tentadora mezcla de rock, punk y garage de su debut Up The Bracket, su actitud gamberra y sus hábitos dignos de los rockstars más inmorales les reportaron fama y fortuna, pero no se conformaron; The Libertines tenían que convertirse en leyenda. Y The Libertines hicieron de ser un libertine todo un mito. Así que rasgarse ahora las vestiduras por que dieron un poco la nota tampoco tiene mucho sentido. Anthems for Doomed Youth (himnos para una juventud condenada) posee cualidades impensables si de los Libertines se habla. Aunque hay tantos años de por medio, no pierde el espíritu libertine: el cinismo del grupo al regocijarse en su caos y la actitud ´devil may care´ siguen ahí. En su concierto hubo lugar para himnos y hasta para baladas que piden un hombro sobre el que acurrucarse y cantar susurrando.

Los chicos están de vuelta con la mordacidad y el bromance, aunque sin melodrama. Como siempre, el interés se centraba en la interacción entre Doherty y Barât. Cada vez que se juntan ante el mismo pie de micro, es motivo de alborozo. En las pantallas las cámaras se resistían a apartarse de sus rostros. Muchas de sus canciones están explícitamente dirigidas del uno al otro, y después de un rato, el asunto parece un poco forzado. La segunda mitad del concierto estuvo más dedicada a los grandes éxitos, como la imperecedera Time for Heroes, la nerviosa y cabreada What a Waster, Can´t Stand Me Now (casi un himno generacional) o, para cerrar, Don´t Look Back Into the Sun (cuando se hacen canciones así es imposible no convertirse en una estrella). Antes de llegar al cierre, y no estoy muy seguro si para cumplir el horario, rellenaron con imprevisibles bromas tabernarias que fueron desde recordar a Supergrass -con Barâ al piano - al Twist and Shout de los Beatles. El batería Gary Powell jaleaba al público en plan hooligan, y acabaron tirando los pies de micro y lanzando a volar la guitarra. Un canónico final en clave Who, tras un tornado de guitarrazos y actitud que estos tiempos de meapilismo parece asustar. Ellos disfrutaban, y en las primeras filas todo el mundo estaba pendiente de lo que pudiera suceder. Lo que sucedió es que Pete y Carl volvieron y trataron de rendir un homenaje a Bowie con Changes, pero les cortaron el sonido, y la emprendieron a patadas con el piano, tiraron la banqueta y antes de que la cosa fuera a mayores se fueron con Pete montado a coscoletas sobre Carl. Al terminar, te sentías invadido por un borroso resplandor nostálgico. Habrá quien añore la intimidad y el melodrama de los malos viejos tiempos.

Lo mismo Amaral, que les precedieron, habían dejado alguna impregnación en el escenario cuando tocaron Revolución. Eva Amaral y Juan Aguirre abrían aquí la gira de presentación de Nocturnal, segunda referencia de Antártida, el sello independiente propiedad de Amaral. El disco ha llegado cuatro años después de Hacia lo salvaje, que ha protagonizado la gira más larga del grupo, y debía de haber mono de verlos: fue una sorpresa la cantidad de público heterogéneo que congregaron. También sorprendió la cuidada escenografía, que cuenta con un diseño de luces espectacular e incluye dibujos de constelaciones y diferentes proyecciones que se van reproduciendo para contextualizar y completar el sentido de cada canción. Amaral han afilado su sonido y se han ido más al rock; la sensación es que las canciones te suenan a lo mismo de siempre. Eva sigue teniendo una voz espectacular que en directo pone la piel de gallina, y en los medios tiempos consigue conquistar, pero a los cortes más crudos les falta ese punto que engancha. Poco a poco, con trabajo y constancia, Amaral han conseguido llegar al gran público sin renunciar a su personalidad y a sus referentes. Ahora todo es nocturno.

El largo viaje de Second

Cuando Amaral terminaron, el público empezó a desaparecer, pero Second pudo retener a la mayor parte. Tocar a continuación de Amaral seguramente fue una jugada de su oficina, y Second han encontrado ya su lugar en los grandes escenarios; lo merecen por su trabajo y su indudable talento, alejado de posturnos.

Todo aquel que siga mínimamente la carrera de Second sabrá que el punto fuerte de la banda es el directo, y en su último disco, Viaje iniciático, la meta, si la hay, es el espacio infinito. Tomaron el escenario con el punto electro de Primera vez, y 2502, del disco anterior. A partir de ese momento, las escenas se sucedieron de una manera vertiginosa sobre la base de un set list ganador que incluyó el estreno del nuevo disco (la otra mitad fueron canciones de sus últimos álbumes), con el añadido de Ross, que participó en algunas canciones, despertando las pasiones de una joven, entusiasta y entregada audiencia que se subió al cohete. El Viaje terminó con Rincón exquisito y se despidieron con un homenaje a Bowie (pusieron a la salida una canción suya que lo mismo inspiró a The Libertines). Second saben cómo hacer que su audiencia explote con esas guitarras que se retuercen y con la voz sólida y la actitud sensual de José Ángel Frutos. Nueva Vulcano, intensidad punk con letras y estribillos que calan, fueron otros de los damnificados por el potente sonido de Amaral. Afortunadamente no cortaron el concierto y se lo tomaron con algo de humor. Los conciertos de Nueva Vulcano se envuelven siempre de un sentimiento de euforia difícil de contar con palabras, aunque cualquier persona que haya estado en uno de sus directos, me entenderá. «¿A quién de vosotros le gusta Amaral? Yo no tengo problema en reconocer que hay canciones que me emocionan», comentaba Artur Estrada.

Antes, los neoyorquinos Blonde Redhead envolvieron al escaso público que acudió a verles en un halo misterioso que tenía como base la voz y teclado de Makino. La sobria puesta en escena del grupo fue un reflejo de lo que daría de sí la actuación. Dos guitarras y una batería para un sonido contundente apoyado por las voces alternantes de Amedeo Pace y, sobre todo, el agudo registro de Makino crean un sonido muy sofisticado en el que se mezclan géneros como el dream pop y el shoegaze. El resultado fue bastante onírico, si bien esta vez desde una mayor abstracción, la misma que define un ´Barragán´ en el que el trío ha querido juguetear con sus recursos actuales para crear un trabajo que mira al pasado con orgullo desde el presente. Puede que Of Montreal sea una apuesta un tanto arriesgada para un concierto a las 1.45 h. , tanto por estilo como por ´popularidad´ de la banda, pero el desparpajo de Kevin Barnes y esa mezcla de pop, post-punk, funk y psicodelia nos resultó divertida y amena. Había cierto aire a fiesta ochentera colorida, mutante, donde flotaba el espíritu de Prince, los Sparks y David Byrne. A veces, no se puede pedir más.

Zarpazo a zarpazo

Seguramente merecieron un horario más justo Triángulo de Amor Bizarro. Su sound check se metía en el escenario de Of Montreal preparando los tímpanos. Un concierto de la banda gallega además vale para exorcizar algunos demonios. Salve discordia les presenta en plenitud de facultades, alternando oscuridad y luz, melodía y rabia, riffs rockeros y ritmos kraut, letras afiladas como guillotinas: un escalofrío te recorre la espalda. No dan rodeos, su lacónica y estimulante propuesta lírica se ve compensada por el ruido y la furia con guitarras, debatiéndose entre lo cristalino y lo ruidoso, creando un crescendo hasta sumergirse en un auténtico torbellino de distorsiones y ruido. Los gallegos salieron, como cabía esperar, con el cuchillo entre los dientes. Zarpazo a zarpazo, con intensidad y contundencia atronadoras, ametrallaron sin piedad al personal. Ya lo dice Rodrigo en una de las canciones: «Ten cuidado con lo que te ofrecen».

Desde Zaragoza llegaron Los Bengala, que tuvieron que esperar a que terminaran Of Montreal (sus escenarios están enfrentados, menuda planificación). El dúo maño de garage&rock&roll debutaba con su disco Incluso Festivos, de divertidos cortes llenos de enajenación, atrevimiento y minimalismo garagero. Como cantan ellos, «no hay amor sino dolor». También zaragozanos son My Expansive Awareness, la ´next big thing´ de esa ciudad; citan como referencias a The Velvet Underground, Cream, The 13th Floor Elevators o los Doors, y se manejan como pez en el agua dentro del sonido neopsicodélico, a mitad de camino entre el garage y el space rock. Un revival, sí, pero estupendamente planteado. Santiago Auserón tuvo más suerte en el Auditorio, en la sobremesa. Alejado de problemas de ruido, interpretó canciones de Radio Futura junto a la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, como si de un crooner se tratara.

El paso de los Libertines por el SOS no se olvidará. Dieron la nota; ahora a los organizadores les corresponde dar la talla y dejar la actitud prepotente a un lado para seguir adelante con el festival. Espero que lo hagan si son inteligentes y hacen bien las cuentas.