Hace veintiséis años, coincidiendo con la celebración del 30 Festival de La Unión, en la revista que se edita con motivo de este evento, publicamos un artículo titulado Aspectos inéditos de Antonio Piñana, padre. Desde entonces siempre que hablamos de él nuestros comentarios, en la mayoría de los casos, se ciñen a resaltar su fama de artista; por ello, en el artículo referido, debido a nuestra cercanía y amistad quisimos ahondar en el lado más humano de nuestro amigo, y maestro, diciendo que «La vida de un buen artista quizás fuese conocida sólo por los hechos más relevantes acaecidos durante su dilatada vida dentro del arte: su categoría adquirida en el flamenco, su discografía, su dedicación a la enseñanza, las actuaciones ante el público, los premios conseguidos, los homenajes?». Pero también es cierto que antes de ser reconocido por la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera, como maestro los Cantes Mineros, a Piñana, para alcanzar el zenit de la fama debieron de sucederle un cúmulo de sucesos que le permitieron forjar su carácter de artista. Decíamos que «Piñana siempre quiso ser artista, y sus vivencias diaria le animó a seguir ese camino. El fallecimiento prematuro de su padre, cuando sólo tenía siete años, le cambió súbitamente la vida, conociendo la desdicha y la dureza del trabajo; pues lejos quedaron los días en que su abuelo paterno y su progenitor, Capitán de Infantería de Marina, deleitaran los ratos de ocio interpretando y enseñándole diversos cantes flamencos».

Piñana, ya mozalbete, por su afición se introdujo en los ambientes donde el flamenco estaba presente «siendo la primera oportunidad de demostrar sus conocimientos el día que cantó ante el trovero José María Marín, con sólo catorce años, en una reunión celebrada en el barrio cartagenero de Los Molinos, en la taberna del 'Tío Juan el de la Vía'». Y fue por los años treinta, primero en Portmán y más tarde en Los Vivancos, cuando Piñana siguió forjándose su estela, pues primero en el pueblo pescador de Portmán «asistió a las veladas de trovos en 'La Sociedad', y, diariamente, oía los relatos que le contaba el Tío Quiñonero, a la entrada y salida del trabajo, de la fragua de la 'Empresa Constructora del Castillo de Cenizas'». Unos años más tarde, en Los Vivancos, se familiarizó con el folclore autóctono, «integrándose en las cuadrillas donde los mozos y mozas interpretaban, durante los bailes, cantos propios de la tierra como las Toreras Cartageneras, las Pardicas, las Jotas de Isla Plana y Cabo de Palos».

Ya a finales de los años treinta, afincado en la ciudad Portuaria, Antonio Piñana se integró en el círculo de los artistas de Cartagena, realizando actuaciones por toda la geografía local, constituyéndose en un artista muy peculiar, debido a que, además de cantar y recitar, él mismo se acompañaba a la guitarra. Y tras debutar en la Terraza Exelcior, otrora en el desaparecido Paseo del Muelle, marchó a Madrid en busca de fama, donde realizó diversos 'bolos' en la capital y alrededores, frecuentando el tablao Villa Rosa; regresando a Cartagena para compartir escenario con los artistas locales entre los que estaban Eduardo Martínez, Finita Imperio, Pepe el Zocato, Patricio Alarcón y el Niño de Graná. Pero lo importante estaba por llegar en la vida de Antonio Piñana, y fue en 1952 cuando conoció a su maestro, don Antonio Grau Dauset (el hijo del Rojo el Alpargatero), quien llevaba en la mochila, bien guardados, los cantes de Cartagena, que, más tarde, transmitió a su alumno Piñana. Un tiempo después de la publicación de nuestro artículo, dedicado al cantaor cartagenero, Luis Caballero, en mayo de 1984, refiriéndose concretamente al rescate de unos cantes propios de La Unión y Cartagena a cargo de Antonio Piñana, venía a decir: «Sí verdaderamente una parcela del cante permaneció algún tiempo, más que oculta, inadvertida no por ello se produjo, como sabemos, la pérdida del cante. Desaparecerán matices, aires y hasta formas, pero jamás las raíces vivificadas por una tierra madre determinada. Son las tierras, las zonas, las comarcas las que gestan los cantes, los distintos cantes, y esos puntos geográficos de nuestra península siguen inalterables».