Sus escritos giran alrededor del conflicto y entendimiento entre distintas maneras de estar en el mundo.

En mis libros planteo conflictos por la pertenencia a distintas clases sociales, a la pertenencia a diferentes lugares geográficos y lenguas, por la disparidad entre generaciones y por diferencia de sexo. Se debe a que provengo de una familia paterna, catalana y burguesa; y la materna, castellana, pobre que emigró a Cataluña. Esa diferencia estaba presente en mi casa y es la experiencia del siglo XXI, porque vamos a más en mezcla cultural.

En su último libro, El silencio de las madres, reflexiona sobre las mujeres y la cultura. Muchas son las mujeres que escriben y pocas las que despuntan con premios o que ocupan sillones en la Real Academia de la Lengua.

En literatura pasa como en casi todo. Si lo vemos como una pirámide, en la base hay muchas mujeres que escriben, pero en la cúspide hay muchos más hombres. La proporción en cualquier puesto de poder es 85% de hombres y 15% de mujeres. Es algo que deberíamos intentar cambiar, porque la promesa de igualdad que nos hizo la Constitución de 1978 no se está cumpliendo y eso es gravísimo.

¿Cómo se puede cambiar el sexismo existente en la literatura?

Es muy difícil cambiarlo y no sé si hay suficiente interés en variar la situación. Yo personalmente y la asociación que presido [Clásicas y Modernas] lo intentamos cambiar. Hay que dar visibilidad a la desigualdad. Ahora somos conscientes de la desigualdad en la brecha salarial o de la violencia de género, pero no hay conciencia de la sangrante y escandalosa desigualdad existente en el campo de la cultura.

¿Qué factores influyen en esa carencia de conciencia?

Son muchos siglos en los que ha habido una desigualdad y no se ha cuestionado. El poder está en manos de los hombres y no tienen interés en cuestionarlo. Además, la percepción de la realidad está muy distorsionada. Basta con que varias mujeres que escriban tengan éxito para que parezca que son muchísimas, por la falta de costumbre. Estamos tan habituados a que publiquen hombres que cuando lo hacen mujeres pensamos que son muchas.

¿Cómo se puede acabar con esta discriminación?

Primero señalando la situación, por ejemplo, yo siempre que cojo un libro nuevo miro la solapa para saber quiénes han escrito en esa colección. Además, tenemos que reflexionar sobre el hecho de que todo lo que tiene que ver con las mujeres está desacreditado y desvalorizado. A priori se considera que lo que hacen las autoras representa solo a las mujeres, algo que hay que cuestionar. También hay que poner en duda que los temas propios de las mujeres, porque históricamente o biológicamente lo son, como la maternidad, son considerados de menor importancia y propios de la subcultura, cuando hay que rescatarlos para la Cultura. No es lógico que se considere que la guerra o el fútbol son temas que nos tienen que interesar a todos y a todas, que son universales, mientras que la relación madre-hija es vista como un tema de mujeres. Todo lo humano es universal.

¿Hay que desterrar el cliché de literatura femenina?

Es un ejemplo de machismo, pero al mismo tiempo hay que darse cuenta de que las mujeres escriben con una serie de características específicas igual que los hombres lo hacen con las suyas. Habría que hablar de literatura masculina y de la literatura femenina o bien literatura escrita por mujeres.

Las nuevas generaciones son receptoras de la situación que describe.

Estamos en una cultura que legitima la violencia contra la mujer como algo natural y atractivo, con mensajes como que los celos son una prueba de cariño; con los mensajes que glorifican una masculinidad violenta y dominante y un tipo de feminidad sacrificada y generosa, que se da tanto en la publicidad como en los libros de texto y contra la que tenemos que luchar. También hay que leer, pero con espíritu crítico. No creo que sea positivo que los jóvenes lean un canon literario, las colecciones de clásicos estudiados hasta en la universidad, supuestamente universal, pero que es solo masculino, lleno de textos patriarcales y misóginos como Lolita. No entiendo por qué se lee más a Cervantes que a Teresa de Jesús.