¿Por qúe Canijo?

Canijo en Cádiz es delgado, y yo siempre lo he sido. Me lo puso mi mejor amigo, Miguel Benítez: «¡quillo, canijo!». Y de Jerez porque soy de allí. Ahora hasta mi madre me llama Canijo.

Lleva sobre los hombros el éxito de Los Delinqüentes.

Sí, pero ahora es diferente. El cambio principal está en la banda. La lírica es la misma, sigo utilizando el mismo método para componer que con Los Delinqüentes, así que las canciones pueden ser muy parecidas: estribillos arrebatadores, letras callejeras, que hablan de la vida... Por eso la diferencia es la banda: antes tocaba con er Migue [guitarrista fallecido en 2004] y Diego Pozo er Ratón, que era el encargado de sacar el sonido a Los Delinqüentes; y ahora toco con Los Fumadores Galácticos, que son otros chavales que aportan un sonido diferente.

¿Qué hizo que siguiera tocando cuando murió Miguel?

El principal motivo que me hizo seguir fue mi amor por la música. Pero además mi compadre Migue y yo teníamos un pacto: no dejar de tocar, pasara lo que pasara. Migue era el que decía siempre «quillo, que si algún día nos separamos, yo voy a seguir p'alante, y a mí me gustaría que tú también. Los Delinqüentes no pueden parar».

¿Los echa de menos?

Ahora mismo no los estoy echando de menos musicalmente. Fue una época muy bonita, disfruté mucho. Pero en el punto en el que estoy ahora estoy muy contento, la verdad.

Aunque sigue siendo 'garrapatero'.

Sí. Ser garrapetero es un estilo de vida. Una forma de pensar, ya no sólo de los seguidores de Los Delinqüentes. Un garrapatero puede ser una persona bohemia, una persona libre, un hippy, un callejero... Una persona que se aleja de los lujos y se alegra con poco... Y también es una especie de etiqueta musical, garrapateros somos los seguidores de Pata Negra, de Kiko Veneno, de Triana, de Tabletón... Somos gente libre, sencilla.

Lleva ya dos álbumes en solitario. ¿Qué tiene cada uno?

Buf , son súper diferentes... El primer disco, El nuevo despertar de la farándula cósmica, es un disco más guerrillero, más de 'aquí te pillo, aquí te mato'. Es la bisagra ente el último disco con Los Delinqüentes y La lengua chivata, que es el camino que estoy cogiendo ahora y en el que me siento muy cómodo.

¿Y en qué consiste?

En hacer las cosas que uno siente, no intentar buscar la música enlatada ni empaquetada al vacío, sino poner lo que siento.

¿Es eso La lengua chivata?

Sí. Son los dos años que he estado de gira con El nuevo despertar. Son canciones muy diferentes, más oscuras y nostálgicas. Muchos acordes menores, pero no tristes, porque al fin y al cabo me gusta moverme por la alegría.

¿Cómo se evoluciona después de una carrera tan larga?

Sobre todo investigando. Dejé Los Delinqüentes porque me sentía un poco estancado, y necesitaba encontrar de nuevo la creatividad.

¿Y dónde estaba?

Pues empezando de cero. Junto a mi compadre Pedro Pimentel, mi fiel escudero, el guitarrista que me acompaña, nos dijimos «quillo, ya lo hemos hecho todo con Los Delinqüentes, vamos a aventurarnos a probar otros instrumentos». Si a un tema le pega una trompeta, pues la metemos. Es una libertad plena que nos encanta.

¿Al principio se sentía presionado por los fans?

Sabía que tenía que ganarme a la gente de cero con la nueva banda. Veía que el público garrapatero tenía una sensación colectiva de «vamos a ver el Canijo qué hace, esto no son Los Delinqüentes», pero yo me frotaba las manos, porque confiaba mucho en mi proyecto. Me lo he currado a pico y pala desde la primera maqueta, y al final ha salido bien.

Tan bien que los directos son aplaudidísimos. ¿Por qué?

Lo principal es convertirte en un artista sobre el escenario. Una vez allí me transformo, me creo inalcanzable, me vengo arriba. Y creo que la gente se empapa de eso, de cómo nos miramos a los ojos los miembros de la banda, cómo lo dejamos todo ahí arriba. Sobre el escenario me creo David Bowie, vamos. (ríe)

¿Consigue plasmar eso en los álbumes?

Sí, también me pasa en el estudio de grabación. Es un rito, tengo que poner mi luz especial, si hay velas, mejor... El micro no miente, así que allí hay que desgranar y sacarlo todo. Pero me gusta más el directo, porque allí no hay marcha atrás. Si te equivocas no puedes empezar de nuevo, así que sólo te queda agudizar el ingenio.