La historia del cantautor gallego Andrés Suárez comenzó siendo la de un hombre y una guitarra. Su Ferrol natal y Santiago de Compostela fueron las ciudades de sus primeros acordes y hace ocho años llegó a Madrid para tocar en el Metro, en el Libertad 8, en la sala Galileo, y ante cualquier micro abierto. Eso sí, a pesar del ruido de la capital, sus canciones nunca perdieron ese toque de sal, mar y roca, pues, como dice él, «es imposible que un gallego pierda el norte». Un buen día cayó en su manos «una cinta de Extremoduro, y entonces las horas de conservatorio en aquel edificio húmedo de Ferrol», cobraron sentido.

Mi pequeña historia suena sobre todo a banda porque el artista y el productor, Alfonso Pérez, pusieron a todos los músicos a interpretar a la vez, mirándose unos a otros como si de un concierto se tratara. Le ha salido un disco luminoso y optimista, roquero a menudo, casi garajero en algunos momentos, pero con toda la lírica y el sentimiento que apasiona a su creciente comunidad de seguidores. Andrés Suárez lo presentó en el Romea con sold out y hasta tuvo que añadir una función más el mismo día ante la demanda. Hoy desembarca en la ciudad portuaria.