Una magnífica noche de jazz vocal, aunque a la salida nos invadió el dolor de los atentados de París. El cantante Kurt Elling, que abrió la velada, ha sido el músico que durante años mantuvo viva la llama de los cantantes masculinos en el jazz. Es cierto que había otros por ahí que lo hacían más a menos bien (Kevin Mahogany y... bueno, lo de Michael Bublé y asimilados), pero fue Elling el que más y mejor supo defender este espacio hasta la llegada de Gregory Porter.

El árbol genealógico musical de Kurt Elling, uno de los vocalistas más inspirados del momento, pasa por la Beat Generation vía Jon Hendricks. Gran maestro del vocalese, utiliza su voz como un instrumento. Mostró todas sus cartas: buen gusto en la elección del repertorio y de los acompañantes, uso brillante del scat, una forma de vocalese en la onda de Mark Murphy y, finalmente, una técnica vocal curtida en distintos escenarios. 10 segundos después de que Kurt Elling apareciera sobre el escenario con su desaliño elegante, solo quedaba la posibilidad de rendirse ante él. La seducción es cuestión de maestría, después de todo. Observar cómo movía el micrófono a mitad de una frase era como ver a Paul Newman cerrar la puerta de un coche.

La maestría iba más allá del carisma. Escuchar a Elling es una 'masterclass' sobre cómo hacer que la voz, las palabras, la melodía y el micro trabajen juntos para establecer una atmósfera. La propia voz es espectacular. La melancolía no le resta flexibilidad, como demuestra en algunas canciones donde remonta al final y mantiene una nota alta durante un buen rato. Su manera de expresar la carga emocional en palabras es sorprendente y eficaz. Elling es un cantante de una pieza, lo que le confiere un valor añadido de carácter y personalidad propios, tan escasos hoy día. Modula con facilidad, y sus sostenidos, apreciables y destacados, no dejan indiferente a nadie. Con su timbre de barítono, canta de manera clásica -no anticuada- estándares de la canción popular, o emprende vertiginosas improvisaciones en scat sabiéndose abrir al riesgo y administrar la tensión oportuna.

Elling, de presencia escénica envidiable, es capaz de emocionar en los pasajes más líricos o de provocar en el público un frenético movimiento de pies. Exquisita en registros graves y agudos, su voz tiene intención y es decidida; apenas ajusta la afinación de las notas sobre la marcha. Canta como quien narra historias. Su voz es seca, grave, pero no profunda; modula desnuda, sube y baja, roza el dolor apasionado del amor, en una precisa unión con el piano, y con una guitarra sensible y precisa.

Hubo momentos en su actuación de auténtica genialidad, sobre todo cuando establecía un diálogo con el contrabajista Clark Sommers o el guitarrista John McLean. Completaban la reunión dos músicos con mucho instinto, el baterista Ulysses Owens Jr y el pianista Stu Mindeman, empleado a fondo con el Rhodes y el Hammond B3. En el repertorio, piezas de Wayne Shorter, Freddie Hubbard, y hasta un bolero que más allá del apunte exótico fue un divertimento audaz, y Nature boy, el gran éxito de Nat King Cole, donde se podía apreciar la poderosa tesitura de barítono de Elling. La hora y media de concierto resultó, cuando menos, entretenida. José James comenzó con una energía arrolladora que nunca podrías haber sospechado de Mr. Cool, vestido con chupa de cuero, botas, gafas oscuras, y con un mechón blanco en su tupé, que le confiere más el aspecto de un cantante de Depeche Mode.

Respaldado por un notable trío, se sucedieron canciones de su álbum Yesterday I Had The Blues, tributo a Billie Holiday: Good Morning Heartache, Body and soul, Fine and Mellow, y luego, con una guitarra acústica, mostró su faceta de cantautor (Come to My Door), que resulta más convencional.

El concierto iba de bien en mejor; ofreció nuevas pruebas de que James es el cantante de jazz más innovador y creativo de la escena actual. Cuando improvisa no hace el acostumbrado scat, sino un estilo derivado de la técnica dj: toma fragmentos - palabras y frases - del tema y los recicla, lanzándolos al aire y repitiéndolos desmenuzados, como si estuviera scratcheando.

James está a años luz del enfoque relamido y trillado de muchos intérpretes americanos. Y es su poderosa voz la que oficia de hilo conductor en un concierto que, del jazz al hip-hop, recorre las músicas negras. James explora y tensa los géneros del mismo modo que todos esos recursos vocales: al extremo, improvisando, haciendo un scat moderno, añadiendo a algunos standards del repertorio de Billie Holiday un toque de flow. Lo más destacado seguramente fue su emocionante versión de Ain't no sunshine, el popular tema de Bill Withers. Para el bis volvió solo al escenario y, con un sampler, construyó la base de un coro gospel despachándose con su versión, circular e hipnótica, de Strange Fruit. Un cierre llamativo para un concierto que, desde hacía rato, se había vuelto un tanto épico.