En el jazz más reciente abundan cantantes que flaquean en carisma. Cassandra Wilson lo tiene, hasta el punto de haber conquistado no sólo a la comunidad jazzista, sino también a todos los interesados en voces genuinamente originales. Se dice que su voz carece de contrastes y que su dicción dista mucho de ser perfecta, pero basta mirarla a los ojos para sentir el dardo del talento.

Aparentemente, no tiene mucho en común con la gran Billie Holiday. Apenas tendría tres años cuando en 1959 Holiday murió de fallo cardiaco, esposada a una cama de hospital, tras una vida tumultuosa. Billie cantaba como toca un trompetista. La voz de Wilson, su fraseo, se parece más al bajo: grave y sonora, a veces un estruendo susurrado.

A pesar de las diferencias, Wilson eligió marcar el centenario de Lady Day con Coming Forth by Day, una colección de canciones popularizadas por Holiday o asociadas a ella. No se trata de un disco amable; le ha dado un giro a canciones clásicas desde su mismo centro y la interpretación difiere bastante, pero ambas usan su voz para añadir color y matiz a la letra. Y cuentan historias.

Cassandra amerizó con un quinteto de músicos extraordinarios. Utilizando la tradición como estímulo creativo, le da nueva vida a la música negra, con unos arreglos llenos de detalles y una interpretación de una profunda sensualidad terrenal. Ella, la diva del jazz nacida a orillas del Mississippi, es una legítima heredera de Billie Holliday, con esas tonalidades oscuras y esa elasticidad en el fraseo, denso, húmedo, sensual y casi táctil, acariciando la melodía al estilo de Betty Carter.

El recital giró alrededor de una fuerza intangible, ancestral y hermosamente turbadora. Cuentan las biografías que la primera vez que Billie Holiday interpretó Strange Fruit nadie aplaudió: segundos antes de terminar la canción, cuando pronunciaba la última frase («esta es una extraña y amarga cosecha»), las luces se apagaron; cuando se encendieron había desaparecido; estaba vomitando en el pequeño aseo del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación. En efecto, para Billie Holiday era doloroso atacar Strange Fruit.

No sé si algo así ocurrió aquí también, pero Wilson desaparecía abruptamente, andaba tambaleante (se deshizo de sus tacones enseguida), y bailaba como si el espíritu de Lady Day se hubiera apoderado de ella, o se metía de lleno en 'el método'. Vaya usted a saber. El caso es que nos hizo temer que diera carpetazo al show sin llegar hasta el final. Incluso le arrebató, con el ceño fruncido, la cámara a un espectador y la mostró luego como un trofeo, ofreciendo una imagen de mujer atormentada. ¿Dónde se ha metido ahora? Wilson evocaba -¿involuntariamente?- la historia de Holiday, cuyos conciertos en los últimos años mostraban las cicatrices de su turbulenta vida.

La perspectiva de Cassandra sobre Holiday es una reinterpretación radical. Sus inteligentes músicos no solo pintaron un melancólico lienzo sónico; también mantuvieron cautivado al público durante las ausencias de ella. Marshall ofreció impresionantes solos de flauta y saxo tenor, pero sobre todo brilló en el clarinete bajo, una elección inusual para el jazz, pero apropiada para el rango vocal de Wilson. La sección rítmica le dio al repertorio una textura compacta con tendencia al blues-rock. Un exuberante violín envolvía las baladas, mientras el pianista armonizaba con pulcritud el recital. En Don't Explain aderezaron el blues lento con un humeante saxo tenor; You Go to My Head y The Way You Look Tonight son baladas pop en las que Wilson fundió sometimiento y entrega, y solo el mensaje homicida de Strange Fruit se distrajo con las melodías contrapuestas en tonos melancólicos. A veces la afinación de la voz era insegura, consciente Wilson de sus recursos deteriorados, pero en segundos se recuperaba y volvía a surgir la magia, ese metal doliente que ahora imitan cantantes de mucha técnica y, ay, pocas vivencias.

Cassandra eligió canciones que abarcan la trágica y breve carrera de Holiday -algunas famosas y otras menos conocidas. En Last Song (For Lester), compuesta por ella, imagina el doloroso mensaje final de Billie a su amante Lester Young-.

Indescriptiblemente conmovedora y atractiva, para los oídos y el alma, escuchar a Cassandra Wilson tiene algo de estremecedor, porque una canción, al igual que una mirada, puede decir mucho, y a la vez resultar tan misteriosa... Puede resumir toda una vida o descifrar todos los secretos escondidos tras ella. Puede inspirar ternura o provocar dolor. Dolor transformado en canción: eso es el blues.