Esta vez tocaba jazz. El Quartet de John Scofield y Joe Lovano bordó uno de esos conciertos llenos de poderío, rebosante de feeling, y que clava al oyente en el asiento para hacerle saltar después. Jazz es sinónimo de creatividad, y esto es lo que manó a borbotones en un programa doble encabezado por Scofield and Joe Lovano Quartet que tuvo como prólogo a GoGo Penguin, un joven trío de Manchester, haciendo jazz vanguardista acústico-electrónico, como ellos dicen. La experiencia resulta innovadora; ni un ápice de revisionismo hubo en su propuesta, al contrario: un constante ir hacia delante con la vista puesta en algún inexistente punto del lejano horizonte.

Lo de Scofield y Lovano en cierto modo recuerda a aquellas bandas reunidas para la ocasión por los grandes del jazz, y que solían ser continuación o preludio de un fructífero paso por el estudio, aunque el Quartet, más que recrear música sin más, ofrece su propia visión de esa música e intercala composiciones originales.

The John Scofield Quartet concluyó su original recorrido en 1993. El guitarrista disolvía su grupo con Joe Lovano al tenor, Dennis Irwin al bajo y Bill Stewart en la batería una diestra cohorte con perfil mainstream y estilo exploratorio. La reunión oficial ocurrió recientemente. Scofield compuso Past Present, una colección de nuevas composiciones hecha con gente de su total confianza.

El gran Joe Lovano da el contrapunto con su saxo tenor a la guitarra de Scofield, mientras que la rítmica la ponen Ben Street al contrabajo y el gran Bill Stewart a la batería. La música era compleja y sin concesiones, estéticamente rica, desafiante. Abrazaba un presente de mente abierta.

Abrieron con un blues original de Lovano, Big Ben, dedicado a Ben Webster, que brilló en la mejor tradición del saxo tenor y puso al grupo en combustión; la mayor parte del tiempo Mr. Scofield and Mr. Lovano mantuvieron un diálogo explosivo. Comparten una elocuencia arraigada tanto en el rhythm and blues como en John Coltrane y Ornette Coleman. También comparten una generación y perspectiva cultural, y en el cartel aparecen como colíderes, lo cual no parece una concesión. Destacó, por su autoridad técnica, expresiva, Joe Lovano, pura cátedra del saxo tenor, el State of the Tenor que reclamara Joe Henderson a mediados de los ochenta. No quiso estar en primera línea, pero tampoco se privó de pintar su jazz de todos los colores. Otro de sus temas, Ettenro, flirteaba con el tempo en forma libre, en el espíritu del free jazz de Ornette Coleman (léase el título al revés).

Los temas de Scofield llenaron el resto del concierto, con varias de sus marcas características como compositor. Museum tenía una melodía triste con un giro primaveral; y en Chap Dance la banda devora y corta en pedazos la progresión de acordes de ritmo cambiante. Da la impresión de un nuevo obstáculo a eliminar.

Bill Stewart era una dinamo, atronando y arrasando con una consideración astuta pero clara de la forma. Scofield retiene su afición a la disonancia y a la elasticidad en las líneas. Y, sin embargo, que nadie piense que trabajan a espaldas de la lírica. Detrás de su apariencia alborotada hay un diálogo muy fresco, desinhibido y libre. Scofield puede introducirnos repentinamente en una alocución dislocada y veloz, para después estampar su inconfundible garabato jazzístico sobre una pieza de filiación avanzada servida por Joe Lovano y sus acompañantes. Lovano, claro, está en el centro del asunto, pero no abruma, no se apodera del sonido del grupo, permite que la música respire también a través del fino talento de Scofield y el resto de compañeros. Si la técnica y la personalidad son grandes, también lo son las emociones. Scofield, con su ataque angular a la guitarra, tocaba frases afiladas con la consistencia de sus propias notas, arañando algunas, doblando otras, y con veloces fraseos. Manipulaba el sonido de su guitarra jugueteando con los botones de tono y volumen, dando a cada nota su articulación personal en un estilo reminiscente de Miles Davis y Bill Stewart. Estaba en todas partes esa pujanza imparable, con los acompañamientos excepcionalmente fluidos de Ben Street al bajo.

Chariots funcionó como bis: una muestra solitaria del quartet de los 90, construida alrededor de una pantanosa segunda línea donde Scofield endurecía la mordida de su tono, atropellando con el trémulo fraseo de un Lovano bopero y torrencial. Puede que al común del público le costara entrar en su dinámica, pero a la vista de los resultados, el concierto fueron palabras mayores. Un show como para quedarse boquiabierto. El jazz tiene sus raíces en el pasado, pero sigue sobreviviendo, más o menos, en los tiempos presentes. Como decía Faulkner, el pasado nunca muere.

Les precedieron GoGo Penguin, vestidos con vaqueros, como los estudiantes de música que eran antes de su veloz ascenso al status de nominados para los premios Mercury. Abrió una composición con una reacción en cadena de acordes de piano, contrabajo con arco y las texturas sutiles de la batería en insistente pulso hacia un clímax. Murmuration fue reconocida desde las primeras notas antes de acogerse a un patrón similar, y One Percent comenzó con una nota de piano simple e insistente antes de explotar, con oscuras armonías sobre una poderosa línea de bajo evocando una mezcla entre Radiohead y drum-and-bass de los 90. Se ha comparado a los GoGo con Shostakovitch y Aphex Twin, pero en la primera fase del concierto se cierne la presencia de Esbjörn Svensson y su EST. La actitud es más de estatismo armónico; las composiciones dominan la dinámica para pasar de lo gélido al éxtasis; nadie hace solos, y las melodías no van más allá de esbozos al piano o al contrabajo. Pero hay ingeniosas recreaciones acústicas de ritmos electrónicos estremecidos, o reminiscencias percusivas del house. Los resultados son a la vez sencillos y emocionantes.

Ya en la recta final, Garden Dog Barbecue, muy Aphex Twin, resultó gimnasia rítmica con verdadero gancho emocional. GoGo Penguin tienen categoría, y están listos para cosas aún más grandes. Entusiasman al público de una forma inusual para un trío de piano