Descubrí a Woody Allen casi sin quererlo una cálida noche de verano de 1993. Fue en el cine de verano del Parque de Fofó, cuando los cines en periodo estival eran mucho más interesantes y también rentables. Los miércoles ponían cine de autor y recuerdo que aquella noche, si no me falla la memoria, pasaban Misterioso asesinato en Manhattan (1993) y El banquete de bodas (1993), un programa de fábula sin duda.

Yo tenía dieciséis años y no recuerdo haberme reído más entonces. El caso es que Woody Allen era un nombre que ronroneaba mi cabeza desde mi más tierna infancia. Resulta que un amigo íntimo de mi padre se lo pasaba de escándalo con sus películas y sabiendo que yo era un fanático del cine no hacía más que animarme a que viera una película suya.

Yo estaba en la siempre complicada adolescencia y no me atraía demasiado un tipo flacucho con gafas de pasta que hacía chistes sobre Nietzsche y Shopenhauer. Obviamente estaba equivocado. Para eso sirve la adolescencia, para no tener en cuenta cosas como esta.

Hay, no obstante quien no lo soporta. Es atisbar su singular figura o intuir la voz de Joan Pera (su doblador habituar) y algunos han aprendido a esbozar una característica mueca de disgusto. No lo pueden evitar, no es culpa suya. Si a esto le añadimos sus líos de faldas, su tendencia hacia las jovencitas y una acusación de abuso sexual con su hijastra treinta y seis años más joven con la que terminó casándose€ Pues hombre, es comprensible que haya quien no lo trague.

Sin embargo, lo cierto y verdad, y le duela a quien le duela, es que Woody Allen es un auténtico genio. Annie Hall (1977) es una obra maestra se mire por donde se mire. Manhattan (1979) es solo una genialidad sobre una maravilla inaudita. Y, a partir de ahí, terminaríamos antes si mencionamos sus películas menos conseguidas: Interiores (1978), Los USA en zona rusa (1994) -un telefilme basado en una obra de teatro sin estreno conocido en salas comerciales-, Scoop (2006) y Vicky Cristina Barcelona (2008).

El resto, de sus más de cincuenta películas, la peor de todas, es muy buena. Ya quisieran muchos directores que van de emotivos, ingeniosos e intelectuales filmar a la velocidad que lo hace Allen (desde 1982 una película por año) títulos como Hannah y sus hermanas (1986), Desmontando a Harry (1997), Celebrity (1998), Granujas de medio pelo (2000), Todo lo demás (2003) o Si la cosa funciona (2009).

Por lo que respecta a casi todo lo demás, se trata de auténticas genialidades sin parangón. Sirva como botón de muestra su última obra maestra, Blue Jasmine. Como casi siempre en el cine de Allen, las mujeres gozan de roles fuertes y con personalidad, en muchos casos por encima de los hombres. También, como casi siempre en sus películas, se trata de historias sencillas, mundanas que pasan en casi todos los rincones del mundo. En el caso de Blue Jasmine, una divorciada que se va a vivir a casa de su hermana. Ya me dirán€ Sin embargo Allen siempre se las ha arreglado para esculpir a sus personajes de tal forma que su complejidad, como su simplicidad, resulten tan verosímiles como en la vida misma. Y como siempre en las películas de Allen un profundo y angustioso pesimismo existencial.

Irrational Man tira sobre todo por aquí. Sobre el sentido de la vida desde el punto de vista de un hombre que asegura no tenerle miedo a la muerte, solo que no quiere estar allí cuando ocurra€ El cine de Allen es hermoso, valioso y rico. También es angustioso, pero por fortuna también es divertido como única salida de escape ante un irremediable final existencial. De eso va el cine de Allen, de ´hombres irracionales´ que ante la empírica evidencia de que la vida un día se acabará, ellos se empeñan en desmontar lo que es ´indesmontable´. La vida es así y para Allen no tiene sentido que así sea. Por suerte es un cachondo de mucho cuidado.