«¿Qué pasará, qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche», cantó una vez más Raphael. Mi gran noche recrea esa magia previa, ese ímpetu de comerse el mundo, ese saberse imparable. En esta ocasión acompañado por la Orquesta Sinfónica de Málaga (¡que alguien explique por qué no fue la OSRM! ), El Niño de Linares hizo un repaso de sus grandes éxitos, que también combinó con temas de su último álbum. Se encuentra embarcado en una gira denominada Raphael Sinphónico, que recorre España para posteriormente cruzar el charco.

Mantener vivo gran parte del repertorio de Manuel Alejandro es reconocer que sigue reinando en el universo raphaeliano. Escuchar sus letras es leer a pies juntillas parte de la biografía del de Linares. Raphael es un artista hiperbólico que arriesga al cantar lo que le conmueve, y actúa de forma genuina y personal. No venía a cumplir, sino a arrasar, y seguramente debió pensar que para eso no necesitaba más escenografía que él mismo y la Sinfónica (quizás por eso hasta las pantallas era minúsculas). Una sinfónica ennoblece mucho todo, y en una plaza de toros tiene algo de fiesta popular.

En las sillas colocadas en la arena, y en las gradas, había cientos de señoras «como dios manda», y una salmodia tipo «pues yo le vi por primera vez ? Y me volví loca». Raphael, amplia sonrisa, atrae un público entusiasmado mayoritariamente femenino. Algunas fans iban acompañadas por señores con cara de circunstancias, aunque la gama de edad es amplia. Cualquiera puede tener un «momento Raphael». Pletórico de forma, la voz solapada en ocasiones por la orquesta, el artista ofreció un recital (cerca de 3 horas sin intermedios ni zarandajas; ni Springsteen, oiga) de lo que ha sido su larga carrera: un compendio de vicios y virtudes. Armó el grueso del concierto con sus grandes éxitos y algún homenaje a la canción latinoamericana, acompañado por la completa orquesta, que se guió por los arreglos de Fernando Velázquez (compositor de las bandas sonoras de películas como Lo imposible o El orfanato). Sonaron majestuosas las cuerdas en la introducción musical -que no podía ser otra que un fragmento de Yo soy aquel-, y se arrancó el jienense con Ahora, escrita por Bunbury, una declaración de intenciones en un comienzo muy efectista. Nada más empezar, ya había conquistado totalmente a los espectadores, y su recital se había erigido en uno de los grandes éxitos de la temporada.

Enamoró Raphael a base de elegancia, sensibilidad, buen gusto, inmaculado fraseo y una voz aterciopelada, potente y homogénea en todos los registros. Enamoraba también con su actitud cercana y sencilla, con su sonrisa gratamente dulce, con sus ojos luminosos. Después de interpretar Mi gran noche ya tenía en el bolsillo hasta al más escéptico. Qué manera de cantar. Su Gracias a la vida, acompañado solo por una guitarra, fue conmovedor. Raphael canta con el alma, y es por eso que emociona, y lo hace cuando interpreta junto al piano Volveré a nacer o cuando canta a Agustín Lara y su inmortal Amor de mis amores.

A Raphael se le da de perlas hacer de Raphael, con sus aspavientos desde la primera estrofa, la sonrisa jactanciosa de quien se sabe idolatrado, ese torrente de voz que estalla y se regocija al final de cada frase. Nada como el repertorio clásico para disfrutar del maestro en carne viva, del loco sobre las tablas: No puedo arrancarte de mí (apartándose del micro para lanzar su chorro de voz), Escándalo (llevando al público al paroxismo)? Entre canción y canción dejaba una pausa respetable para que los espectadores se levantasen y se partieran las manos. A cierta distancia, con su mata de pelo y sus dientes blanquísimos, Raphael ofrece cara de crío feliz, congelada en perpetua sonrisa y estereotipados gestos de agradecimiento. Todo está sobreactuado, hasta su carcajada, incluso cuando le arrebató la batuta al director y se puso a dirigir la orquesta, pero escapan guiños exquisitos a la alegría de vivir, chicuelinas a la melancolía en esa delgada línea roja que hay entre lo sublime y lo cursi.

Obviamente no faltaron las joyas de la corona: canciones compuestas por el gran Manuel Alejandro, sus temas preferidos, los que nunca faltan en sus conciertos: Estuve enamorado (con festivos arreglos del Day tripper de los Beatles), Cuando tú no estás o Maravilloso Corazón. Las canciones se mantienen orgullosas en su nuevo ropaje sinfónico. Y en la recta final, Qué sabe nadie y lo más grande, Yo soy aquel, achinando los ojos brillantes, suspirando, enjugando una lágrima no siempre imaginaria y agradeciendo las muestras de cariño. «Yo voy a volver muchas veces, aunque sea para decirles eso que ustedes y yo sabemos desde hace muchos años», dijo a modo de despedida para acometer Como yo te amo de Manuel Alejandro, con la que finalizó en todo lo alto. Es un maestro de la evocación sentimental: momentos de pasión, amores juveniles, dramáticas separaciones, banalidades creíbles por ese quiebro tan suyo que tiene en la garganta. El arte de dar empaque a la levedad. El 'crooner' supremo de España, una pieza única. A la salida, el público aplaudía a los músicos de la orquesta en los pasillos.