Cuenta la leyenda que Alejandro Amenábar tiene un amigo en Hollywood. Bueno, ahora supongo que tendrá varios, pero cuando empezó en esto del cine tenía la sospechosa costumbre de ocurrírsele ideas brillantes con dos o tres semanas de retraso con respecto a Hollywood. Dicen por ahí que Tesis es un plagio muy poco disimulado de no sé qué telefilme americano que no ha visto ni el gato. También es cierto que la estructura de Abre los ojos se parece demasiado a The Game. Y Los otros, está sí que sí, se adueña muy libremente de una obra maestra de Jack Clayton, Suspense, que a su vez adaptaba el excelente relato de Henry James, Otra vuelta de tuerca, quedándose en muy mal lugar.

Con Los otros pasó además algo curioso. Amenábar recibió la llamada de este amigo americano comentándole que acababan de estrenar en Estados Unidos una peliculilla, poca cosa, en la que uno de sus personajes, un rol secundario, estaba muerto al final de la cinta sin él saberlo. Se titulaba El sexto sentido.

Después de esto, Amenábar debió enfadarse con su amigo porque de momento no ha dado ni una dejando a un lado el disparatado éxito de Mar adentro, un verdadero despiporre de premios Goya con catorce estatuillas excesivas, se mire por donde se mire. Fue entonces cuando más alto que la luna, Amenábar decidió enfrascarse en su particular epopeya fílmica, Ágora. Nada como mear fuera del tiesto.

Con un delirante presupuesto de 70 millones de dólares (unos 50 millones de euros) el filme recaudó en todo el mundo menos de 40 millones de dólares. Un descalabro realmente formidable que Amenábar llevó con toda naturalidad. «Spielberg también fracasó en su quinta película, ya me tocaba fracasar a mí», dijo el director. Y es relativamente cierto aunque la verdad es que la primera vez que Spielberg se estrelló fue con Loca evasión, su segunda película (la primera fue en realidad un telefilme que posteriormente ´hincharon´ para estrenar en cines en Europa).

Pero también es verdad que antes de su quinta película el director de E.T. había filmado El diablo sobre ruedas, Tiburón y Encuentros en la tercera fase. De hecho, si me apuran, la temida quinta película de Spielberg, 1941, es mucho más divertida, entretenida y pese a todo brillante que la pretenciosa Ágora. Es más, 1941, con un presupuesto de 35 millones de dólares, al menos recuperó lo invertido recaudando en todo el mundo más de 92 millones. Sí, ya sé que no es lo mismo pero precisamente por esto no digamos tonterías.

Dirán ustedes que todo esto está muy bien pero que uno se entretiene viendo las películas de Amenábar. Y es cierto, yo el primero. También habrá quien piense que si es tan fácil ser Amenábar por qué no hay más de uno. Pues fundamentalmente porque yo no he dicho que sea fácil. Alejandro Amenábar es un tipo muy astuto, de eso no me cabe la menor duda. Tiene buen olfato, saber cómo organizar una buena escena de suspense y sabe crear atmósferas asfixiantes y todo esto no lo sabe hacer todo el mundo como lo hace Amenábar, sin aspavientos ni florituras. Es verdad.

Ahora bien, no lo encumbremos a la cúspide de los genios de la cinematografía mundial porque no lo es. Amenábar es bueno pero no genial. Es hábil pero no novedoso. Su cine entretiene, es cierto, pero no trasciende y, cuando lo hace, es para subir al piso de arriba. Amenábar habría sido un genio en los años 40 o 50 pero ahora no pasa de resultón. Asumámoslo.

Por cierto que de Regresión dicen que regular. Están avisados.