­Defina brevemente qué es para usted la novela negra.

Aquella que aprovecha la descripción de un delito y su investigación para mostrarnos cómo es una sociedad.

¿Hasta qué punto es necesaria en nuestra sociedad?

Es necesaria por dos aspectos: el lúdico, que me parece muy oxigenante, y el otro, el de descripción y denuncia social.

Confiese sus debilidades: obra, autor y personaje favoritos del género de todos los tiempos.

A sangre fría, de Truman Capote.

Y ahora la misma confesión pero del panorama actual.

Mi debilidad siempre ha sido el maestro Juan Ramón Biedma.

¿Cuándo supo que escribiría novela negra?

Fue algo natural, comencé a escribir y me salió un híbrido del histórico y novela policial, me encontré cómodo en ese registro.

Más debilidades: ¿se inclina más por la personalidad del criminal o del agente de la ley?

Más por el agente de la ley, aunque hay que conocer bien la mente del malo.

¿Sangre o psicología?

Psicología.

Elija arma y técnica, ¿cuál es su método preferido a la hora de matar?

Mato poco, pero lo haría con arma de fuego.

¿Qué no incluiría nunca en una de sus novelas negras?

A priori no hay nada que no pudiera incluir, el crimen es así.

Confiese alguna anécdota jugosa, siempre que no le incrimine, de su proceso creativo.

Cuando uno se pone en la piel del asesino, piensa como él, se siente miedo por la seducción del lado oscuro.

¿Cree que el género negro ya no es considerado como literatura de ´segunda clase´?

En efecto, es un género que se ha prestigiado mucho en los últimos años.

¿Qué le ha animado a asistir a Cartagena Negra y qué piensa encontrarse en estas jornadas?

Tengo muchos amigos en Cartagena, acudo mucho allí a dar distintas charlas y encuentros y me encanta poder coincidir con ellos siempre que puedo, esta es una excusa perfecta.

Tras los cipreses

  • El cuerpo de la doméstica yace sobre el piso mientras que los agentes interrogan a la dueña de la casa. Una multitud de curiosos se agolpa en los alrededores ávida de detalles sobre un hecho escabroso más en la sociedad del suceso continuo. -Lo había dejado con su novio y tomaba antidepresivos- dice la patrona de la joven que, boca abajo y cubierta con una lámina de papel dorado, es el centro de todas las miradas. Un reguero de sangre asoma por debajo de esa ridícula manta de papel Albal con que cubren a las víctimas quitándoles cualquier atisbo ya de dignidad. Como si fueran croquetas o un sándwich de salami. Otro suicidio. Arriba, tras los cipreses del lujoso ático, Borja, de ocho añitos, observa la escena. Esa desgraciada no volverá a quitarle su videoconsola. Ha sido tan fácil como un empujoncito cuando limpiaba los cristales. A ver cómo se porta la próxima.