En su nuevo trabajo canta a los grandes poetas españoles, muchos de los cuales sufrieron la falta de libertad que durante años se vivió en el país. ¿Sentía que era necesario reivindicar la libertad a través de sus versos?

Siempre he defendido la libertad social, que la gente manifieste y exponga sus necesidades ante los que nos gobiernan. Eso es algo que me preocupa en el día a día. Pero en este trabajo, que más que una lectura política tiene una lectura poética, he querido defender la libertad de cantar lo que a mí me gusta, en lo que yo creo. Soy cantaor de flamenco, lo tengo claro, y el flamenco es la música que me define. Pero quiero tener la libertad de cantar otras cosas sin pedirle permiso al mundo más arraigado del flamenco, al que respeto y entiendo: la libertad de cantar a poetas, que van desde Lope de Vega hasta contemporáneos como Sabina y Aute; la libertad de cantarle al amor desde el lado que yo quiera, tanto a un hombre como a una mujer, y la libertad de expresar lo que sienta el alma y el corazón.

¿No cree que los artistas flamencos deberían abrirse más a otros campos; contagiar y contagiarse?

El que tenga la capacidad de poder hacerlo, por qué va a tener que coartarse. Puede que suene arrogante, pero yo siento que tengo la capacidad de cantar otras cosas. No soy ni el primer ni el último cantaor que canta a los poetas, lo han hecho Enrique Morente, Carmen Linares, El Lebrijano... De hecho, la música flamenca es poesía popular. Además, por mi parte no es algo aislado, ya he realizado trabajos distintos: tengo discos cantados en catalán, recitando a Alberti, discos de copla, discos de tango argentino... Creo que el público ya está acostumbrado a mi mezcolanza.

¿Y está usted acostumbrado a los guantazos de los puristas?

Cuento con eso, claro. Quizá cuando tenía veinte años pues me doliera un poquito más. Pero ahora he decidido que, para bien o para mal, tengo que aguantar el chaparrón. Desde luego, puedo grabar cosas muy distintas, pero el cantaor siempre está ahí.

¿No cree que el flamenco debería abandonar ese desprecio hacia lo que se aparta de la pureza?

Creo que no se debe menospreciar una obra únicamente porque no sea flamenco. Si la obra es mala, entiendo que se critique; pero no porque no sea flamenca, sino porque no esté bien hecha. Tampoco hay que vender como flamenco lo que no es. Este nuevo disco no lo es, por ejemplo. Y lo digo de antemano.

Pero no abrazar la tradición no significa no respetarla y admirarla...

Por supuesto. Por ejemplo, no voy a criticar Omega, de Morente, porque no sea como su disco dedicado a Antonio Chacón. Tan válidos son el uno como el otro. Son propuestas distintas de un artista que tiene otras miras.

¿Y no es la fusión la que extiende y acerca el universo del flamenco a otros públicos?

Creo que sí. Nos hacer llegar a otro público que te descubre. Sin ir más lejos, a mí me ha pasado con Manolo Caracol. Cuando era pequeño, sabía que existía un Manolo Caracol que cantaba La niña de fuego y La salvaora, y de repente, cuando me enamoré de él, descubrí que había un grandísimo cantaor detrás. Así que esto mismo le puede ocurrir a otros.

En los Goya, en cuya gala participó, Dani Rovira habló sobre la riqueza que genera el cine. ¿No cree que habría que reivindicar igualmente el flamenco como generador de riqueza?

Más que reivindicar habría que denunciar la falta de interés y compromiso que existe en este país hacia la cultura. En este caso hacia la música y el flamenco, que es el hermanito pobre de la cultura. El flamenco es nuestra música más universal. He tenido la oportunidad de comprobar, al igual que muchos otros compañeros, cómo fuera de nuestras fronteras se vuelven locos con nuestra música y cómo la tratan con gran respeto y admiración. Esa conciencia es la que deben tomar nuestros políticos.

Durante unos años hubo un gran impulso institucional hacia el flamenco, que acabó siendo reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco. ¿No cree que ese impulso no se ha materializado en el día a día de los artistas?

La etiqueta está puesta, pero ahora qué hacemos con ella. Yo también puedo ponerle una etiqueta de Armani a unas zapatillas de estar por casa, pero ahora qué hago. Creo que el compromiso debería ir más allá de ponerle la etiqueta. El flamenco ya era patrimonio de la humanidad porque el mundo se moría de gusto cuando Carmen Amaya o la compañía de Antonio Gades llegaba a los Estados Unidos. O con Paco de Lucía, que donde iba arrasaba. Hace falta que apoyen a la gente joven que quiere hacer flamenco, a mis compañeros y a la gente mayor, que está pasando penurias. Y que ese 21% de IVA deje de asfixiar a los artistas para que puedan desarrollar su carrera de la mejor forma posible.

¿Ser catalán ha sido un handicap en su carrera?

No. No podría decir que ha sido así. Entiendo que en un principio, y en la época en la que salí, estando en activo La Paquera, Fernanda, Bernarda, Valderrama, Chocolate, Agujetas... Pues que apareciera un catalán de Badalona sin antecedentes familiares, pelao, con un pendiente y cantando flamenco, era como si hubiera bajado alguien de Encuentros en la tercera fase. Pero siempre me han acogido bien. Llegué al Sur hace trece años y he recibido una hospitalidad para la que no tendré suficiente vida para agradecer