Hacía más de 20 años de la primera visita a Murcia de Juan Luís Guerra, el rey de la bachata, del merengue y de todo ritmo endemoniado que te obligue a mover el cuerpo, y lo primero que se pudo constatar es que su ritmo continúa imparable.

La gente no quería sutilezas, sino fiesta, y la tuvo desde que la actuación empezó con Cookies & Cream («El horno no está pa´ galleticas€ ¿Dónde está el por ciento de la educación?»), que fue como el despegue de un misil de merengue. De hecho, se apagaron las luces, comenzó una cuenta atrás, y Guerra salió como Superman de una cabina de teléfonos, para ofrecer casi dos horas de trepidante merengue y de sensual bachata.

Entre el público, más de ocho mil personas con cuerpo de jota serrana, banderas de Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador... Las primeras filas estaban tomadas por un numeroso contingente panamericano. Para algunos, Juan Luis Guerra es toda una institución, y un concierto suyo, una manera de desahogarse bailando.

Curiosamente la gira Todo tiene su hora se permitió la ironía de arrancar tarde. Las pantallas lanzaban imágenes y textos a toda velocidad, mientras las canciones clásicas se enlazaban con las nuevas. No hizo falta esperar demasiado para que cantase Ojalá que llueva café con un fondo de lluvia sobre los cafetales. Fue la tercera canción.

Casi dos metros de altura, con su bailable son latino de pies a cabeza, romántico, comprometido, sencillo y firme, Juan Luis Guerra es el poeta de la música caribeña. No es un artista de salsa, aunque se sirva de sus estructuras rítmicas para engarzar caramelos pop. Canciones de tres o cuatro minutos con arreglos tan sencillos como estudiados, y unas melodías y juegos de voces entre lo pachanguero y lo sublime. Sin improvisaciones ni comentarios, una detrás de otra. Apabullando igual con La bilirrubina que con la América miserable del Ojalá que llueva café. Ese es el pop latino.

La puesta en escena estaba a la altura de las grandes superproducciones americanas (¿merengue stadium?). Ante tal despliegue de sonido, movimiento e imagen, el numeroso público actuó en consecuencia, y la plaza de toros se convirtió en un salón de baile bajo las estrellas. La tambora como base del merengue, y una banda, los 4.40, que resulta una formación atípica, mezcla de combo salsero orquesta de jazz latino, magníficos instrumentistas todos ellos, una potentísima sección de metales y una verdadera máquina de ritmo que elaboraban sus percusionistas.

Las canciones de Guerra beben de las múltiples fuentes rítmicas caribeñas, y aportan una gran energía. El directo resultante es muy vital, y permite a un cantante como Guerra, con esa inconfundible voz nasal, de falsetto, mostrarse también desde el lado más sensible. Diatribas sociales (El costo de la vida), denuncias de injusticias (Visa para un sueño) hurgando pero sin profundizar, sin echarlo a la cara del público -no pretende causar ningún revuelo, es más una denuncia romántica-. Juan Luis Guerra aporta algo que va más allá del exotismo postal de un Caribe con fondo turístico: optimismo, mensajes positivos. Mi bendición la dedicó a su esposa(«El que ama a su esposa se ama a sí mismo», dijo), y Para ti la dedicó a «Jesús, mi señor y salvador». Su voz y sus canciones, rebosantes de ironía y sensiblidad, bien arregladas, con estimulantes estribillos, trasladan a un verano eterno.

Inyectó al público su optimismo con un espectáculo dinámico de sabor y ritmo, en ebullición continua, de merengues desbocados, románticas bachatas, aproximaciones al son cubano y a los ritmos afrolatinos. Por su cabeza se nota que han pasado desde los Beatles (las imágenes que acompañan a La guagua parecen sacadas directamente del Magical Mistery Tour) y Manhattan Transfer a Rubén Blades y Celia Cruz, y seguramente Silvio y Pablo, pero Guerra, con una visión del mercado más amplia, ha ido mucho más lejos, y se ha hecho con un público ilimitado. El rey del merengue ha dejado a los grandes salseros a un lado y pasea desgarbadamente por el centro con una manera de andar vacilona.

El repertorio viajó por todas sus etapas, empezando por la más reciente. Guerra y su orquesta hicieron un pequeño medley salsero, un acústico sobre taburete y cogiendo la guitarra (Muchachita linda, que dedicó a su hija), un son (Para que lo sepas), donde brilló el clarinete. Dejó espacio para que se lucieran sus músicos con solos de percusión y enseñaran unos pases de baile («el paso del capitán») mientras se tomaba un breve descanso.

En De Moca a París se metió en la cabina de teléfono para establecer una comunicación intercontinental y cantar con otro intérprete desde la localidad dominicana. Merengue non stop, y en los bises, un popurrí de bachatas famosas (Hormiguita, Frío frío, Burbujas -inspirada en Cortazar-), con el coso convertido en un mar de brazos ondulantes. Concluyó con Las avispas una de las giras más exitosas del año.