Hombres G se han embarcado en una gira, 30 años y un día, de 30 conciertos (15 en España y 15 en Latinoamérica), que arrancó en la plaza de toros de Murcia, donde volvieron a explotar la fórmula del éxito que les ha permitido mantener un público fiel y entregado, como si el pop tuviera aún la facultad de hacer milagros y parar las manecillas del reloj. Unas cuatro mil almas disfrutaron del ambiente entre nostálgico y festivo, con canciones de todas las épocas e intercalando algunas recientes -Por una vez, Dependo de ti-, pero anoche no había ni un valiente que se jugase una cerveza a que alguien había abonado los 24 euros de la entrada para escuchar las composiciones nuevas. Algo así como «dame lo de antes, que me iré tan feliz».

En el público había tres generaciones distintas y mayoría femenina (las más, treintañeras y cuarentonas que revivieron recuerdos o materializaron los sueños de poder ver a sus ídolos), con abundancia de mechas y fragancias intensas. Los tiempos pasan, pero los recuerdos permanecen. Se intuían los corazones palpitando de emoción, frenéticos, enajenados, y las gargantas doloridas, pero dispuestas a seguir coreando una a una las canciones.

Alguien calificó una vez al público de Hombres G como jóvenes sanos y sin complicaciones. Sea o no verdad, es evidente que, atiborrados de metafísica adolescente, los G Men se convirtieron de la noche a la mañana en exitosos autores de canciones pasto de quinceañeras, estandartes de una música que, escudándose en su pretendida pubertad, no hizo sino repetir lo mismo una y otra vez. Y eso fue exactamente lo que ocurrió aquí: Más de lo mismo.

Como una fotografía que se ha ido amarilleando, estos encanecidos Hombres G , apoyados por una sección de metal, suenan como unos oficinistas del pop; es decir: ritmos a piñón fijo, solos previsibles y temas cortados con el mismo patrón - ninguno sobresale de manera especial-, y de vez en cuando una pequeña chispa de actitud gamberreta. Presos de sus éxitos pretéritos, aunque intentan escapar a su pasado, son los fans quienes no se lo permiten. El show fue sencillo en su puesta en escena, sin grandes despliegues tecnológicos.

Empezaron con Venezia, la canción que abría su primer elepé , con una de las intros más recordadas del pop español, cantada por el batería; una invitación deliberadamente amable a pasar un buen rato. No perseguía nada más y se convirtió en un himno instantáneo. Le siguieron El ataque de las mujeres Cocodrilo, Lawrence de Arabia y Chico, tienes que cuidarte, una acertada selección de canciones de la primera etapa del grupo. Luego llegaría un tramo de baladas (Si no te tengo a ti, Un par de palabras) coreadas en un karaoke colectivo (siempre han sacado u importante rédito a sus baladas); recuerdos de adolescencia (Dos imanes) y canciones de su más reciente etapa, con un desarrollo melódico de escaso calado y un sonido más adulto, provocando que el personal se quedara clavado a la espera de las viejas canciones.

Cuando había pasado una hora de concierto, David Summers y los suyos lo empezaron a entender. No les queda otra, y finalmente se rinden dulcemente a su destino marcado desde hace 30 años; aunque ya no son los chavales que querían pasárselo bien o vengarse del 'pijo mamón' del Ford Fiesta blanco arrojándole polvos pica-pica. La fiesta comienza con Indiana, y estalla en las primeras notas de Suéltate el Pelo, pero antes han sabido alojar otros éxitos menores en el repertorio, como la skatalítica Visite nuestro bar, hasta desembocar en Marta tiene un marcapasos. Y así llegan al bis, que arrancan con canciones más relajadas: Esperando un milagro, y esa balada romántica, Temblando. La recta final era lo que el público estaba esperando con Sufre mamón; unos compases bastaron para que todo el mundo la reconociera y se dispusiera a cantarla, momentazo de la noche, mientras el grupo se callaba dejándoles cantar. Para despedirse, un clásico reciente: Voy a pasármelo bien.

El pop del primer disco de Hombres G, directos, con carisma y desparpajo, era simple y banal, ideal para una fiesta intrascendente. Pero con su música se podía ligar. Normal que sobrevivan un millón de años. Marta, 30 años después, sigue con su marcapasos. Benditos sean.