Sebastián Sánchez Cañas (Alguazas, 1944) ha compuesto obras para coro, sinfónica y orquesta de cámara. Su música ha viajado por todo el mundo en discos grabados «por estupendos intérpretes» y de la mano de conjuntos como el grupo Cosmos, entre otros. Ha dedicado piezas a su nieta y, su última obra para violonchelo, la estrenará su propio hijo durante el homenaje que recibirá el próximo 15 de enero por parte de la Asociación Madrileña de Compositores. Y no ha sido el único, ya que hace unos días la Sociedad General de Autores (SGAE) también reconocía su trayectoria. Residente en Madrid desde que se fuera a estudiar al Real Conservatorio Superior de Música, Sánchez Cañas responde al teléfono desde Molina de Segura, donde visita frecuentemente a uno de sus hermanos (es el pequeño de siete). Y es que, a pesar de la distancia, siempre ha tenido a su tierra natal en la mente y en cada nota que llenaba sus partituras.

¿Qué se siente al recibir un reconocimiento de la SGAE?

Me he sentido muy halagado, reconocido por la labor que he hecho a lo largo de los años. Además, la SGAE no es muy dada a este tipo de actos, por lo que reconozco que te hace sentir orgulloso de ti mismo. La Asociación de Compositores de Madrid me hace un homenaje el próximo 15 de enero y ese también me hace especial ilusión.

Hablaba de los años que lleva... ¿cómo se inició en el mundo de la música?

A mi madre le gustaba mucho la música y en casa, en general, éramos muy cantarines. Conseguí comprarme una guitarra, aunque entonces no había los medios de hoy en día, porque mis hijos sí han podido estudiar música con más facilidad, pero entonces había que trabajar. Yo ya era bastante mayor cuando comencé a estudiar en el Conservatorio, así que tuve que acelerar e ir a marchas forzadas.

Estudió guitarra y composición, pero se dedicó finalmente a lo segundo, ¿por qué?

Me gustaba... Si no te gusta, es prácticamente imposible estudiar la carrera. De hecho el año en que yo me licencié acabamos solo tres y, al año siguiente, ninguno. Y por eso me dediqué a esto; pero al principio no componía sinfonías ni cuartetos, me gustaban las rancheras, me gustaba hasta cantarlas (risas).

Vive en Madrid, pero tiene obras como Concierto del azahar, ¿Murcia le ha inspirado?

Mucho, en casi todas mis obras he tenido a Murcia presente. De hecho, compuse una dedicada a una fundación, la cantanta Súplicas de Jesús Abandonado, que me daría mucha pena que se estrenara fuera de la Región. Cuando el pasado año se la ofrecí a la directora de la Orquesta Sinfónica de la Región, Virginia Martínez, una versión extensa pensada para barítono, coros, orquesta y contralto, me dijo que era un momento difícil. También se lo conté al obispo... La verdad es que aún tengo la ilusión de que se estrene en Murcia, porque está dedicada a los murcianos.

¿Qué más le ha inspirado?

En general, el folclore español, pero es cierto que sobre todo Murcia y su cultura. Por ejemplo, me basé para componer quince canciones en otros tantos poemas de Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa, y en la Nana de Murcia para Diferencias, una obra en la que ya se había inspirado Falla y pensé, si Falla la utilizó, ¿por qué no un murciano? La estrené en el festival de música de Santiago de Compostela y gustó mucho. Gracias a ella Alberto Ginastera [un importante compositor argentino] y yo comenzamos una relación de amistad muy estrecha.

¿Y cómo es que no se interpretan más en su tierra natal?

Pues es una pena, pero quizá la culpa es mía, que no he sido un buen relaciones públicas. Hace unos años intenté hacer más cosas por la Región, pero, viendo cómo me trataban a mí y a la música, un amigo mío, gran conocedor de la música clásica y de la situación, me recomendó que me olvidara. Pero quiero mucho a esta tierra, mucho.

Ginastera es uno de los compositores más importantes del siglo XX...

Sí, durante aquel festival, donde también asistí a un curso, publicaron mi nombre en el boletín como alumno y compositor destacado y entonces me animé más a continuar con mi carrera, gracias a que él me animó también. Ginastera vivía en Suiza, pero cada vez que venía a Madrid quedábamos. Yo le hacía de ´taxista´ y también llevaba a su mujer, Aurora, que tenía un stradivarius y casi sufría más por si le pasaba algo al violonchelo que a mis invitados (risas).

¿Ha tenido grandes maestros?

Manuel García Matos es lo mejor que me pudo pasar y Ricardo Dorado. Pero gracias a García Matos tengo desde entonces el gusanillo del folclore. Creo que si no hubiera muerto tan pronto yo hubiera seguido sus pasos.

Y usted, que es profesor, ¿cómo ve a los alumnos? ¿Hay futuro en la música clásica?

Pues hay de todo, como en todas partes. He impartido clases en el Conservatorio a estudiantes que hoy son profesores, directores, catedráticos y estupendos intérpretes. Pero también otros que no tenían vocación. La verdad es que a todos los he querido igual.

También compuso una marcha nupcial.

Sí, para dos amigos íntimos. Se casaron en el monasterio de Guadalupe, en Extremadura. Cuando comenzaron a sonar los órganos fue impresionante... ¡Casi no me creía que lo hubiera hecho yo!

Decía antes las dificultades por las que pasaba la Sinfónica de la Región, ¿la música clásica en general no pasa por su mejor momento?

Pues festivales como el COMA (Festival de Música Contemporánea de Madrid) que organizamos nosotros se mantiene por el ánimo que tenemos los propios compositores. Pero no es sólo la música, la cultura en general no pasa por su mejor momento.