Estas palabras que la vida y el sentimiento nos exige, no son fáciles. Por razones de amor y amistad. Se fue Ángel Hernansáez y poco ha tardado en marcharse Roxana, su mujer. Porque me niego a llamarla, ahora más que nunca, su viuda. Hace unas semanas me llamó por teléfono, con su inconfundible voz de humo y alegría; y me transmitió esperanza en el desánimo de verla en su lucha por sobrevivir a la mala fortuna; fue una llamada inesperada, emocionada por ambas partes, podría pensarse, entonces, que no se acabaría esa sonrisa convertida con facilidad en risa abierta. Y nos citamos en la ocasión imposible ya en este terreno que es la vida. Lo digo desde el fondo del pecho, donde más duelen, dicen, los navajazos al alma; Roxana no era la mujer de un amigo, que también, era una fraternal compañera. Hubo un tiempo en el que los dos acunábamos a sus hijos pequeños y rubios como la cerveza, noches infinitas de cariño cerrando las persianas del día al lado de este matrimonio que se me hizo imprescindible. Perdonad que en la hora amarga de Roxana, le recuerde a él; ella hubiera querido que así fuese.

Yo estaba allí, disfrutando de la afabilidad de su carácter, de la generosidad de ambos, cuando celebraban con una tarta sin aniversario, un día más de amor de maravillosa pareja. Y reían francamente la felicidad de aquellos días irrepetibles de pintura y emociones. Roxana dejó de pintar, creo, en otro ejemplo de entrega al talento de Ángel. Hacía un surrealismo que hubiera sido compatible con todo el arte derramado en su casa; esas manzanas sobre el vacío atestiguan lo que digo con el ánimo de que también se piense en ella como artista aunque sacrificara su obra por esa otra maravillosa de la enseñanza. ¡Quién hubiera podido tener una profesora como ella!, ¡profesor como él!

Este invierno su hija la llevó a ver el mar y me hicieron llegar la foto de su radiante alegría; quiero compartirla aquí como prueba de su fortaleza y templanza; de su fe en el futuro a pesar de todos los pesares y de la angustia que a todos nos sobrecogía. No ha podido ser lo que todos hubiésemos deseado, por lo que todos nos hubiéramos batido contra el enemigo común e implacable. Los suyos tienen que tener la certeza que no dejará, ni ella ni él, de estar en nuestra memoria; que les amaremos en el recuerdo imperecedero del afecto y la admiración que como seres humanos les tuvimos.

Roxana derrochó amistad conmigo, benevolencia en las faltas y los silencios, en la distancia que la vida obliga y lo que hacía conmigo lo hacía con todos sus amigos, compañeros, familia. Se dice, en estas ocasiones, de pérdida irreparable. Lo es, injusta en tiempo y forma. Desalentadora de los años difíciles, de estos tiempos de sangre que nos brota a nuestro alrededor.