­No asistimos a una elemental y esquiva descripción prosaica del rostro femenino. La pintora Rosana Sitcha (Cartagena, 1981) -que conste que el apellido no figura como invención estratégica- es licenciada en Bellas Artes por la Facultad de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia, y a pesar de su juventud, su obra despierta gran interés entre público y expertos. Sus paisajes urbanos y estos sugerentes retratos que ahora presenta en el Museo de San Javier de Murcia -la exposición se puede visitar hasta el martes- demuestran la valía artística de la emergente pintora cartagenera.

En Miradas de identidad y consciencia se incluyen las series Meditación, Volátiles y Frágiles, y algunas de las obras que componen estos grupos ya se han podido ver en anteriores exposiciones. En los dos últimos años, Sitcha ha mostrado sus cuadros en la galería Maes (Madrid), en la Fundación Gabarrón Casa Pintada (Mula), en la galería Salduba (Zaragoza) y en la sala Arte Mar (Barcelona). Curiosamente, jamás ha tenido la oportunidad de presentar su trabajo de forma individual en su ciudad natal.

En 50 metros cuadrados

Hasta hace tan sólo unos meses, ha vivido y trabajado en Cartagena. En un local de 50 metros cuadrados, junto a la vivienda de sus padres, en el barrio de La Concepción, popularmente conocido como Quitapellejos, la artista medita, prepara y pinta sus apreciados cuadros, casi siempre en acrílico sobre tabla. Su esfuerzo creativo surge como un soliloquio, como una reflexión en voz alta y sin aparente interlocutor, hasta que la obra no se encuentre colgada en una sala de arte o un museo. Su estancia en Madrid, desde el pasado mes de julio, le aportará nuevas experiencias artísticas.

Con sólo 31 años de edad, Rosa ya comienza a encontrarse decepcionada con el mundo del arte y sus manipuladores. Nos cuenta que se siente triste de observar tanta hipocresía y favoritismos, y por no haber podido presentar su trabajo a sus paisanos en un espacio expositivo digno. Desde la concejalía de Juventud del ayuntamiento de Cartagena, en 2010, se programó una exposición con la obra de Rosana Sitcha en la sala municipal de la Muralla Bizantina, y meses después, por pura casualidad, la pintora se enteraba que su participación se había anulado sin comunicárselo a ella; y de ahí su lógico malestar.

El insumiso poeta jerezano, flamante Premio Cervantes, José Manuel Caballero Bonald, ha escrito: «En vano recorremos/ la distancia que queda entre las últimas/ sospechas de estar solos,/ ya victoriosos a caso de esa interina/ realidad que avala siempre/ el trámite del sueño». Y Sitcha nos indica que todas sus mujeres retratadas «están sumergidas en sus pensamientos e inmersas en el silencio de la soledad», y visualmente conexionadas con los elementos primigenios. En esta entrega, el aire y el agua aportan más intención a los rostros de obvia consciencia e identidad.

Rostros y almas

Confiesa la artista que le «apasiona el género del retrato, pero desde una óptica más íntima. Mis proyectos siempre están pensados para captar, a través del rostro, los sentimientos y los pensamientos de las mujeres a las que retrato. Necesito llevar al cuadro los aspectos más trascendentales del ser humano». Y lo consigue dotando de credibilidad cada una de sus pinturas de factura contemporánea.

Si partimos de que «frágil es lo que se rompe o se quiebra con facilidad» y de que «volátil es lo que se mueve ligeramente y se desplaza por el aire», entenderemos la obra de Rosana Sitcha cuando dialoga sobre el sentido transitorio y fugaz del tiempo: una gota de agua que se evapora en el párpado izquierdo del ojo, una ráfaga de aire que desordena el cabello peinado o una mirada ausente que desvela una profunda meditación. Y volvemos al libro III de las Geórgicas, del poeta Publio Virgilio: «Tempus fugit, carpe diem» («El tiempo se nos escapa, vive el momento»). «Me preocupa en exceso el mundo interior con el que cada persona convive y se enfrenta a las veleidades de nuestra actual sociedad. Creo que los momentos de soledad que vivimos nos enriquecen y nos ayudan a digerir situaciones y superar problemáticas colectivas», asevera la pintora.

Es metódica, constante y muy organizada, llega a trabajar, algunas jornadas, hasta doce horas. «Mi padre -asegura- también tiene alma de artista. Aún conservo los dibujos que me traía cuando yo era muy pequeña, dibujos realizados por él a bolígrafo sobre folios, durante las ´horas muertas´ cuando ejercía de vigilante jurado». Hoy, recuerda con devoción aquellas hojas pintadas que su padre, Ginés, le regalaba; y descubrimos que algo de este sentimiento artístico se traslada conscientemente a los rostros figurativos, de transparente frescura y con el pigmento utilizado en sucesivas capas planas de color que Rosana recrea en cada uno de sus retratos rebosantes de misterio.