­La lluvia amenazó con suspender el BUM, pero aunque llovió con intensidad a lo largo de la noche, y el coso se convirtió en una laguna, todos los conciertos pudieron celebrarse. Abrieron los escoceses The Hazey Janes, a los que conviene seguir la pista. Visto y no visto. Su inclusión el cartel hizo que se redujera el tiempo de Wilco. A los primeros que les sorprendió la lluvia fue a The Leadings; nada importante, hasta contribuyó a resaltar el espectáculo de los murcianos, en su línea habitual de pop electrónico dirigido a la pista de baile. No afectó casi tampoco a los irlandeses Delorentos, que se preguntaban al salir «¿dónde están los toros?» (en realidad, se lidiaba esa noche contra una alerta amarilla que tan sólo hace unas semanas trajo graves consecuencias). De escucha ligera, no dejan de ser un grupo con canciones resultonas que se diluyen en un escenario grande. El concierto del que todos hablaban era el de Wilco, a quienes se ha llegado a calificar como los ´Radiohead de América´. Decir «correcto» sería quedarse corto.

Wilco han grabado discos fundamentales para su generación: Being there, Summerteeth y Yankee Hotel Foxtrot (póquer si incluímos A Ghost is born), y ahora luchan contra su pasado, condenados a caminar por una fina línea que separa a un grupo fiable de uno predecible, pero de momento se les ve en buena forma y capaces de medirse con cualquiera de sus contemporáneos.

Los ruidos con que nos recibieron (Poor place, Art of almost) podrían presagiar una vuelta a los tiempos de Yankee Hotel Foxtrot, más de siete minutos de tensión y final explosivo al más puro estilo Nels Cline -una suerte de guitar hero que exhibe todas sus habilidades: punteos líquidos, slide, feedback-. A partir de la primera canción dejaron claro que son una banda de directo impecable y con un cancionero tan sólido que deja pocos argumentos para resistirse.

El concierto discurrió en una agradable alternancia entre tiempos más pausados y de tono acústico y los más animados y eléctricos. Aunque se perdieran matices (también por la bulla que montaban algunos, deseosos de pegarle fuego a la zapatilla, ¡qué horror!), el gusto del grupo en los arreglos en exquisito; parecen casi una orquesta de cámara, combinando con precisión bajos con fuzz y guitarras acústicas, órganos garajeros y cuerdas sintéticas, guitarras de todo tipo y condición, disimulando algún que otro bajón compositivo con la reconocible, cálida y expresiva voz de Jeff Tweedy, que lució especialmente en las piezas souleras. Desde luego, suenan muy estimulantes cuanto más intrascendentes y menos introspectivos se ponen.

Diecinueve temas de un tirón (cerrando con el glorioso Shot In The Arm) mostraron a unos músicos brillantes y elegantes, aunque, por momentos, el sexteto de Chicago resultó sobrio y conservador como los ´amplis´ desplegados por el escenario. Hubo momentos estelares, como la desgarradora I am trying to break your heart, la irresistible Impossible Germany con sus guitarras a lo Allman Brothers, la prodigiosa Jesus -que figuraría entre lo mejor de Neil Young-, la tormenta en la tormenta de Via Chicago (Glen Kotche hizo temblar la plaza con la potencia de sus baterías) o Born alone, que apunta a un Tom Petty en estado de gracia. Tweedy hasta acabó silbando en Dawned on me, que tanto recuerda a Alright de Supergrass.

Para ser la primera visita de Wilco (Tweedy ya vino solo y el fervor no era tan grande), habría sido de agradecer un espacio como el Auditorio, donde no se perdieran tantos matices. Wilco es una banda para sonar definida, detallada y sutil. Desde ese punto de vista queda un poso de frustración. Por lo demás, imposible poner pegas. Tampoco son Grateful Dead.

Pero el punto épico de la noche lo alcanzó Noni con Lori Meyers. La lluvia arreció durante su actuación. Era el último concierto de la gira antes de meterse al estudio, y nada les iba a aguar su fiesta, pero lo que podría haber sido una visita de trámite se convirtió en un gran concierto con la complicidad del público, que aguantó hasta el final. La fuerte lluvia no les arredró. Noni, pletórico, sacándose la camisa, improvisó Singing in the rain en actitud desafiante, incluso se bajó del escenario, arriesgando su seguridad, para animar y agradecer a los fans que estuvieran ahí. Noni -convertido en un Capitán Ahab encorajinado desafiando a los cielos- y el público, que aguantaba el chaparrón, enloquecieron. Una imagen difícil de olvidar; pura épica.

Sí, puede sonar exagerado, pero han ascendido por méritos propios a la Primera División del pop español. Tokio ya no nos quiere o Luciérnagas y Mariposas fueron algunos de los temas que se corearon bajo la intensa lluvia.

La actitud sobre el escenario y la tensión propia de una gran noche se dejaba notar. Empezaron con la ya clásica Nuevos Tiempos, y desde el minuto uno se notó que Lori Meyers es una banda que tiene una puesta en escena; pueden gustar más o menos, pero cuando salen al escenario saben quiénes son y qué quieren, y el público que está enfrente también se va a enterar. Acabaron con Alta Fidelidad, y rumbeando lo de «todo esto es culpa de la gente». Apoteósico.