Ian Anderson, leyenda viva del rock y líder de Jethro Tull, lleva más de 40 años soplando flautas, rasgando guitarras. Thick as a Brick 2, Whatever Happened to Gerald Bostock? es la segunda parte de la que probablemente fue su obra cumbre, una epopeya del rock progresivo: Thick as a Brick. En el disco imagina cómo hubiera sido la vida de Gerald Bostock, el niño que inventó y que supuestamente inspiraba aquel disco.

Jethro Tull tal vez no fueron tan conocidos como los Stones o los Beatles. La radio no programaba con frecuencia sus canciones de 12 minutos, ni tampoco Anderson tuvo una vida sexual escandalosa al estilo Bowie. Pero sus contemporáneos siempre lo vieron como el virtuoso del rock, ´el poeta loco´, aquel que podría convertir la música barroca en rock y adornarla con poemas tan virtuosos como para hacer una apología a Jack Kerouac y los beats.

Hace 40 años, muchos adolescentes se fumaban sus primeros porros escuchando Thick as a Brick de Jethro Tull. Sospecho que muchos de aquellos adolescentes estaban en el concierto de la otra noche, en una especie de peregrinaje a aquella época de su juventud. Con la alopecia y el contorno de cintura en expansión, Anderson y su público han visto cambiar el mundo inconmensurablemente en todos estos años, y no para mejor. Anderson compuso Thick as a Brick como una burla, una parodia de los álbumes conceptuales. Tenía la frescura de una broma, del afrontar las cosas de forma divertida y espontánea. El álbum lo compone una única canción de ¡45 minutos! Bueno, eran ´aquellos´ años.

Con tales mimbres, no es extraño que Jethro Tull renunciara a interpretar Thick as a Brick más allá de su gira de presentación en 1972, hartos de que el público mostrara signos de cansancio en algunos pasajes de tan larga pieza.

Si hace 40 años Anderson se atrevió con tal opus, ahora parece no importarle el delicado momento que atraviesa el mercado para lanzar Thick as a Brick 2, y salir de gira interpretando los dos discos completos. Claro que ahora hay Mac, pantallas de vídeo y skype amenizando el recital, aunque la puesta en escena de Jethro Tull en esa época no era nada desdeñable. Se basaba en el teatro de lo absurdo, con hombres rana y simios haciendo inesperadas apariciones: una especie de opera rock –de hecho se ha comparado Thick as a Brick con Tommy–. En el escenario, Ian Anderson es tan histriónico como en sus primeros días. Se para sobre su pierna izquierda mientras sopla a su flauta y con la derecha hace escuadra, lo que le hace parecer una especie de garza.

Su decisión de publicar un álbum secuela de un clásico es audaz y valiente, sobre todo cuando los paralelismos entre ambos discos, con cuatro décadas por medio, quizás no sean inmediatamente obvios. La jugada ha recibido alabanza y oprobio por parte de los fans de Jethro Tull. Algunos adoran cualquier cosa que Anderson haga, mientras que otros se quejan de que a Thick as a Brick 2 le falta el toque y el dinamismo que aportaban al disco original el guitarrista Martin Barre, John Evan a los teclados y el batería Barriemore Barlow.

En la primera parte del concierto, la banda tocó los 44 minutos del álbum original, entero. Quizás revisar esa música con músicos diferentes ha revigorizado a Anderson, ya que no se trata de escarbar en un catálogo de hace 40 años, pero tampoco es un show nostálgico: el sonido es tan vital y moderno como cuando nacieron las canciones.

Son centrales el teclista John O´Hara (con levita, como un intérprete de clásica) y el guitarrista Florian Opahle, que consiguen imponer lo suficiente su identidad musical para ir más allá del ejercicio de mímica. Todo está perfectamente coordinado –no menos la contribución por skype de la violinista Anna Phoebe ´desde casa´, donde alterna el violín con su bebé–. Hasta la despedida viene enlatada.

Cuatro décadas más tarde

Da la impresión de que Anderson tiene que renunciar a alcanzar las notas que escalaba tan fácilmente en su juventud. El joven Ryan O´Donnell ha sido reclutado para añadir voz a las notas que Anderson sabe que ya no puede alcanzar; O´Donnell hizo el papel de Jimmy the Romantic en la gira de Quadrophenia, y sale mejor parado como actor que como vocalista de rock. El resultado es algo así como una producción escénica del West End. Si no hubiera sido por la presencia de Anderson, el espectáculo podría haberse tomado por un acto de homenaje no demasiado convincente. Entre contrastes y más contrastes, alternancias entre lo bucólico, lo distorsionado, lo lírico, lo acústico, lo eléctrico, lo psicodélico, con momentos de humor, todo ello en una progresión impresionante a nivel sonoro e instrumental.

Thick as a Brick son los casi 44 minutos más cortos en la historia del rock progresivo, la canción más larga y a la vez más corta del rock en general, pero por encima de todo ello, o quizás como causa de todo ello, también una composición equilibrada entre la dulzura, la belleza, la estridencia, la distorsión y la delicadeza. El momento final del álbum dio paso a una jiga, al tiempo que la voz de Ian Anderson canta ese tremendo y enérgico verso («Let me tell you the tales of your life»), en un derroche de sentimiento e intensidad como pocas veces se pueden encontrar en la historia del rock.

Sin embargo, TAAB2, que componía la segunda mitad del concierto tras un intermedio, fue otra cosa. Grabado para adecuarse al registro vocal presente de Anderson, él se encargó de casi todas las líneas vocales como no lo había hecho en años. El volumen pareció aumentar notablemente, y la banda demostraba verdadero entusiasmo mientras O'Donnell quedaba relegado a un papel mucho más periférico. Aunque ostensiblemente dividido en 12 cortes, fluye con soltura como una puesta al día en la vida de Gerald Bostock. Las referencias al álbum original están ahí, junto con algún guiño a favoritos de los Tull como Locomotive Breath. La guitarra acústica, la consabida flauta, el folk rock ocasional, pero sobre todo la intensidad y destreza de la banda, crearon un sonido de tonelaje sin grandilocuencia. Una habilidad poco común.

El material más reciente aguanta la comparación con un clásico del género; incluso es relevante por derecho propio. Pero las expectativas quizás fueran demasiado grandes. Era como intentar encender una vieja llama con la esperanza de reavivar una pasión de juventud, solo para descubrir que los años han pasado factura.

Cabe lamentar la bronca que Anderson le montó a uno de sus fans (llegó a pedir que lo expulsaran y amenazó con largarse) porque, según él, le molestaba su conversación. Existen documentos en los que el comportamiento de Ian Anderson con la prensa y el público es poco razonable, por no decir inexplicable. Y el servicio de seguridad tuvo un forcejeo con otro de los espectadores por estar de pie bailando. Independiente de este ´mal rollo´, Anderson es una figura singular e irrepetible en el marco del rock clásico, que se reinventa en cada gira, siguiendo su propia filosofía: «Soy muy viejo para el rock pero muy joven para morir».