A las cinco de la tarde, como reza el poema de Lorca, los restos mortales del disidente cubano Julio San Francisco entraban en la Iglesia Mayor de El Salvador de Caravaca. Un grupo de unos 40 amigos daban el último adiós al escritor y periodista, que fue hallado muerto en su casa por la Policía Local, después de que un amigo al que no le cogía el teléfono durante dos días, diese la voz de alarma y denunciase su desaparición.

San Francisco nació en Matanzas (Cuba) en 1951, residía en España, con el pasaporte azul que otorga las Naciones Unidas, desde 1997. Fue jefe de la página cultural del periódico Victoria de Isla de Pinos (Isla de la Juventud) y posteriormente columnista del periódico nacional Trabajadores, con sede en La Habana. A principios de la década de los 90 rompió con el periodismo oficial y participó en 1995 en la fundación de Habana Press, la primera agencia de prensa privada y libre en su país en medio siglo, que vendía noticias sin adulterar por el régimen castrista a Miami. Las emisoras del otro lado de la bahía de Cochinos emitían dichas noticias, que se podían escuchar a través de onda media en la isla.

También participó en la fundación del Movimiento Cubano de Periodismo Libre (Independiente) y de Concilio Cubano.

Autor de una decena de trabajos literarios, su último libro publicado fue Prensa Gulag, la apasionante lucha de un periodista cubano disidente en el año 2009. Su obra fue motivo de estudio en la universidad La Sorbona de París. Como muchos soñadores de la paz y la libre expresión, no llegó a ver brillar el sol de la libertad en los atardeceres del Malecón habanero, ni pasear sin ser señalado por la calle Cristo Rey camino de la Bodeguita del Medio en la noche callada. Como muchos libertadores de la contrarrevolución, murió casi en la indigencia ayudado por la caridad de sus amigos.

Fue entrevistado para LAOPINIÓN de Murcia en el año 2010. Las fotografías pidió hacerlas en una cafetería de Caravaca llamada Las Sirenas, curioso nombre para un disidente cubano. Cuando le preguntaban si algún día pensaba que volvería a pisar La Habana, perdía la mirada pensativo y, quebrando la voz, contestó «primero tiene que morir Fidel, después la gente saldrá a la calle a gritar por su libertad». Asimismo manifestó que «después de más de 15 años de exilio, tengo ganas de ver a mi familia que se quedó en Cuba y a los compañeros encarcelados».

Se sentía orgulloso de su poema El Desterrado, que recuerda a gente como José María Heredia, José Martí, Agustín Acosta, José Ángel Buesa, Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Heberto Padilla y los más de dos millones de cubanos en el exilio. Durante la misa córpore insepulto, su amigo el poeta caravaqueño Antonio Sánchez ´El Terote´ leyó unos versos dedicados a San Francisco.