Como cualquier niño, Emilio Pérez Piñero (1935-1972) soñaba un día con ser pintor y al siguiente quería ser obispo o marino mercante... Imaginación nunca le faltó a este calasparreño –aunque nacido en Valencia– que se fabricaba sus propios juguetes y a quien se compara incluso con Leonardo Da Vinci. Un arquitecto que en solo diez años de carrera –falleció a los 36 años en un accidente de tráfico– cautivó con su genio al magistral Dalí, realizó estructuras que nadie pudo continuar y fue ´fichado´ por la NASA para construir un invernadero en la Luna. Pero, paradójicamente, poca gente conoce en la Región a Emilio Pérez Piñero, cuyo nombre no aparece en los libros de texto de los estudiantes junto al de otros reconocidos murcianos.

«Las estructuras desplegables, que podían ser montadas y desmontadas en poco tiempo y que se transportaban con facilidad», fueron la principal aportación a la arquitectura de Pérez Piñero, según explica su hijo y director de la fundación con sede en Calasparra que difunde la obra del arquitecto, Emilio Pérez Belda, quien apunta que, «al menos el 50% de sus estructuras están plenamente vigentes; se puede decir que siguen siendo de vanguardia». Además, el funcionamiento de muchas de ellas «sigue siendo inédito» –añade el también arquitecto– porque su trabajo se ha editado poco y aún hay un gran desconocimiento de sus estructuras desde el punto de vista técnico.

El primer gran éxito lo tuvo Emilio Pérez Piñero antes incluso de acabar Arquitectura; una carrera que eligió en parte por su padre, ingeniero militar, quien no terminaba de ver con buenos ojos que estudiara Bellas Artes y le aconsejó que aprovechara su visión espacial y su habilidad con una carrera que aunaba arte y técnica. En 1961, el VI Congreso de la Unión Internacional de Arquitectura había propuesto la construcción de un teatro ambulante, y la estructura desplegable del calasparreño fue considerada por el jurado como «una aportación técnica de primer orden».

Un pabellón transportable de exposiciones, una estructura desmontable para proyectar películas donde no hubiera cine o una cúpula transportable y desplegable desde un helicóptero fueron algunos de sus proyectos, aunque también realizó estructuras fijas como la cúpula del Museo Dalí de Figueras (Gerona). En 1969, Dalí tenía claro que quería una cúpula geodésica en su museo, una cúpula fulleriana –Richard Buckminster Fuller las hizo famosas–, aunque le frenaba el que fuera más caro traer al estadounidense que la propia estructura. Fue entonces, según explica Pérez Belda, cuando informaron a Dalí de que había un joven arquitecto español capaz de hacer esas estructuras –el propio Fuller se lo confirmaría, diciéndole que Pérez Piñero hacía cosas que ni él sabía cómo podía hacer–.

Poco después, el arquitecto calasparreño, que además se encargó él mismo de formar a operarios de su localidad para construir sus estructuras, recibió el encargo más curioso de su carrera: una estructura para crear un invernadero en la Luna. Tras los primeros viajes tripulados al satélite, la NASA «comenzó a analizar las muestras recogidas y vieron que el polvo o tierra lunar hacía crecer las plantas muy rápido, que era muy fértil –relata Pérez Belda–, y tuvieron entonces la idea peregrina de crear un invernadero en la Luna. Buscando estructuras para crear en su interior una atmósfera artificial, dieron con una patente de Pérez Piñero –su amigo y también arquitecto Félix Candela estaba difundiéndolas en EE UU– y se entusiasmaron, así que le encargaron una estructura que se abriera cuando el módulo lunar aterrizara en el cráter». El problema, igual que ocurrió después con otro encargo de la Armada norteamericana para una base en la Antártida, es que las cartas «fueron retenidas por los servicios de inteligencia, y cuando Pérez Piñero respondió y mandó su maqueta espacial, llegó tarde y el proyecto se malogró».

Pero al joven arquitecto «los fracasos le afectaban poco». «Posiblemente se sintió frustrado, pero dos días después ya estaba trabajando en otra cosa, porque en esos años tenía muchos proyectos, no podía deprimirse», declara Pérez Belda, y cuenta que su padre, «aunque lo tenía todo bajo control, era bastante anárquico. Trabajaba cuando se le ocurría, podía pensar algo mientras tomaba una cerveza y lo apuntaba en una servilleta».

Fundación en Calasparra

Algunos de esos papeles llenos de inventos se conservan en el archivo de la Fundación Emilio Pérez Piñero (www.perezpinero.org), cuyos fondos, que suman unos 4.000 o 5.000 documentos, se han ampliado notablemente a raíz del fallecimiento, en 2010, del hermano de Pérez Piñero, quien guardaba muchas fotografías, cartas y otros escritos en los que el arquitecto escribía sus reflexiones con una madurez poco común para su edad.

Está previsto que la obra artística del arquitecto –los autorretratos y retratos familiares que realizó siendo aún adolescente– se una a las maquetas que realizaba de sus estructuras, y que se exponen en esta fundación con sede en Calasparra (edificio El Molinico), que fue fundada en 1992, tras la Exposición Universal de Sevilla.

El pabellón de Murcia, diseñado por Vicente Martínez Gadea, se centró en tres ilustres murcianos: Juan de la Cierva –inventor del autogiro–, Isaac Peral –del submarino– y Emilio Pérez Piñero. «Era la primera vez que su obra se recopilaba de una forma más seria, y aprovechando que algunas de sus maquetas se arreglaron se decidió crear la fundación para reunir sus trabajos, explicarlos y difundirlos», recuerda Pérez Belda. Una obra que sin duda merece ser conocida y que es imposible no imaginar hasta dónde podría haber crecido si no hubiera fallecido en ese accidente en julio de 1972. Su hijo, quien confiesa que no piensa mucho en ello –«quizá como autodefensa»–, cuenta que entonces estaba trabajando «muy ilusionado» en sendas cubiertas para la plaza de toros de Lisboa y el velódromo de Anoeta, que no pudo realizarse finalmente porque «ningún arquitecto era capaz de llevarlo a cabo». Hoy en día, seguiría siendo difícil encontrar a alguien.