«¡Ni una gota de poesía! ¡Realidad! ¡Realismo!», se dice que exclamaba Federico García Lorca al acabar cada escena de La casa de Bernarda Alba, pero la poesía y el simbolismo se cuelan por las rendijas de esta casa con puertas y ventanas ‘tapiadas’ por el luto. «Aunque Lorca quería una obra realista, es muy simbólica», asegura el director de escena murciano Antonio Saura, cuya compañía, Alquibla, pondrá en escena esta semana en el Teatro Circo de Murcia la última obra del autor granadino.

En La casa de Bernarda Alba, «Lorca confronta el anhelo de libertad a la represión», y recuerda Saura que se escribió «en un momento de gran conflicto sociopolítico», cuando se estaba gestando la Guerra Civil. Hace de eso ya 75 años, pero el texto no ha perdido un ápice de actualidad; y es que no hay que olvidar que «todo hombre ha deseado siempre ser libre».

«Es una obra grande por el tema -prosigue Saura-, porque tiene un texto bellísimo y lleno de poesía y porque los personajes también están llenos de poesía; algo que no impide, como decía Lorca que debía ocurrir siempre en el teatro, que se les vean los huesos y la sangre». A juicio del director de escena, el autor granadino «sacó una obra brutal que no tuvo tiempo de revisar bien y que tiene un punto primitivo... Es perfecta por eso, porque no está retocada». Y gracias a esa perfección cuenta el responsable de Alquibla que no ha hecho falta ningún tipo de adaptación del texto, que se complementa con «una sobria puesta en escena».

Saura no esconde su entusiasmo y su «placer» días antes de la puesta en escena de un texto que «ya estaba encima de la mesa» antes de que Alquibla representara Bodas de Sangre -en 2003-; una obra que despierta en el director de escena una pasión que «viene de lejos, de la noche de los tiempos, de esa zona oscura... La verdad es que no sé en qué momento me atrapó», confiesa Saura, quien sostiene que si no la ha representado antes «es porque consideraba que le faltaba madurez a las intérpretes de la compañía».

Ahora solo tiene palabras de amor para las ocho actrices de La casa de Bernarda Alba, de las que destaca «su rigor, su disciplina y su talento». Entre ellas, caras conocidas de otros montajes de Alquibla e incorporaciones como la de Allende García, la joven que da vida a Adela. Recuerda Saura que en las pruebas «brilló con luz propia» y se confiesa «atrapado» por «la belleza exótica y el talento» de esta estudiante de la ESAD.

Y frente a Adela, Bernarda, que tendrá el rostro y la voz de Lola Escribano, «una actriz con la madurez artística y personal perfecta» para interpretar a esa madre «autoritaria, falta de afecto y con ceguera emocional que entiende que su única misión es imponer el orden moral» en su casa -«En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle», exclama esta mujer adusta que empieza y acaba reclamando, con una dureza que corta el aliento, «¡silencio!»-.

Sin embargo, adelanta Saura que la Bernarda de Alquibla «no tiene tanta autoridad». «En la evolución del personaje hay una clara pérdida de autoridad frente al angustioso deseo de libertad» de sus hijas... de la joven Adela -«¡Quiero irme de aquí!» «¡Dejadme salir!» «¡Quiero salir!»...-

«Protestamos demasiado poco»

Desea Saura que el público salga del teatro «emocionado y con una actitud crítica» y lamenta que clamemos por nuestra libertad «demasiado poco». «No protestamos lo que deberíamos protestar y hay demasiado conformismo con un día a día indignante», declara aliviado de que hayan surgido «las voces de los indignados, de los jóvenes, que nos han emocionado y conmovido; voces de disconformidad que se han oído en todos los lugares al fin». Él, por supuesto, seguirá luchando desde su parcela de artista porque -recuerda- «el teatro es siempre político y contribuye a que sigamos gritando por nuestra libertad, por lo que creemos».

«Caminos nuevos hay para salvar el teatro. Todo está en atreverse a caminar por ellos», dijo García Lorca hace ya cerca de un siglo, y el director de Alquibla continúa, como siempre ha hecho, «intentando recorrer ese camino; el camino de la emoción y de la calidad frente al teatro de los cinco minutos».

Sigue así -dice- apostando por «el teatro universal, el de los grandes temas, el que es capaz de cambiarnos y de cambiar el mundo» y «buscando el equilibrio entre el arte y el negocio», como también dijo «el mejor poeta que tenemos», un hombre «que perdió la vida por una sociedad que no supo dialogar». Aunque quizá, tristemente -reflexiona Antonio Saura-, «tuvo que ser así para que su nombre y para que La casa de Bernarda Alba sean hoy tan grandes».