Parecía increíble, pero ahí estaba: una abuelita de 74 años cimbreando las caderas (bueno, moderadamente) y cantando viejo rock ´n´ roll. ¿Una broma? No, nada de eso. Ni por asomo. Quienes sigan mínimamente la primera plana del rock, no digamos los expertos en rock ´n´ roll clásico, saben bien que esto no es un desbarre del arriba firmante, que esa señora es más real que el mausoleo de Elvis en Graceland.

Wanda Jackson es toda una estrella del género, una leyenda viva que, aseguran, fue la primera rocker femenina –aunque eso, dicen, tendrían que haberlo consentido las ya fallecidas Big Mama Thornton, Sister Rosetta Tharpe o Ruth Brown–, y que no solo logró gran éxito en la América de los años cincuenta, sino que cantó con Elvis y tuvo amoríos con él. Llegó y literalmente se zampó el escenario. Lo suyo discurrió entre el poderío y la audacia, clasicismo de quien estuvo en primera línea allá por el 55.

No hay muchos cantantes que se puedan referir musicalmente a Elvis Presley, Jack White y Amy Winehouse en el mismo concierto. Wanda Jackson –vestida con pantalones negros y una chaqueta rosa cubierta de borlas y brillantes– lo hizo parecer fácil en un recital que mezcló humor, maestría y genuino carisma, convirtiendo la sala en una juerga de swing. Nos llevó de visita guiada por la historia del rock ´n´ roll, desde los 50 (I Gotta Know) hasta su álbum de regreso producido por Jack White, The Party Ain´t Over. Versionando a Amy Winehouse (You Know That I´m No Good) demostró que su poder de interpretación no se limita a los oldies.

Wanda lucía espléndida. Vino respaldada por un combo belga de rock and roll, The Seatsniffers, y desgranó el material con nervio, introduciendo las canciones con historias tras la escena sobre trabajar con su expretendiente Elvis, sobre sus viajes, etc. Elvis estuvo presente desde el inicio del espectáculo con el clásico Riot Cell in the Block nº 9. A continuación, fueron sonando canciones como Heartbreak Hotel o su gran hit Fujiyama Mama. La segunda parte del show estuvo más orientada a The Party Ain't Over. De ese disco sonaron Shakin' All Over, Nervous Breakdown, Rip It Up o su versión de Winehouse. También recordó sus flirteos con el country evocando a Hank Williams con I Saw the Light. La noche terminó, como no podía ser de otra manera, con su mayor éxito, Let´s Have a Party.

A sus 74 años, Wanda Jackson demostró que todavía conserva fuerzas para subirse a los escenarios a rocanrolear. Que no pare la fiesta.

De la ternura al absurdo

Herman Dune han saltado del círculo de iniciados hasta ganar un público más amplio armados de lo único que debería importar en este asunto: buenas canciones. Flaco, con una barba que cuelga sobre su guitarra vintage, David-Ivar Herman Dune saltaba por el escenario, si no como un poseso, sí como un chaval con algo rondando en su cabeza (o como un Chiquitooor). El percusionista Néman, sentado a un lado del escenario, es su perfecto contrapunto, y también les acompaña un bajista.

Desde el primer acorde desafinado, su freakshow de granjeros es fascinante. Las canciones transpiran curiosidad e inteligencia. Su ironía es siempre cálida y afectuosa: ya sea a la hora de revisar las estructuras del pop añejo, del folk indie más desprejuiciado, del rock de (múltiples y diversas) raíces, o la escritura de esas letras que deambulan de lo confesional a lo humorístico, de la ternura al absurdo.

Presentaban su nuevo disco, Strange Moosic, un álbum sólido y rotundo: desde el toque épico de Just Like Summer a los estribillos infecciosos de Be a Doll and Take My Heart o Monument Park, y la joya de la corona, Tell Me Something I Don´t Know, un tema sencillo que, con solo cuatro acordes, se instala en tu cabeza a la mínima oportunidad. Y todo ello envuelto en una música que rezuma espontánea naturalidad. Herman Dune demostraron que también es posible hacer música desnuda, irresistible, deudora del mejor Jonathan Richman y sus Modern Lovers o de Belle & Sebastian, con capacidad de transmitir optimismo. Obviamente no faltó I Wish That I Could See You Soon, célebre a través de un spot protagonizado por Ferrán Adriá y ellos mismos. Un concierto feliz, algo estrafalario y divertido, que logró la empatía al instante.