Se puede viajar de muchas formas. Mirando un cuadro, leyendo la historia de una ciudad, contemplando un viejo palacio árabe convertido en convento. Se puede uno trasladar al pasado visitando el lugar de nacimiento de un artista o recordando la niñez desde un avión. Y con esos conceptos han viajado hasta La Conservera las obras de seis artistas que han experimentado, soñado o recordado sus viajes.

El centro de arte ubicado en Ceutí inaugura hoy -a las nueve de la noche y con concierto de Neuman incluido- su séptimo ciclo de exposiciones con cinco propuestas que invitan a los espectadores a viajar. O quizá a detenerse para contemplar los viajes de estos autores que, como decía el director de La Conservera, Pablo del Val, «han vuelto a la cocina», con obras hechas a mano.

A la artista estadounidense Maureen Gallace no le hizo falta viajar hasta Murcia cuando recibió la propuesta del centro de arte. Sólo tenía que investigar, leer algún libro y bucear en fotografías para saber lo que quería pintar. «Miro la imagen hasta reducirla, lo reduzco hasta que se convierte casi en algo mágico», explicaba ayer. Magia captada en pequeños cuadros, casi estampas, donde refleja la costa de Cape Cod y la murciana. Casas pequeñas casi construidas también a mano -«son arquetipos arquitectónicos que consideraba interesantes»-, el mar, las flores, los pájaros. Pequeños detalles que se mueven entre la figuración y lo abstracto, con formas minimalistas que han sido definidas como profundamente íntimas.

Y de los luminosos y deshabitados paisajes de Gallace al oscuro mundo que han descubierto Ángel Mateo Charris y Gonzalo Sicre. Los autores han preferido viajar «a un territorio pintado». Un espacio en el que vivió y pintó el artista Leon Spillaert, autor nacido en la «simbolista, oscura y extraña» localidad de Ostende. El Insomnio -título de su exposición- es lo que produjo algunas de las obras más importantes del autor belga. Pero el paso del tiempo impidió a Charris y Sicre encontrar aquel Ostende tétrico vivido por Spillaert, por lo que buscaron «las raíces del ya pintado y eso sólo se podía traducir después en pintura», explicaba ayer el autor cartagenero. Por eso en esta muestra las obras que parecen hiperrealistas vienen sin embargo de las experiencias mentales y físicas de estos dos pintores. Y surgieron piezas llenas de luz, de escenas cotidianas de pescadores, de personajes en la playa. Pero también otras oscuras donde hay referencias a pintores, compositores, dibujantes... Es el Ostende nocturno, mucho más interesante para Sicre y Charris, donde, como le sucedió a Spillaert en sus paseos de noche, las obsesiones, los fantasmas y las fantasías salen a la luz. El arquitecto Martin Lejarraga -por cierto, búsquenle cerca del mar- ha levantado un estudio en una de las salas y una playa en la otra, lo que ayudará al espectador a adentrarse en estos mundos nacidos en un lugar del mar del Norte y en dos estudios de Cartagena donde dos artistas se han encontrado, como explican, con «el corazón mismo del insomnio».

Cuando Jorge Peris se encontró con las salinas de San Pedro desde un avión pensó que estaba soñando. «Sin embargo, se trataba de un viaje que había hecho en mi infancia». Eso fue hace siete años y fue entonces cuando nació un proyecto titulado Aladas almas que se concretó gracias a La Conservera. Desde las Salinas, Peris viajó al desierto de sal de Uyuni en Bolivia. «Tiene 12.000 metros cuadrados y está a 4.000 metros de altura -explica el autor alicantino- y llega un momento en el que es tal lo que ves que no entiendes dónde estás». A muchos de los espectadores les sucederá lo mismo en la sala 3 del centro de Ceutí, con una instalación construida con 170 toneladas de sal.

Está presidida por una torre e incorpora un cultivo de algas propias del sistema mediterráneo. A Jorge Peris le cuesta explicar qué significa, hasta dónde quería llegar. Porque se puede hablar de ruina, de paisaje, de literatura -hay una referencia a la tumba de Agamenón- o a un arte vivo, gracias a un criadero de artemias que, al igual que la sal, volverá un día a la Salinera Española para seguir su viaje y su curso natural.

Cuando la siria Diana Al-Hadid conoció el museo de Santa Clara de Murcia ni se podía imaginar que en un palacio árabe iba a encontrar una figura humana, prohibida por su religión. Así que decidió jugar en sus esculturas con esta idea que, junto a la música y la arquitectura, sus dos pasiones, le daba vueltas en la cabeza. Por eso, de las seis piezas que exhibe en La Conservera, en dos de ellas, las últimas que ha realizado, casi se pueden ver fantasmas, figuras que no puede mostrar pero sí sugerir. Una catedral boca abajo, órganos de iglesia que sobresalen de la arquitectura abstracta que preside todas sus obras son otras de las propuestas de Toca la quinta del lobo, un título que hace referencia al Rey Lobo, y a la música y a su minucioso trabajo de producción.

Decía ayer el consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, que en este ciclo centrado en la pintura y la escultura no se puede confundir viaje con peregrinación, porque esta última evoca un final, un lugar al que llegar. En este caso, los espectadores sí deben peregrinar hasta La Conservera. Allí hallarán un motivo para viajar de manera «abierta e imprevisible».