«Ésta es la canción del verano, porque ésta es la canción del verano de 1984». Es el estribillo de uno de los ´choruses´ más pegadizos de la temporada estival, el de 1984, de Delafé y las Flores Azules –sí, los mismos protagonistas del spot de una marca de cerveza «de un lugar llamado mundo»–, y uno de los aspirantes a ser canción del verano. Pero, ¿aún hay canción del verano? Curiosamente la respuesta la hallamos en la letra del citado tema, una relación de lugares comunes de los estíos playeros ochenteros; o sea, que hablamos de un asunto más bien nostálgico, de otros tiempos. Porque no es lo mismo la canción del verano que una canción que suena mucho en verano.
Por eso, réquiem por la canción del verano, ésa de estribillo pegadizo, coreografía asumible y bailable y letras que hacen alusión a playas, fiestas, celebración y, claro, alegría, la única obligación para muchos del estío. La cosa tuvo su origen en el italiano Festival de San Remo, el certamen que designaba el tema que dictaría modas los meses siguientes, y pronto la corriente fue adoptada en nuestro país, con los Diablos –Un rayo de sol– y Fórmula V –Eva María y Vacaciones de verano– como principales exponentes. Era un repertorio puramente veraniego, que no se salía ni un milímetro del campo semántico del agosto de amores fugaces, guateques animados y cachondeo general y despreocupado. ¿Puede aplicarse lo mismo a Waka Waka, el tema de Shakira que más sonó en el verano del 2010?
La importancia de los extra
Como actualmente ocurre en todos los ámbitos de la música, y de su difusión, la canción en sí ya no vale: para escalar hacia el éxito, el tema debe estar aparejado a cuestiones extra –en el caso de Waka Waka, ser banda sonora del Mundial de Fútbol de Sudáfrica; otros ejemplos recientes: ¿habría sido un ´hit´ Dragostea din tei, de O-Zone, sin la parodia filogay de Los Morancos? ¿Y si Del pita del no hubiera sido la música de un spot de un refresco?–. Quizás la única sorpresa reciente en este sentido haya sido el Opá, yo viazé un corrá, de nuestro El Koala: consiguió el reinado veraniego yendo a la suya, aunque, eso sí, con un notable apoyo de múltiples programas de variedades. Pero, en general, un tema de un anuncio de Ikea, por ejemplo, puede ser el más silbado de la temporada. O que una aspirante a ´talent show´ como Silvia Padilla y su Ponte el cinturón triunfara en 2007. Sí, hasta ahí ha degenerado la cosa.
Otro factor que ha contribuido a la muerte de la canción del verano ´strictu senso´: la fragmentación del mercado musical y de sus canales de distribución. Lejos, muy lejos han quedado los años en que Los 40 Principales era la única cadena que dictaba las modas y las apetencias y en que Mallorca Mix, Ibiza Mix y derivados eran los únicos recopilatorios-termómetro. Internet trastocó todo eso, multiplicando hasta el infinito el número de canales por los que difundir y, por tanto, acceder a contenidos musicales. Y eso va contra la propia naturaleza de la canción del verano, un tema indiscutible, que suena siempre, en todos los lugares y que gusta –o irrita– a todo el mundo. Porque, como dice Guillem Martínez, autor del libro La canción del verano: la historia de 30 años desde sus veranos, la canción del verano es «pura cultura de masas», y la cultura de masas es un concepto ya desaparecido por la atomización online.
La canción del verano ha quedado como Naranjito o Verano Azul, un recuerdo para nostálgicos incurables. De ahí que lo último de Georgie Dann, El veranito, o el intento de los inenarrables King África y Fernando Esteso de reverdecer los laureles populares de La Ramona, hayan caído en saco roto. Aunque, en realidad, quizás sí que haya nostalgias en las canciones que más suenan este verano, una evocación, eso sí, pasada por el tamiz de lo cool: Jennifer Lopez recupera, via royalties, la clásica lambada en On the floor y Bob Sinclar se alía con la Carrá para su Far L´Amore. Quizá la historia de la canción del verano sea la historia de España: del guiringuito, al ´beach club´.