Normalmente se dice que un grupo musical es "maldito" o "de culto" cuando lo conocen en su casa a la hora de comer, pero que se espera que cinco, diez o veinte años después salte al conocimiento de la casa de al lado. Entonces, el artista o artistas "de culto" dejan de ser de culto, y por supuesto dejan de ser considerados malditos. Pues bien, el celebérrimo grupo británico Queen, con toda su "arena rock" o "rock de estadio" a cuestas, ha venido siendo paradójicamente "maldito" o "de culto" por razones igualmente distintas que las reseñadas: hasta los últimos años gozaba de un favor artísticamente muy restringido (aunque monetariamente rentabilísimo), el del público anónimo de masas, pero ni mucho menos tenía la misma aceptación crítica, la que dice lo que es "arte" o no lo es. Para los críticos, Queen era un grupo en cierta forma "maldito" y por descubrir. Los prejucios han venido impidiendo bucear en serio en su obra y la significación de ésta. Lo de Queen muchos críticos decían que no era arte, o al menos arte de auténtico mérito. Nunca fueron un grupo querido por los críticos de rock que querían "actitud". El cantante Freddie Mercury les daba dentera (nos la daba también a los jóvenes que nos dábamos pujos estilísticos, por la época), y no es difícil comprender por qué. Muy celebrada fue aquella anécdota de los oxigenantes gamberretes Sex Pistols, los que venían a acabar con los dinosaurios de la música y con la "holy shit" de Elvis, cuando, grabando en los mismos estudios que Queen, su vocalista Johnny Rotten reptó por debajo del piano de Mercury para hacer la gracia (al divo nacido en la isla de Zanzibar no le hizo ninguna). Se ridiculizaba a Queen, y a veces La Reina, justo es decirlo, se ridiculizaba sola.

Se suele calificar a los artistas malditos o de culto como que son "para la inmensa minoría", pero Queen, mientras existió con su formación original, fue lo contrario: un grupo para la restringida mayoría absoluta, la que paga pero no cuenta más que para llenar aforos. No eran un grupo para la inmensa minoría de iniciados, connoisseurs o críticos, que ponían la misma cara ante ellos que ante, por ejemplo, Dire Straits. Queen era un grupo, sí, para la poco influyente mayoría absoluta que se limitaba a comprar sus discos, cuando los discos se compraban, sin tener por qué argumentar una opinión estructurada sobre su legitimidad rockista para ir a llenar sus estadios. Eran un "guilty pleasure", un pecado culpable. Tampoco hacía nada Queen por hacerser perdonar sus aspectos más estomagantes (siempre me pregunté qué enemigo acérrimo diseñaba sus fotos promocionales, sus videoclips y las portadas de sus discos).

No había nada decididamente desagradable en su música, al menos si la contemplamos con los stándares de hoy. Por comparación a lo que se escucha en las radiofórmulas ahora, Queen ya no es un placer culpable, un pastelito de nata industrial en la boca de un diabético, sino un gran grupo rock a reivindicar, y el excesivo Mercury ya no parece aquel que hacía un dueto con Montserrat Caballé (sí, por supuesto, también con David Bowie en la esplendorosa "Under Pressure"), sino una especie de provocador revolucionario e incomprendido enfundado en mallas. Como no podía ser de otra manera, en unos tiempos en que ya Queen suenan mejor que nunca han sonado -como digo, nuestra exigencia de "actitud" se ha relajado mucho, gracias a la realidad de estos tiempos y a la nostalgia-. Increíblemente, algunas de sus virtudes pasaron desapercibidas, de tanto como estaban expuestas. No veo por qué los gorgoritos cuando los hacían a principios de los setenta, quizás copiándolos de los mismos Queen, los muy respetados por la crítica Raspberries se hablaba de que eran "pioneros del power pop con arreglos operísticos" y por contra cuando los expelía el bigotudo Mercury, cuya imagen hubiese ido innegablemente mucho mejor entre los Village People, eran derivaciones horteras e inaceptables propias de unos tipos que se creían Amadeus Mozart (o Farinellis) de la música popular. El tiempo hace que recordemos los odios pero olvidemos el motivo de ellos, y, ejemplo, a una pieza como "Bohemian Rapsody" se hace difícil tenerle manía hoy, ya olvidado aquel purismo de tribu que sentíamos hace treinta o treinta y cinco años. ¿Y qué si los Queen se ponían trascendentes, a veces rozando la marcianada? No, no eran ningunos puristas, ni tuvieron nunca un estilo excesivamente definido, fuera del abejeo de voces marca de la casa. Desde el muy pomposo progresivo hasta terrenos no muy alejados de los tres tenores atacando "tengo una vaca lechera", Queen hizo de todo, pero desde luego más que suficiente como para ser considerados algo más entrañable que meros exponentes de la decadencia ornamental del rock. Salvando las distancias y los estilos, A Queen le ha pasado como ocurrió con The Knack (a principios de los ochenta casi un producto de "marketing", y hoy, menos para una minoría irreductible, considerados unos clásicos del pop energético): ha hecho falta que los mismos críticos de entonces envejezcan y que, al escuchar ahora a los Queen remasterizados y en condiciones, se sorprendan echándolos sinceramente de menos.