Claudio Pardo falleció la semana pasada a los 73 años después de haber dedicado cincuenta años a trabajar en uno de los bares con más solera de Murcia, el Bar Rhin. Desde los 18 años hasta los 68 ese bar, ubicado el céntrico barrio de San Pedro y en pleno punto neurálgico del tapeo murciano, fue su segunda casa. Allí pasaba cada día largas horas atendiendo a todos los clientes que paraban su actividad diaria para tomar un pincho y una cerveza. Hacía cinco años desde su jubilación y traspaso del bar, pero son muchos los clientes que todavía le recuerdan con cariño. Su familia celebrará esta tarde a las ocho una misa en su memoria en la parroquia de la Sagrada Familia de La Albatalía, pedanía en la que vivió siempre.

«Después de la familia, ese bar era toda su vida. Pasaba allí muchas horas. Pero le gustaba mucho su trabajo, lo disfrutaba de verdad y tenía muy buena relación con todos los clientes, nunca tuvo problemas con nadie», explica su viuda, Josefa Alarcón.

Claudio Pardo empezó muy joven en el negocio de la hostelería. Con tan solo trece años ya trabajaba en la confitería Barba, famosa por sus pasteles de carne, y allí estuvo hasta que se marchó a hacer el servicio militar con 18 años. A su vuelta del servicio militar, consiguió un trabajo como camarero en el Bar Rhin, que por entonces era propiedad de Francisco Ruiz. Con él estuvo sirviendo detrás de la barra más de treinta años hasta que el dueño falleció. Fue entonces cuando Claudio y otro compañero, Francisco Ceballos, tomaron como socios las riendas del castizo bar murciano por el que a lo largo de toda su historia han pasado toreros, políticos y artistas de toda España. «Estuvo hasta Lola Flores una vez. Por allí pasaba mucha gente importante, también políticos de toda la Región. Muchos se alojaban en los hoteles de la zona y pasaban por el bar. A él lo conocía gente de todos sitios y le tenían mucho cariño», cuenta su viuda, que recuerda cómo «una vez incluso estuvimos en Benicassim y nos encontramos con un cliente que se alegró muchísimo de vernos. La verdad es que era muy respetado por todos y muy amigo de sus amigos», cuenta emocionada su esposa, que con cariño recuerda cómo solía presumir su marido de los boquerones en vinagre y del pulpo que cocinaba para el bar. «Hacían los dos de todo, pero eso era de lo que él se encargaba siempre y de lo que presumía. Además,

compraba unos boquerones muy grandes, de calidad. Le salían muy buenos, eso es verdad». En el bar también trabajaron muchos días, sobre

todo los fines de semana echando una mano sus cuatro hijos: José Manuel, Juan, María del Carmen y Claudio.

El poco tiempo libre que el bar le dejaba, Claudio lo pasaba con su familia o practicando el ciclismo, una de sus grandes aficiones. También era un gran apasionado del fútbol y siempre que podía disfrutaba con los partidos del Real Madrid y del Real Murcia, sus dos equipos. Además, de tanto en tanto disfrutaba de la caza.