Alberto Chessa (pseudónimo de Alberto Sánchez, Murcia, 1976) ha publicado La osamenta, su primer libro, con la editorial Rialp gracias al Premio Adonáis. Para él supone un prestigio, pero también toda una responsabilidad. De momento, hoy ofrece un recital en Cartagena y mañana presentará este poemario en el Museo Ramón Gaya de Murcia (20.00 horas) con el profesor Manuel Ruiz-Funes.

¿Qué supone haber conseguido el accésit del Adonáis?

No quiero buscar el consuelo, pero tan importante me parece el premio como el accésit, ya que ambos se publican en Rialp. Para mí es un arma de doble filo, es un gran prestigio, pero es toda una responsabilidad, ya que escritores como Caballero Bonald, Antonio Gala o Antonio Colinas han logrado este accésit. El orgullo es tremendo y tendré que defenderlo con modestia.

Según el prólogo, ha bebido de muchos poetas, ¿hay que leer mucha poesía para escribirla?

No me veo en los autores que te enumeran su ‘once de gala’, todos tenemos nuestras debilidades, pero en cada momento concurren unos autores y unas corrientes y no sólo hay que leer poesía. Hay que empaparse de todo, de cine, música, artes plásticas... Yo leo muchísimo la prensa y eso aparece después en mis versos.

Dice Jorge Doce que La osamenta es el cuento de una vida...

Creo que la obra habla de todos nosotros, me gustaría pensar que es el altavoz de una persona que transmite presupuestos comunes de toda la humanidad. Lo del cuento me hizo ilusión, pero no es poesía autobiográfica, aunque hay una parte que bebe de una fuente dolorosamente real, de una anécdota que transmite ese dolor y que he utilizado como efecto terapéutico, pero el resto utiliza lo autobiográfico como cualquier otro referente.

«La osamenta es lo que queda al quitar la piel que humaniza», ¿le cuesta desprenderse de esa piel?

El simple hecho de abrir un libro ya es entrar en esa osamenta, ya estás despellejando. Esa es la idea de la obra. El título me gustaba por esa belleza sonora y por esa idea autorreferencial; refleja ese imperativo de cualquier poeta de buscar por dentro, aunque le desagrade lo que encuentre, que es lo que normalmente ocurre.

¿Es usted pesimista?

No me reconozco como pesimista, pero está claro que la felicidad es un rato, sólo se está continuamente feliz si se ha perdido el juicio, y la vida, ya de por sí, es un rato que está compuesto de inquietud. Pero yo quiero huir de esa solemnidad y lo hago con ironía para no caer en lo patético. Yo aplaudo, por ejemplo, que Eloy Sánchez Rosillo haya pasado del canto elegíaco a la celebración ditirámbica en su última obra, pero a mí me resulta complicado escribir sobre la alegría.

¿La ironía es un arma?

Me parece una herramienta útil para asomarte a esa parte cavernosa de la que hablaba. Es una vacuna contra la solemnidad y el patetismo, pero su abuso es un peligro, porque puede llevar a caer en un exhibicionismo vacuo de la parte más circense de la inteligencia. La ironía es la parte más facilona de la inteligencia; vale como herramienta, no como fin.

Es su primer libro publicado, ¿teme la reacción del lector?

Aún no lo sé, precisamente porque es mi primer libro. Quiero saber su opinión, sí, pero no que ésta condicione mi forma de seguir escribiendo.