San Francisco fue escenario del primer festival de rock: el 14 de enero de 1967 tuvo lugar el Human Be-in. No se acudía a los festivales tanto por la música –distante, deficiente, primaria–, sino buscando un espíritu comunitario, la embriagadora sensación de ser multitud unida, la degustación de una vida diferente. El espectáculo recaía en la muchedumbre. Echando a andar la cuarta edición del SOS 4.8, Roger Dedeu, máximo responsable de Legal Music, la empresa catalana que organiza el SOS 4.8, declaraba en una entrevista a Radio3 que la clave del éxito reside en ser el primero de la temporada de festivales y tener unos precios de crisis que lo hacen muy asequible. Claro que la sostenibilidad de mantener ese precio influye lógicamente en el cartel, y este quizá no haya sido tan rutilante como en anteriores ediciones, con nombres como Franz Ferdinand.

La oferta de la primera jornada permitía elegir entre experimentalismo, fuegos de artificio y diversión, entre Lee Ranaldo y MGMT, entre Vetusta Morla y Two Door Cinema Club, que competían en horario. La estrategia de colocar a los grupos en el cartel no parece ahora acertada. Visto el desarrollo, no fue una buena idea abrir con The Kooks, que habrían dado más juego en otro horario. Como ya comenté su actuación de la noche anterior en un show secreto muy similar , me limitaré a decir que fue uno de los mejores momentos –el mayor estruendo les acogió–. Bordaron una excelente actuación, y una cancioncilla como She Moves In Her Own Way puso la nota amable y alegre del festival. Fue el grupo que más público reunió después de MGMT. Adoro, como ellos, esos primeros momentos de festival antes de que todo se masifique y colapse.

No hubo masificación en la performance del influyente guitarra de Sonic Youth Lee Ranaldo, en la que utilizó un arco de violín o una baqueta para extraer sonidos a una guitarra suspendida en el aire, con los que contribuía a expandir el sonido, mientras recitaba poemas y pisaba pedales. Un viaje hipnótico ensordecedor, acompañado de proyecciones de cine underground. Expresiones de vanguardia que van más allá de la música, del spoken word, y se aproximan a aquellos remotos light-shows con Allen Ginsberg y Timothy Leary; el mundo de la psicodelia en general. Trato de imaginarme la sensación que le produjo a los de la primera fila que una guitarra pasara sobre sus cabezas como un afilado péndulo. Me mantuvo pegado al asiento todo el rato, con lo que sólo pude ver el final de Diecinueve, los ganadores del concurso de maquetas, crecidos ante un público que disfrutaba con ellos.

No tuve esa impresión con Manel y su pop-folk costumbrista. Inesperados superventas con su nuevo disco, 10 milles per veure una bona armadura, no fueron más allá de un ligero arrullo, una suave caricia. Gente corriente que ha dado el gran salto. Tampoco tuvieron fortuna Second a su paso por el escenario Jack Daniels; un sonido criminal y un calor asfixiante hizo imposible seguirles. Salieron airosos gracias al karaoke del público. No sé si se arregló para Lori Meyers, incluso si finalmente tocaron, pero da una mala imagen por el maltrato a los músicos.

Los gallegos Triángulo de Amor Bizarro pasaron como una apisonadora. Se presentaron en formato cuarteto con una puesta en escena, al igual que sus discos, muy directa: guitarras afiladas, voces sucias y canciones inmediatas e incendiarias. Uno de los grandes momentos fue De la monarquía a la criptocracia. Que están vistos, sí, pero son uno de esos grupos que levanta el ánimo en un festival, como ya comprobamos en un pasado Lemon Pop. Aquí, nuevamente, sin fisuras.

Demasiado cool

Apenas hubo tiempo de ver al autor de Amelie, Yann Tiersen –cada vez más escorado hacia el rock progresivo–, camino de pillar sitio para uno de los conciertos que más expectación, por su exclusividad, despertaba, el de These New Puritans (Hidden live), tan arriesgado como pretencioso. El año pasado TNP montaron un directo mayestático para tocar su segundo album, Hidden –no sólo un disco original, sino un enigma indescifrable–, acompañados por una orquesta de metales y viento-madera y un coro de niños –aquí voces femeninas–, dos pianos y artefactos varios. La proposición central es interesante. Jack Barnett evita lo obvio en todo momento y sigue su rumbo interno. No es tanto una fusión de estilos como una serie de oposiciones firmes; serenidad y violencia, clásica y digital. El entramado de metal y maderas de esta orquesta sinfónica, arreglado por Barnett, se enfrenta a la batería marcial y rigurosa. Todo ello hace de Hidden un clásico moderno. Espectacular en su presentación, epopéyico y pelín repetitivo. Demasiado cool para la vanguardia, demasiado serios para el mainstream.

Seguro que hay más oportunidades de ver a Vetusta Morla esta temporada. Estrenaban Mapas, lo presentaban en horario estelar y en el escenario principal, entre atmósferas brumosas y un ambiente mortecino sólo para los muy fans. Vetusta son superventas desde la autoedición, pero otra cosa es la actitud. Es lo que marca el espíritu independiente, que sí tienen por ejemplo grupos como Los Planetas. El rock de estadio tiene nuevos héroes.

La polarización era evidente. En el escenario ´alternativo´ estaban Two Door Cinema Club, la banda norirlandesa liderada por el pelirrojo Alex Trimble, uno de los grupos rompepistas más coreados del momento, deseosos de tocar canciones divertidas y alegres. El show desprendía energía, que era lo que pedía el cuerpo mientras en el escenario principal sonaban languidecientes Vetusta Morla. Electropop frenético a lo Bloc Party, y un puñado de megahits optimistas del calibre de Something Good Can Work o What You Know, que dibujaban una sonrisa contagiosa en el público, con todo el mundo a tu alrededor bailando y moviendo la cabeza. Una actuación condenadamente buena.

Desgastar la zapatilla

Recta final con MGMT como cabezas de cartel. Nunca buscaron ser famosos, se nota. Sólo estaban bromeando cuando escribieron sus brillantes pastiches de canciones pop satirizando el estrellato –Time to Pretend–. Son los mismos hippies, los mismos pacifistas de mensajes ecologistas y anti-capitalistas, los mismos rockeros sesenteros adaptados a la era digital, y su nuevo disco, Congratulations, es aparentemente una empresa anticomercial, un himno a sus héroes musicales sin ataduras. No son una banda que hace canciones festivas, sino una banda psicodélica de chill-wave. Para los que buscaban algo más ligerito pudo resultar decepcionante ese viaje psicodélico. Hicieron una épica versión de Flash Delirium, el primer single del álbum que se suponía no iba a tener singles, y Kids, que tuvo la mayor recepción de la noche, aunque la banda no toca: una especie de burla al éxito mainstream que me gusta. Fueron los mejores momentos de un concierto que tal vez habría lucido mejor en el Auditorio.

Después de eso no quedaban ya muchas opciones. La puesta en escena de Trentemoller con su banda de directo ha llevado a Anders Trentemøller a los escenarios de los festivales más notorios. Sus temas, paisajes emocionantes que alternan downtempo de calidez analógica, distorsión con guiños al indie-rock y arranques de electrónica festiva, brillan con luz propia sobre el escenario. Resultó suficiente para entretener con unos músicos y vocalistas sobresalientes. Entre dinamismo, baile y variedad fue discurriendo el show, y también la primera jornada, que dejó para el final a los mancunianos We Have Band –se encargaron de que el público no se fuera a casa sin desgastar un poco de zapatilla– y a los terroristas del sonido The Bloody Beetroots Death Crew 77 con su Church of noise, no se sabe si como penitencia o expiación de los pecados.