El pintor Ángel Hernansáez murió ayer a los 74 años en Murcia, tras un mes de convalecencia a causa de una operación quirúrgica por un cáncer de colon. Fundador y miembro de la Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca de la que ahora era vicesecretario, el artista era además catedrático de Dibujo y algunas de sus numerosas obras están expuestas en importantes colecciones como las del Parlamento Europeo en Estrasburgo y de la Unesco en París. Su cuerpo será incinerado en el tanatorio Arco Iris de Murcia, donde fue trasladado ayer.

Con cara de autoritario, como él mismo reconocía, carácter temperamental y tremendamente inteligente, Hernansáez iba en realidad para farmacéutico, pero su vocación le llevó a dejar los estudios universitarios para estudiar Bellas Artes en Valencia y Madrid. Así comenzó una trayectoria profesional en la que él, como aseguraba, encontró el camino para la libertad, junto a otros autores de su generación, como los ya desaparecidos Párraga, María Dolores Andreo y Pedro Serna.

Su pintura, que además de en las instituciones citadas también se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Murcia, en los ayuntamientos de esta ciudad, Cartagena y Fuente Álamo y en el Banco de España de Tenerife, fue una constante evolución que pasó del expresionismo al realismo y, posteriormente, a la abstracción. Porque, como dijo hace unos años a esta redacción, «uno tiene que ir buscando cosas nuevas dentro de su camino y que cada obra se reconozca como propia de un autor». En este caso, un autor inconformista que siembre buscaba algo más en sus obras y que tuvo la valentía para dejar a un lado sus hasta entonces bellos bodegones y paisajes para enfrentarse a la abstracción donde, como siembre buscaba, encontró mayor libertad.

Apasionado por su oficio, el artista supo transmitir ese amor por el arte a los alumnos del instituto Infante Juan Manuel de Murcia, donde impartió clases hasta su jubilación. Y es que si Hernansáez valoraba el talento propio del artista, aseguraba que la única forma de pintar era sentir también «amor por los materiales y por el oficio» y eso había que aprenderlo dentro de las aulas. Según afirman sus más allegados, supo transmitir esos conocimientos a sus alumnos que, como recordaba entonces el propio pintor, «se lo pasan muy bien en mis clases».

A pesar de ser un gran conocedor de la técnica y mantener siempre un punto científico y meticuloso, Hernansáez sabía que el objetivo de una obra de arte era emocionar y con ésta premisa pintó toda su vida. Y gracias a las emociones con las que cautivó a los espectadores fue también distinguido con numerosos premios de arte en Murcia, Santander y Palma de Mallorca y pudo exhibir su obra en numerosas salas de arte de todo país. Obra que aún continuaba realizando, pero que no llegó a exponer.

Hernansáez, casado y con dos hijos, pudo disfrutar en los años noventa de dos antológicas en el Palacio Almudí y en la Universidad de Murcia. En ambas se repasaba una trayectoria profesional marcada por unas claves que supo dejar en todas sus obras y que quiso trasladar a la juventud: «Trabajar con rigor y no conformarse».