"Genios, un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares", Harold Bloom (Anagrama)

Siempre me ha irritado un poco la acreditada incapacidad del mundo de habla inglesa para entender lo que ocurre bajo esa línea europea donde empiezan a crecer los olivos. Siempre que los angloparlantes se aventuran parecen hacerlo cargados con todo el avituallamiento de plata para improvisar el té de las cinco, incluso cuando se pavonean de haber hecho una inmersión en nuestra exótica cultura. No recuerdo qué escritor italiano bastante "snob" y de izquierdas emparentaba el subdesarrollo e incluso la mafia con la línea que con los años iban conquistando las palmeras en la península itálica. Por el cambio climático o por lo que sea, al parecer la línea de palmeras ascendía cada vez más arriba de esa península, lo cual significaba, para este observador italiano, que cierto modo corrupto de entender las cosas subía hacia el norte. Pues bien, hay demasiados escritores y ensayistas anglosajones que, sin decirlo, y muchas veces sin saberlo, desconfían de todo cuanto se produce debajo del paralelo en que empiezan a crecer los olivos mediterráneos. Desconfian incluso cuando lo elogian. O, cuando no desconfían, lo entienden mal o directamente lo ignoran de toda ignorancia. Como si bajo la Provenza francesa se abriera un territorio inexplorado y salvaje.

Me he llevado esa molesta impresión (personalísima, no tiene por qué ser compartida por nadie) con tres libros que le leído últimamente, uno de ellos un monumental y algo espeso ensayo sobre intelectuales llamado "Genios, un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares", de Harold Bloom (Anagrama). Bloom, profesor en Yale, ya estableció en su año el "canon literario occidental", según él. Es decir, cuáles eran los autores a partir de los cuales dictaminar qué era excelso y qué no. Con ausencias lamentables. Muchas de ellas derivadas de las clásicas dificultades, cuando no incapacidades, del angloparlante fuera de su idioma y/o de su cultura. "Genios" está aquejado de lo mismo, pero ahora no por las ausencias, sino por la explicación sobre algunas presencias. La de Cervantes es aburrida, reiterativa, al extremo subjetiva y encima no aprovecha para hablar de Cervantes sino de Shakespeare. Especialmente extravagante, o eso me ha parecido, es el estudio del profesor de Yale sobre el muy falsificado Federico García Lorca, algo tan excitante y paisajístico para cierto refinamiento norteamericano como las patillas de Luis Candelas. "Lorca es el poeta del deseo y de sus límites", sentencia Bloom. ¿Y por qué no Lorca como poeta de la luna y de sus reflejos, o de cualquier otra cosa que suene más o menos pasional y sureña? "Poeta arquetípico de Andalucía". Sin duda Bloom ha buceado mucho en Andalucía para cincelar tal cosa en mármol. Lorca es "la búsqueda andaluza de la muerte". Ya estamos con los exotismos románticos, el tipismo de guía de viajes de la vieja agencia "Cook". Y se detiene, Bloom, en "el duende" de Lorca. El pellizco. De milagro no habla de los palmeros y acabamos en "Los del Río" y su "Macarena mix" en inglés. Cuando habla sobre todo de autores de habla inglesa, el resultado es, por fortuna, por completo diferente.

"En deuda con el placer", John Lanchester (Anagrama)

La mezcla de ensayo gastronómico, especialmente tendencioso, y de novela, especialmente inexistente, de la celebradísima entre círculos cultistas "En deuda con el placer", me ha interesado aún menos. Obra de un crítico en el más escayolado de los sentidos, de un reseñista de libros viajado. Desconfío de los hiperbóreos que hablan de cosas del paladar y encima confiesan su rendido amor por un mediterráneo que nunca dejan de ver como "guiris" trasplantados, como extraños, mientras creen que el colmo de la audacia consiste en comer todo el rato "alioli", eso que tanto molestaba a Victoria Beckham. Todo cuanto se dice aquí me resulta de una desinformada erudición, limitado, carente de gracia, con progresión narrativa nula y que se cae de las manos, cuando no convida a cerrar el tomito de un portazo (las filias y fobias gastronómicas son a veces de traca). Hablando de mil platos no conoce realmente ninguno de la gran cocina española "del hambre". Mal tiene que andar la literatura más o menos gastronómica para haber considerado de esto una de sus obras maestras. Dicen que su lectura abre el apetito. Sí, de volver a leer, por ejemplo, cualquier cosa de Néstor Luján.

"Diccionario de literatura para esnobs", Fabrice Gaignault (Impedimenta)

Si artefacto cultista era el anterior, este lo sobrepasa, pero cuenta con un arma menos pomposa: el cínico sentido del humor está en mi opinión mucho mejor resuelto. Incluso a veces gana altura. Galería de decadentistas crepusculares o en noche cerrada, comedores de sobras con manos de duquesa y gentes con abrigo de color tabaco en forma de violón, amantes de la porcelana azul y de la vida exorbitante, contracorriente, salmónida. Comete la misma falta que los dos libros anteriores: poquísima información sobre el planeta que habla en castellano. Aquí figuran muchos ingleses, casi todos los franceses, algún americano y casi ningún hispanoparlante, naturalmente por desconocimiento. Por lo que el autor, otro periodista, cuenta de ellos, todos parecen genios o han ganado un accésit a la genialidad. La realidad será más cruda. Pero al fin y al cabo es una cosa para "esnobs", esa clase de gente que descubre cada tarde una nueva sensación del siglo, "the next big thing", aunque tantos y tantos de sus "descubrimientos" pertenezcan al siglo XIX.